El Arzobispo de Toledo, Cardenal Antonio Cañizares Llovera, denunció que el gran drama de nuestro tiempo es el laicismo ideológico que empuja al hombre a una compresión atea de la propia existencia, que quiere prescindir de Dios y convertirse en el dogma público.
“El proceso de secularización constituye, lo sabemos bien, el latido del corazón de la modernidad (…). El fenómeno de la secularización, al menos en algunos países, asume cada día con más fuerza la forma de un laicismo, más o menos oficial, radical e ideológico, en que Dios no cuenta; se actúa ‘como sí Dios no existiera’, y a la fe se le reduce o recluye a la esfera de lo privado”, advirtió durante su ponencia “Cristianismo y secularización: reto a la Iglesia y la sociedad”, realizada en la sede del diario La Razón.
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En ese sentido, criticó el laicismo ideológico que considera toda referencia a Dios como “una deficiencia en la madurez intelectual”; comportamiento que lleva al hombre irremediablemente a una “comprensión atea de la propia existencia” y le hace creerse el verdadero y único creador del mundo y de él mismo.
Esta es la razón, explicó, por la que “la libertad individual viene a ser como un valor absoluto al que todos los demás tendrían que someterse, y el bien y el mal habrían de ser decididos por uno mismo, o por consenso, o por el poder, o por las mayorías”.
Sin embargo, el Cardenal Cañizares afirmó que “no es posible un Estado ateo” porque “la democracia funciona si funciona la conciencia”, y esta se oriente conforme a valores éticos fundamentales “que pueden ser puestos en práctica incluso sin una explícita profesión de fe, y en el contexto de una religión no cristiana”.
Los antiguos griegos, recordó, “habían descubierto que no hay democracia sin la sujeción de todos a una Ley, y que no hay Ley que no esté fundada en la norma de lo trascendente de lo verdadero y lo bueno”; por ello los derechos fundamentales del hombre no son creados por el legislador, sino que existen por derecho propio “y han de ser reconocidos y respetados por el legislador, pues se anteponen a él como valores superiores”.
“La vigencia de la dignidad humana previa a toda acción y decisión política remite en última instancia al Creador: sólo Él puede crear derechos que se basan en la esencia y verdad del ser humano y de los que nadie puede prescindir”, señaló.
Asimismo, advirtió del peligro de confundir “neutralidad y laicidad”, entre “un Estado no confesional, neutral, y un Estado de confesión laicista, expresa o tácita, pero real; o entre ‘libre pensamiento’ y secularidad; o que se contrapongan fe y razón, religiosidad y ciencia; como si la fe y la religiosidad fuera algo superado, que queda para la individualidad y la privacidad, que no es universalizable para la organización social y para el progreso”.
Diga lo que se diga, señaló, el secularismo y el laicismo llevan al hombre a la soledad. “El hombre puede excluir a Dios del ámbito de su vida personal y social o pública. Pero esto no ocurre sin gravísimas consecuencias para el hombre mismo y para su dignidad como persona”, alertó.