El Prefecto de la Congregación para el Clero, Cardenal Claudio Hummes, agradeció a los catequistas del mundo su fiel servicio a la Evangelización mediante una carta fechada el 18 de octubre, fiesta de San Lucas Evangelista.
“En este primer año de mi servicio al Santo Padre, Benedicto XVI, en la Congregación para el Clero, a la cual está confiada también la catequesis, deseo hacerles llegar mi saludo cordial y fraterno”, dice el Cardenal brasileño; y asegura a los catequistas “mi cariño como hermanos y hermanas queridos, comprometidos en la buena lucha por la fe que les solicita a menudo sacrificios heroicos, a los que, sin embargo, ustedes responden con alegría y perseverancia”.
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“Ustedes –sigue la carta– son uno de los signos más prometedores, con el cual el Señor no deja de confortarnos y de sorprendernos. Continúen mostrando pasión y voluntad en la adquisición sincera de aquella fisonomía propia de maestros, educadores y testigos de la verdad para transmitirla integralmente y fielmente al hombre de nuestro tiempo”.
El Cardenal Hummes pide a los catequistas que “sean capaces de fortalecer su fe con la oración, con la formación, con la caridad. Siempre sean alegres y diligentes para que, también a través de vuestra obra, ‘Dios sea glorificado en todo por Jesucristo. A él sea la gloria y el poder’”.
El Purpurado también exhorta: “a rezar y a cultivar con confianza una relación de amor, de dedicación, de escucha y de silencio con el Señor. ¡En un mundo a menudo sin esperanza, víctima de la violencia y del egoísmo, que cada gesto, cada sonrisa, cada palabra de ustedes sea un testimonio viviente que el Señor ha vencido el pecado y la muerte y que el amor es posible!.
“Que el Espíritu del Señor haga nueva vuestra vida y haga crecer la comunión entre ustedes. “Que el mundo actual –que busca a veces con angustia, a veces con esperanza– pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo, y aceptan consagrar su vida a la tarea de anunciar el Reino de Dios y de implantar la Iglesia en el mundo”, concluye.