Hoy a las 9:30 (hora local), el Papa Benedicto XVI celebró el Domingo de Ramos ante decenas de miles de fieles reunidos en la Plaza de San Pedro y recordó que, contra lo que hoy enseña el mundo, el verdadero árbol de la vida es la Cruz de Cristo.
El Santo Padre resaltó en su homilía la centralidad de la Cruz, y tras señalar que “hubo un periodo en el cual se despreciaba al cristianismo a causa de la Cruz”, afirmó que “justamente la Cruz es el verdadero árbol de la vida”.
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El Pontífice identificó en afirmaciones como: “la Cruz habla de sacrificio”, “la Cruz es signo de negación de la vida”, “nosotros queremos la vida entera sin restricciones y sin renuncias”, “no nos dejemos limitar por preceptos y prohibiciones”, el lenguaje del demonio que nos dice: “¡No os dejéis asustar! ¡Comed tranquilamente de todos los árboles del jardín!”.
Asimismo, el Pontífice destacó que el evangelio de la Misa de hoy hace ver que Cristo “no llega en una extravagante carroza real, en caballo como los grandes del mundo, sino sobre un asno prestado”, y que con esto daba cumplimiento a la profecía de Zacarías: “¡No temas, hija de Sión! ¡Mira que viene tu Rey montado en un pollino de asna!”.
Seguidamente, el Papa agregó que “para comprender el significado de la profecía, y así el mismo actuar de Jesús, debemos escuchar el texto íntegro de Zacarías, que continúa así: ‘Él suprimirá los cuernos de Efraín y los caballos de Jerusalén; será suprimido el arco de combate, y él proclamará la paz a las naciones. Su dominio irá de mar a mar y desde el Río hasta los confines de la tierra’”.
Rey de los pobres
Su Santidad continuó con una explicación a lo largo de tres pasos. El primero afirma que el Mesías “será un rey de los pobres, un pobre entre los pobres y para los pobres”.
“La pobreza –dijo el Papa– se entiende como aquella de los anawim de Israel, de aquellas almas creyentes y humildes que encontramos en torno a Jesús. Uno puede ser materialmente pobre, pero puede tener el corazón lleno de avaricia de la riqueza y del poder que deriva de la riqueza. Justamente por el hecho de vivir en la envidia y en la avaricia demuestra que él, en su corazón, pertenece a los ricos. Desea cambiar la repartición de los bienes para llegar a estar él mismo en la situación de los ricos”.
“La pobreza en el sentido de Jesús –prosiguió– presupone sobre todo la libertad interior de la avaricia del poder y del desorden por el poder. Se trata de una realidad más grande que una simple repartición diversa de bienes, que se quedaría en el campo material, dejando los corazones más duros. Se trata sobre todo de la purificación del corazón, gracias a la cual se reconoce el poseer como una responsabilidad, como un deber hacia los otros, poniéndose bajo los ojos de Dios y dejándose guiar por Cristo”.
“La libertad interior es el requisito para la superación de la corrupción y la avaricia que devastan el mundo; tal libertad puede ser encontrada solo si Dios se convierte en nuestra riqueza; puede ser encontrada solamente en la paciencia de las renuncias cotidianas, en las cuales ella se desarrolla como libertad verdadera”.
Rey de la paz
A continuación, Benedicto XVI reflexionó sobre el hecho que el Mesías esperado será “un rey de paz: Él hará desaparecer los carros de guerra y los caballos de batalla, partirá los arcos y anunciará la paz. En la figura de Jesús esto se concretiza mediante el signo de la Cruz”.
“La Cruz –agregó– es el arco partido, en un cierto modo, el verdadero arco iris de Dios, que une el cielo y la tierra y tiende un puente sobre los abismos entre los continentes. La nueva arma, que Jesús nos da en las manos, es la Cruz signo de reconciliación, signo del amor que es más fuerte que la muerte”.
Más adelante dijo que “cada vez que hacemos el signo de la Cruz debemos recordar de no oponer a la injusticia otra injusticia, a la violencia otra violencia, recordar que solamente podemos vencer el mal con el bien y jamás dando mal por mal”.
La universalidad
Al referirse al tercer tema, el "preanuncio de la universalidad", el Pontífice dijo que “el reino del rey de la paz se extiende ‘de mar a mar… hasta los confines de la tierra’. Superando toda delimitación, Él, en la multiplicidad de las culturas, crea unidad. Penetrando con la mirada las nubes de la historia, vemos aquí emerger las redes de las comunidades eucarísticas que abrazan todo el mundo, una red de comunidades que constituyen el ‘Reino de la paz’ de Jesús”.
“Cristo domina haciéndose Él mismo nuestro pan y donándose a nosotros. Es en este modo que Él construye su Reino”, dijo el Papa.
Tras haber desarrollado el triple mensaje del profeta, el Santo Padre reflexionó en torno al grito de la gente: “¡Bendito quien viene en el nombre del Señor!”.
“En Jesús –prosiguió diciendo– reconocen a Aquel que verdaderamente viene en el nombre del Señor y lleva la presencia de Dios en medio de ellos. Este grito de esperanza de Israel, esta aclamación a Jesús durante su ingreso a Jerusalén, con buena razón se ha convertido en la Iglesia la aclamación a Aquel que, en la Eucaristía, viene a nuestro encuentro en un modo nuevo”.
Finalmente, el Santo Padre afirmó que en la Eucaristía “saludamos a Aquel que, en carne y sangre, ha llevado la gloria de Dios sobre la tierra. Saludamos a Aquel que ha venido y todavía permanece siempre Aquel que debe venir. Saludamos a Aquel que en la Eucaristía viene siempre nuevamente a nosotros en el nombre del Señor uniendo de este modo en la paz de Dios los confines de la tierra”.