El Arzobispo de Corrientes, Mons. Domingo Salvador Castagna, expresó que si bien “la administración de la justicia humana no debe priorizar la misericordia sino la ley”, tampoco debe excluirla del espíritu con que la aplica.
En su alocución titulada “La justicia no debe estar al servicio de la venganza y la represalia”, el Prelado señaló que antes de la venida de Jesucristo, el hombre, “desde su angustioso pesimismo”, veía a Dios Padre como alguien que aplicaba la justicia sin clemencia, que se expresaba en la cólera y en la venganza “y en la ejecución impostergable del castigo”.
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Sin embargo, afirmó que Cristo nos muestra “un Padre entrañablemente bueno”, con una misericordia que no tiene medida humana, pues “su Ser desborda bondad y ternura”.
“Desde la bellísima parábola del Hijo pródigo –o del Padre bueno– hasta las escenas de la Mujer adúltera y de María la pecadora, se produce una sorprendente manifestación del verdadero Dios. Dios es Amor, es Misericordia, es Condescendencia y Justicia, es cercanía y Verdad… es Padre”, afirmó.
En ese sentido, explicó que “es verdad que la administración de la justicia humana no debe priorizar la misericordia sino la ley, pero, no debe excluirla del espíritu con que se aplique la ley. De esa manera se previene -en la administración de la justicia- cualquier brote de venganza”.
Mons. Castagna advirtió que el odio, la impunidad, “o la insistencia en declararse exento de toda culpa y responsabilidad”, no traen la paz. Añadió que “la justicia está al servicio de la verdad y de la recuperación del equilibrio social perdido, no de la venganza y de la represalia”, y para ejercerla es preciso “disponer de un corazón sosegado y de una mente capaz de examinar con imparcialidad y equilibrio cada causa”; así como de “fortaleza para rechazar todo tipo de presión ideológica y política”.
En su alocución, el Prelado también se refirió a la necesidad de no renunciar a la proclamación del Evangelio, el cual debe ser recibido sin prejuicios personales para que sea semilla en tierra fértil. Añadió que es verdad que la Palabra de Dios “causa una cierta incomodidad cuando quienes lo escuchan han cerrado la mente y el corazón a su contenido”, pero es también cierto que “la Iglesia debe seguir proponiéndolo sin titubear ante el peligro de persecución que constantemente se cierne sobre ella”.