Esta mañana el Papa Benedicto XVI recibió al Arzobispo de Nueva Justiniana y de todo Chipre, Su Beatitud Chrysostomos II a quien manifestó su agradecimiento por la visita y aseguró que esta era ya un preanuncio de la belleza prometida a los cristianos en la unidad.
“Y el Dios de la paciencia y del consuelo os conceda tener los unos para con los otros los mismos sentimientos, según Cristo Jesús, para que unánimes, a una voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo” fueron las palabras con las que, citando la Epístola a los Romanos de San Pablo, el Santo Padre recibió a su Beatitud Chrysostomos II.
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Dirigiéndose al Arzobispo de Chipre, el Pontífice aseguró que “el Señor no ha dejado de guiar nuestros pasos por el camino de la unidad y la reconciliación” y que el hodierno encuentro es “motivo de intensa alegría, pues en este encontrarnos se nos concede saborear la belleza de la plena unidad prometida a los cristianos”.
Tras hacer una analogía entre el viaje de San Pablo de Chipre a Roma con el realizado por su Beatitud, Benedicto XVI se preguntó si “¿el recuerdo del Apóstol de Gentes no nos invita tal vez a dirigir el corazón con humildad y esperanza a Cristo, que es nuestro único maestro?”
Más adelante enfatizó que “con la ayuda divina de Cristo no debemos cansarnos de buscar juntos los caminos de la unidad, superando aquellas dificultades que a lo largo de la historia han determinado divisiones y recíproca desconfianza entre los cristianos”.
Asimismo hizo notar que “la Iglesia enfrenta en este inicio del tercer milenio desafíos y problemáticas antes las cuales es necesario velar atentamente para advertir al Pueblo de Dios sobre los falsos profetas, sobre los errores y sobre la superficialidad de propuestas no conformes con las enseñanzas del divino Maestro, nuestro único Salvador”.
“Urge encontrar un lenguaje nuevo para proclamar la fe que nos reúne –continuó-, un lenguaje compartido, un lenguaje espiritual capaz de transmitir fielmente las verdades reveladas, ayudándonos así a construir, en la verdad y en la caridad, la comunión entre todos los miembros del único Cuerpo de Cristo”.
Finalmente reafirmó que la unidad es “don y fruto del Espíritu Santo; pero sabemos también que esta exige al mismo tiempo un esfuerzo constante, animado por una voluntad cierta y una esperanza inquebrantable en la potencia del Señor”.