Al presidir hoy la oración del Ángelus en el primer Domingo de Adviento, el Papa Benedicto XVI animó a todos a despertar en sus corazones la espera de Jesucristo y aseguró que es el amor, y no la ciencia, el que puede redimir al hombre que necesita dramáticamente de Dios y que sin Él el ser humano y el mundo “quedarán privados de esperanza”.
Ante miles de feligreses que se congregaron este mediodía en la Plaza de San Pedro, el Santo Padre dijo que el Adviento es el “tiempo propicio para despertar en nuestros corazones la espera de Aquel ‘es, que era y que viene’ (Ap 1, 8)” explicando que “el Hijo de Dios ya ha venido a Belén hace veinte siglos, viene en todo momento al alma de la comunidad dispuesta a recibirlo, vendrá de nuevo al fin de los tiempos, para ‘juzgar a vivos y muertos”.
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Al referirse a su segunda encíclica Spe Salvi publicada el viernes pasado, el Pontífice explicó que en el Nuevo Testamento se destaca que “la palabra esperanza está unida estrechamente a la palabra fe” y que aquella “es un don que cambia la vida de quien lo recibe, como demuestra la experiencia de tantos santas y santos”. Ésta, prosiguió, “consiste en sustancia en el conocimiento de Dios, en el descubrimiento de su corazón de Padre bueno y misericordioso”.
Ciencia, esperanza, salvación
Al inicio de este nuevo año litúrgico, el Santo Padre quiso subrayar que “el desarrollo de la ciencia moderna ha confinado siempre más a la fe y la esperanza a la esfera privada e individual, así que hoy aparece de modo evidente, y a veces dramático, que el hombre y el mundo necesitan de Dios, ¡del verdadero Dios!, o quedarán privados de esperanza”, dijo.
“La ciencia contribuye mucho al bien de la humanidad, sin duda, pero no en grado de redimirla. El hombre es redimido por el amor, que hace buena y bella la vida personal y social. Por ello, la gran esperanza, aquella plena y definitiva, está garantizada por Dios, el Dios que es el amor, que en Jesús nos ha visitado y donado la vida, y a él volverá al final de los tiempos”, concluyó.
Finalmente, es español, se dirigió a los peregrinos de esa lengua invitándoles a que en el Adviento “ensanchen el corazón para vivir con gozo el inefable don de la venida del Hijo de Dios al mundo, y a permanecer vigilantes y firmes en la fe, esperando su manifestación definitiva y gloriosa”.