En la Plaza de la Basílica de Santa María de los Ángeles en Asís a las 6:00 p.m., el Papa Benedicto XVI participó en un encuentro con jóvenes a quienes exhortó a abrir sin medidas ni cálculos el corazón a Cristo para poder así abrirse al amor de Dios.
Al iniciar su discurso el Santo Padre afirmó que el motivo de su viaje ha sido “el deseo de revivir el camino interior de san Francisco” y recordó que “su conversión se dio cuando era en la plenitud de su vitalidad, de sus experiencias, de sus sueños” pues “había pasado 25 años de su vida sin encontrar el sentido de la vida”.
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El Papa leyó una parte de la Leyenda de los tres compañeros: “Francisco era alegre y generoso, gustoso de juegos y cantos, daba vueltas por la ciudad de Asís día y noche con sus amigos, generoso en el gastar en almuerzos y otras cosas todo aquello que podía tener o ganar”.
Tras la lectura el Papa se dirigió a los jóvenes con una pregunta: “¿De cuántos jóvenes hoy en día se podría decir algo similar? ¿Cómo negar que son muchos los jóvenes, y no jóvenes, tentados de seguir de cerca la vida del joven Francisco antes de su conversión? Bajo aquel modo de vivir existía el deseo de felicidad que habita cada corazón humano. ¿Pero podía ese tipo de vida dar la felicidad verdadera?”
“Francisco ciertamente no la encontró –respondió el Papa-. Vosotros mismos, queridos jóvenes, podéis verificarlo a partir de vuestra experiencia. La verdad es que las cosas finitas pueden dar destellos de felicidad, pero solamente el Infinito puede llenar el corazón”.
“En la vanidad, en la búsqueda de originalidad, existe algo por lo que todos somos en algún modo tocados. Para poder tener un mínimo de éxito, necesitamos acreditarnos a los ojos de los otros con algo inédito, original. En cierta medida, esto puede expresar un inocente deseo de ser bien acogidos. Pero con frecuencia se insinúa el orgullo, la búsqueda desordenada de nosotros mismos, el egoísmo y las ganas de vejación. En realidad, centrar la vida en uno mismo es una trampa mortal: podemos se nosotros mismos solo si nos abrimos al amor, amando a Dios y a los hermanos”.
Más adelante el Papa citó la pregunto de Pilato a Jesús sobre la verdad: “Nosotros corremos el riesgo de pasara una vida entera aturdidos por voces ruidosos pero vacías, corremos el riesgo de dejar pasar la voz de Cristo, la única que cuenta, porque es la única que salva. Nos contentamos con fragmentos de verdad, o nos dejamos seducir por verdades que lo son solo en apariencia”.
“¿Hay que maravillarse si después nos encontramos en un mundo contradictorio, que no obstante tantas cosas bellas, con frecuencia nos decepciona, con sus expresiones de banalidad, de injusticia y violencia?”, se preguntó el Papa.
“Sin Dios, el mundo pierde su fundamente y su dirección. No tengáis miedo, queridísimo, en imitar a Francisco. Él supo hacer silencio dentro de sí, poniéndose a la escucha de la Palabra de Dios. Paso tras paso se dejó guiar de la mano hacía el encuentro pleno con Jesús, hasta hacerlo el tesoro y la luz de su vida”, respondió.
Seguidamente el Papa reflexionó sobre la esencia de la respuesta del joven Francisco y exhortó a los presentes diciendo: “¡Dejémonos encontrar por Cristo! Confiemos en Él, escuchemos su Palabra. En Él no existe solamente un ser humano fascinante: es Dios hecho hombre. Francisco era un verdadero enamorado de Jesús”.
Hizo también referencia al estado de Francisco, quien fue Diácono y no sacerdote, recordando que “si bien sabía que también en los ministros de Dios existe tanta pobreza y fragilidad, los veía como ministros del Cuerpo de Cristo, y esto bastaba para hacer brotar en él un sentimiento de amor, de reverencia y de obediencia. Su amor por los sacerdotes es una invitación a redescubrir la belleza de esta vocación”.
“Queridos jóvenes –continuó el Papa- rodead de amor y gratitud a vuestros sacerdotes. Si el Señor llamase a alguno de vosotros a este gran ministerio, así como a alguna forma de vida consagrada, no dudéis en dar vuestro sí. ¡Es hermoso ser ministros del Señor, es bello gastar la vida por Él!”
Su Santidad terminó su discurso recordando al Siervo de Dios y predecesor suyo, Juan Pablo II, invitando a los presentes a “abrir las puertas a Cristo, abridlas como lo hizo Francisco, sin miedo, sin cálculos, sin medidas”.