Al recibir las cartas credenciales del primer embajador de la República Democrática de Timor Oriental, Justino Maria Aparício Guterres ante la Santa Sede, el Papa Benedicto XVI expresó su firme esperanza por el futuro del único enclave católico del sudeste asiático –además de las Filipinas-.
El día de la declaración de independencia nacional de Timor Oriental, 20 mayo de 2002, la Santa Sede estableció relaciones diplomáticas con este país, que logró su independencia de Indonesia y de la opresión islámica luego de una sangrienta lucha.
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En su discurso, el Santo Padre afirmó que la reciente elección del Premio Nobel de la paz José Ramos Horta como Presidente de la República demuestra “la gran madurez cívica del pueblo de Timor, así como la esperanza que tiene en el proceso de construcción de un Estado de derecho democrático”.
El Papa reconoció que al país no le faltan “incomprensiones internas y externas; no se dispone de todos los recursos necesarios para responder a las numerosas necesidades de hogar, salud, educación, empleo; no todos están dispuestos a prescindir de los intereses personales o partidarios”.
Sin embargo, aseguró que la Iglesia y sus pastores -el 98% de los ciudadanos de Timor Oriental son católicos- “es una instancia inspiradora y promotora de una cultura de solidaridad y convivencia pacífica en la justicia, impulsando a las voluntades a colaborar en favor del progreso y del bien común, sin olvidar la atención que merecen los más pobres y desamparados”.
El Papa dirigió luego un llamamiento a las autoridades del país para que “hagan todo lo posible por restaurar un orden público eficiente con medios legales y restituyan a los ciudadanos la seguridad en la vida cotidiana, gracias también a la confianza reencontrada en las instituciones legítimas del Estado”.
La Iglesia, continuó el Pontífice, al iluminar mejor la conciencia moral de los responsables políticos, económicos y financieros… resalta el principio de solidaridad como fundamento de una verdadera economía de comunión y participación de los bienes, en el orden tanto internacional como nacional. Esta solidaridad exige compartir, de modo equitativo, los esfuerzos por resolver los problemas del subdesarrollo y los sacrificios necesarios para superar las crisis económicas y políticas, teniendo en cuenta las necesidades de las poblaciones más indefensas”.
“A través de la promoción integral de las personas se ayudará a los países a desarrollarse, a ser autores de su progreso y socios de la vida internacional y a afrontar el futuro con confianza”, agregó.
seguirán cumpliendo incansablemente su misión evangelizadora, asistencial y caritativa