Pese a las persistentes restricciones del Gobierno, el Cardenal Jaime Ortega y Alamino, Arzobispo de La Habana, manifestó su optimismo ante el futuro de la Iglesia en Cuba debido al incremento de vocaciones sacerdotales y nuevos bautizados.

“En la Iglesia siempre hay una presencia joven, que no es extraordinaria, pero que es una juventud muy interesada, deseosa de formación cristiana”, explicó el Purpurado durante su reciente visita a Los Ángeles para reunirse con los obispos de Estados Unidos en su asamblea anual, luego de la cual fue entrevistado por The Tidings, el diario diocesano de Los Ángeles, y la publicación Vida Nueva.

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“Todos los años en Semana Santa bautizamos a muchos adultos, la mayoría de los cuales son menores de 35 años. En la Arquidiócesis de La Habana bautizamos entre mil y mil 200 personas cada año; luego de pasar por una preparación de un año. Estos nuevos miembros llegan a la Iglesia con una decisión consciente y un deseo de crecer en su vida cristiana”, explicó el Cardenal Ortega.

Para el Arzobispo, las limitaciones que impone el gobierno ya no se refieren a la práctica de la fe. “Tenemos más libertad religiosa. Los límites que enfrentamos como Iglesia ahora se refieren a la imposibilidad de contar con escuelas católicas o enseñar religión en los colegios. Y también están las limitaciones para acceder a los medios”, explicó.

Y es que pese al éxito de las casas misión (lugares que funcionan como parroquias en donde los niños son formados en la fe), la necesidad de iglesias es bastante grande. “Cuando se arregla la iglesia en un pueblo, la vida del mismo se renueva. El templo se convierte así en el símbolo de una continua renovación necesaria para la comunidad católica”, indicó el Cardenal Ortega.

A pesar de los problemas, unos 300 laicos estudian filosofía, historia de la Iglesia, doctrina y teología en el Instituto Padre Félix Varela de La Habana. Además, para el próximo año se espera tener 80 nuevos seminaristas en la capital cubana, y otros 30 en otros lugares del país.

“La visita de Juan Pablo II (en 1998) tuvo un gran impacto en la Iglesia en Cuba: en el crecimiento de las vocaciones, la participación de la Misa y el acercamiento de mucha gente que durante mucho tiempo se mantuvo distante, al seno de la Iglesia”, prosiguió.

“Tengo 23 diáconos en mi diócesis –continuó el Purpurado– que son excelentes personas. Son una bendición de Dios. Si bien son una gran ayuda para el pastor, sólo el sacerdote puede servirlo; por eso los sacerdotes son muy necesarios”.

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