Al hablar de Tertuliano, el primer autor cristiano en escribir en latín, el Papa Benedicto XVI señaló durante la Audiencia de este miércoles que el cristianismo siempre dialoga con la cultura de su tiempo.
Continuando con su serie de Catequesis sobre la relación entre la persona de Cristo y la Iglesia analizando la vida de los personajes clave de los orígenes de la comunidad eclesial, el Santo Padre habló sobre el autor Tertuliano, nacido en Cartago alrededor del año 150.
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La obra del escritor africano, dijo el Papa, “ha dado frutos decisivos que sería imperdonable minusvalorar” y su influencia se extiende “desde el lenguaje y la recuperación de la cultura clásica, a la individuación de un ‘alma cristiana’ común en el mundo, hasta la formulación de nuevas propuestas de convivencia humana”.
El Papa recordó que Tertuliano “se convirtió al cristianismo atraído, parece ser, por el ejemplo de los mártires”; pero “una búsqueda demasiado individual de la verdad, junto con la intransigencia de su carácter, le llevaron gradualmente a dejar la comunión con la Iglesia”.
En sus escritos apologéticos, Tertuliano se propone dos objetivos: “refutar las acusaciones gravísimas de los paganos contra la nueva religión” y “de forma más propositiva y misionera, comunicar el mensaje del Evangelio en diálogo con la cultura de su tiempo”, explicó.
Además, prosiguió el Santo Padre, el escritor “da un paso enorme en la explicación del dogma trinitario, dándonos en latín, el lenguaje adecuado para expresar este gran misterio, introduciendo los términos ‘una sustancia’ y ‘tres personas’”.
Benedicto XVI destacó también la exhortación de Tertuliano a la esperanza, que “no es simplemente una virtud en sí misma, sino una modalidad que atañe a todos los aspectos de la existencia cristiana. Así la Resurrección del Señor se presenta como el fundamento de nuestra resurrección futura y representa el objeto fundamental de la confianza de los cristianos”.
Tertuliano, siguió el Papa, es siempre “un testigo interesante de los primeros tiempos de la Iglesia, cuando los cristianos empezaron a ser sujetos de ‘nueva cultura’ al confrontarse con la herencia clásica y el mensaje evangélico", y su obra “evoca la continuidad perenne entre los auténticos valores humanos y los valores cristianos”.
También es importante su afirmación de que "un cristiano no puede odiar ni siquiera a sus enemigos, donde las consecuencias morales e ineludibles de la fe, proponen la ‘no violencia’ como regla de vida: y la dramática actualidad de esta enseñanza se hace patente también a la luz del encendido debate entre las religiones”, concluyó.