Pilar Caballero, nieta de la nueva beata Teresa Cejudo, una madre de familia cooperadora salesiana, señaló que el recuerdo que siempre tuvo de su abuela fue la del espíritu de perdón y reconciliación.
Caballero, una de las 2 500 familiares de los 498 mártires beatificados el domingo pasado en la Plaza de San Pedro por el Cardenal José Saraiva Martins, recuerda que Teresa Cejudo era cooperadora salesiana en Pozoblanco (Córdoba), cuya hija tenía diez años cuando su madre fue fusilada.
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“La experiencia de toda mi familia –dice Caballero– está siendo muy emotiva e intensísima, porque desde los años sesenta aproximadamente, en que el colegio salesiano comenzó a mover el tema de las beatificaciones, en casa siempre hemos dicho que a lo mejor tendríamos la suerte algún día de ver que a mi abuela la hagan beata”.
Por eso “ha sido una alegría tremenda que podamos estar aquí, con mi madre viva, gracias a Dios, y los once hijos acompañándola”.
Relatando lo que le refirió su madre, Caballero señaló que la beata Teresa Cejudo “colaboraba mucho en el colegio salesiano, en todo lo que era ayuda social, con los niños. En esos tiempos tan difíciles, ayudaba a repartir alimentos a las familias más sencillas, a enseñar a leer y a escribir a esos niños que por motivos sociales no podían acceder a un colegio. Una labor muy importante a nivel social, y religioso, lógicamente”.
Respecto de su condena a muerte, la nieta de la mártir cuenta que fue tan confusa y precipitada como la de la gran mayoría de sus compañeros de martirio: “lo que sabemos es que se hizo un juicio, y se le acusa de llevar un mono y un arma. Se hace un juicio popular, y se la fusila”.
La cooperadora salesiana “permaneció un mes en la cárcel de Pozoblanco y la fusilaron en el cementerio, con un pelotón de fusilamiento, con un grupo de dieciocho mártires”. “Por lo visto –agrega Caballero– ella tuvo mucho entereza en aquellos momentos tan duros. Se despidió de su única hija, que es mi madre, y la fusilaron la última, porque ella así lo pidió. Pidió que no le vendaran los ojos, que quería morir de cara a la muerte, que no le temía, porque moría por Dios. Y dio ánimos a sus diecisiete compañeros para que no renegaran de la fe ni de Dios”.
Caballero asistió con sus otros diez hermanos” porque para nosotros es un verdadero orgullo poder estar acompañando a mi madre y vivir este acontecimiento”.
“Mi madre siempre comenta que era muy pequeña, tenía diez años; recuerda las visitas a la cárcel durante ese mes. También dice que no tiene la sensación de que iba a pasar algo tan traumático: que, cuando le dijeron que se despidiera de su madre, ella pensó que la iban a trasladar. De hecho, a mi madre le dijeron que la iban a llevar a otro sitio. Lo único que le decía es que se quería ir con ella, lógicamente: era una niña pequeña”.
“De mi madre lo que yo he aprendido de esta historia ha sido la falta de rencor que tiene. Jamás la he oído hablar de rencores. Nunca nos ha hablado mal de nada. Siempre nos ha hablado que tuvo la desgracia de quedarse huérfana con diez años y perder a su madre en un fusilamiento, pero nunca nos lo ha transmitido a ninguno de los once hijos ni con rencor ni nos ha hablado de la guerra en clave política, ni nada”.
no nos ha transmitido ningún odio ni ningún malestar