En su nueva encíclica "Spe Salvi", el Papa Benedicto XVI destaca la urgencia de recuperar el verdadero sentido de la esperanza cristiana y llama al mundo del pensamiento contemporáneo, así como al cristianismo actual, a ejercer una autocrítica sobre la manera de comprender la esperanza.
En el número 22 de su encíclica de 75 páginas, el Pontífice señala que ante la crisis del concepto de esperanza tras las experiencias fracasadas del racionalismo y el marxismo, "es necesaria una autocrítica de la edad moderna en diálogo con el cristianismo y con su concepción de la esperanza". "En este diálogo, los cristianos, en el contexto de sus conocimientos y experiencias, tienen también que aprender de nuevo en qué consiste realmente su esperanza, qué tienen que ofrecer al mundo y qué es, por el contrario, lo que no pueden ofrecerle", agrega.
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Según explica el Pontífice en la encíclica, "es necesario que en la autocrítica de la edad moderna confluya también una autocrítica del cristianismo moderno, que debe aprender siempre a comprenderse a sí mismo a partir de sus propias raíces".
"Ante todo –dice el Papa– hay que preguntarse: ¿Qué significa realmente ‘progreso’?". "La ambigüedad del progreso resulta evidente. Indudablemente, ofrece nuevas posibilidades para el bien, pero también abre posibilidades abismales para el mal, posibilidades que antes no existían", explica.
Benedicto XVI destaca que "ciertamente, la razón es el gran don de Dios al hombre, y la victoria de la razón sobre la irracionalidad es también un objetivo de la fe cristiana. Pero ¿cuándo domina realmente la razón? ¿Acaso cuando se ha apartado de Dios? ¿Cuando se ha hecho ciega para Dios? La razón del poder y del hacer ¿es ya toda la razón?"
El Papa responde: "digámoslo ahora de manera muy sencilla: el hombre necesita a Dios, de lo contrario queda sin esperanza" y pasa así a hablar de "la verdadera fisonomía de la esperanza cristiana".
En este acápite de la encíclica, el Papa explica que "el recto estado de las cosas humanas, el bienestar moral del mundo, nunca puede garantizarse solamente a través de estructuras, por muy válidas que éstas sean".
"Puesto que el hombre sigue siendo siempre libre y su libertad es también siempre frágil, nunca existirá en este mundo el reino del bien definitivamente consolidado. Quien promete el mundo mejor que duraría irrevocablemente para siempre, hace una falsa promesa, pues ignora la libertad humana", agrega.
"Las buenas estructuras ayudan, pero por sí solas no bastan. El hombre nunca puede ser redimido solamente desde el exterior", señala el Papa.
La respuesta cristiana
En Spe Salvi, Benedicto XVI señala que "debemos constatar también que el cristianismo moderno, ante los éxitos de la ciencia en la progresiva estructuración del mundo, se ha concentrado en gran parte solo sobre el individuo y su salvación. Con esto ha reducido el horizonte de su esperanza y no ha reconocido tampoco suficientemente la grandeza de su cometido".
El Papa recuerda luego que "no es la ciencia la que redime al hombre. El hombre es redimido por el amor. Eso es válido incluso en el ámbito puramente intramundano".
"En este sentido, –agrega– es verdad que quien no conoce a Dios, aunque tenga múltiples esperanzas, en el fondo está sin esperanza, sin la gran esperanza que sostiene toda la vida".
En este punto el Sumo Pontífice se pregunta: "¿no hemos recaído quizás en el individualismo de la salvación?"; y responde que "estar en comunión con Jesucristo nos hace participar en su ser ‘para todos’, hace que éste sea nuestro modo de ser. Nos compromete en favor de los demás, pero solo estando en comunión con Él podemos realmente llegar a ser para los demás, para todos".
El resumen del Papa
"Resumamos", dice el Pontífice en el número 30 de la encíclica, "lo que hasta ahora ha aflorado en el desarrollo de nuestras reflexiones".
"A lo largo de su existencia, –señala– el hombre tiene muchas esperanzas, más grandes o más pequeñas, diferentes según los períodos de su vida".
"En la juventud –agrega– puede ser la esperanza del amor grande y satisfactorio; la esperanza de cierta posición en la profesión, de uno u otro éxito determinante para el resto de su vida".
"Está claro que el hombre necesita una esperanza que vaya más allá. Es evidente que solo puede contentarse con algo infinito, algo que será siempre más de lo que nunca podrá alcanzar", señala.
Sin embargo, hoy, "la esperanza bíblica del reino de Dios ha sido reemplazada por la esperanza del reino del hombre, por la esperanza de un mundo mejor que sería el verdadero ‘reino de Dios’", pero "resultó evidente que ésta era una esperanza contra la libertad".
"Nosotros –explica luego el Santo Padre– necesitamos tener esperanzas, más grandes o más pequeñas, que día a día nos mantengan en camino. Pero sin la gran esperanza, que ha de superar todo lo demás, aquellas no bastan. Esta gran esperanza solo puede ser Dios".
Cómo aprender la esperanza
Benedicto XVI llega así al punto en el que propone "lugares de aprendizaje y del ejercicio de la esperanza" para los cristianos.
"Un lugar primero y esencial de aprendizaje de la esperanza es la oración. Cuando ya nadie me escucha, Dios todavía me escucha", explica el Papa en primer lugar.
"Rezar no significa salir de la historia y retirarse en el rincón privado de la propia felicidad. El modo apropiado de orar es un proceso de purificación interior que nos hace capaces para Dios y, precisamente por eso, capaces también para los demás".
Pero "para que la oración produzca esta fuerza purificadora debe ser, por una parte, muy personal, una confrontación de mi yo con Dios, con el Dios vivo. Pero, por otra, ha de estar guiada e iluminada una y otra vez por las grandes oraciones de la Iglesia y de los santos, por la oración litúrgica", agrega el Santo Padre.
El Santo Padre señala luego "el actuar y el sufrir" como lugares de aprendizaje de la esperanza; y explica que "toda actuación seria y recta del hombre es esperanza en acto".
Pero "el esfuerzo cotidiano por continuar nuestra vida y por el futuro de todos nos cansa o se convierte en fanatismo, si no está iluminado por la luz de aquella esperanza más grande que no puede ser destruida", advierte.
"Al igual que el obrar, –agrega luego– también el sufrimiento forma parte de la existencia humana".
"Lo que cura al hombre –dice el Sumo Pontífice– no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito".
"También el ‘sí’ al amor es fuente de sufrimiento, porque el amor exige siempre nuevas renuncias de mi yo, en las cuales me dejo modelar y herir", explica el Papa; y añade que "sufrir con el otro, por los otros; sufrir por amor de la verdad y de la justicia; sufrir a causa del amor y con el fin de convertirse en una persona que ama realmente, son elementos fundamentales de humanidad, cuya pérdida destruiría al hombre mismo".
El Pontífice agrega luego otro importante aspecto del sufrimiento cristiano: "la idea de poder ‘ofrecer’ las pequeñas dificultades cotidianas, que nos aquejan una y otra vez como punzadas más o menos molestas, dándoles así un sentido, eran parte de una forma de devoción todavía muy difundida hasta no hace mucho tiempo, aunque hoy tal vez menos practicada".
"Quizás debamos preguntarnos realmente si esto no podría volver a ser una perspectiva sensata también para nosotros", propone.
El Juicio Final
Un lugar fundamental de fortalecimiento de la esperanza cristiana, explica luego Benedicto XVI, es la meditación obre el Juicio Final.
"En la época moderna, –destaca– la idea del Juicio Final se ha desviado: la fe cristiana se entiende y orienta sobre todo hacia la salvación personal del alma; la reflexión sobre la historia universal, en cambio, está dominada en gran parte por la idea del progreso".
"En gran parte de los hombres, eso podemos suponer, queda en lo más profundo de su ser una última apertura interior a la verdad, al amor, a Dios. Pero en las opciones concretas de la vida, esta apertura se ha empañado con nuevos compromisos con el mal; hay mucha suciedad que recubre la pureza, de la que, sin embargo, queda la sed y que, a pesar de todo, rebrota una vez más desde el fondo de la inmundicia y está presente en el alma", explica el Papa.
Y luego se pregunta "¿Qué sucede con estas personas cuando comparecen ante el Juez? Toda la suciedad que ha acumulado en su vida, ¿se hará de repente irrelevante?".
"La salvación de los hombres puede tener diversas formas… algunas de las cosas construidas pueden consumirse totalmente… para salvarse es necesario atravesar el ‘fuego’ en primera persona para llegar a ser definitivamente capaces de Dios y poder tomar parte en la mesa del banquete nupcial eterno", responde el Papa.
"El encuentro con Él es el acto decisivo del Juicio. Ante su mirada, toda falsedad se deshace. Es el encuentro con Él lo que, quemándonos, nos transforma y nos libera para llegar a ser verdaderamente nosotros mismos. En ese momento, todo lo que se ha construido durante la vida puede manifestarse como paja seca, vacua fanfarronería, y derrumbarse", explica el Santo Padre.
Pero agrega que "en el dolor de este encuentro, en el cual lo impuro y malsano de nuestro ser se nos presenta con toda claridad, está la salvación".
Sin embargo, respecto de la salvación, Benedicto XVI recuerda que "nuestras existencias están en profunda comunión entre sí, entrelazadas unas con otras a través de múltiples interacciones. Nadie vive solo. Ninguno peca solo. Nadie se salva solo. En mi vida entra continuamente la de los otros: en lo que pienso, digo, me ocupo o hago".
Y por eso concluye: "deberíamos preguntarnos también: ¿Qué puedo hacer para que otros se salven y para que surja también para ellos la estrella de la esperanza? Entonces habré hecho el máximo también por mi salvación personal".
Para leer la encíclica completa, ingrese a: http://www.aciprensa.com/Docum/benedictoxvi/documento.php?id=128