El Arzobispo de Toledo y Primado de España, Antonio Cañizares, ha sido designado por el Papa Benedicto XVI para recibir el capelo Cardenalicio este 24 de marzo. ACI Prensa dialogó en exclusiva con el Cardenal electo sobre la situación de España, los desafíos del secularismo y las esperanzas de la Iglesia.
Aquí el texto de la entrevista:
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¿Qué significa para Ud. y para la Iglesia en España su nombramiento como Cardenal?
Para mí es un motivo de agradecimiento inmenso a Dios y al Papa Benedicto XVI, una llamada a identificarme más con Jesucristo que viene a servir y a desvivirse y dar su vida por nosotros. Un compromiso también en la fidelidad inquebrantable al Santo Padre y de comunión plena y sin fisuras con él y un mayor grado de responsabilidad por sentirme y por estar asociado más estrechamente con un vínculo especial con el ministerio de Pedro.
Asimismo, supone un apoyo a la Conferencia Episcopal Española, un aliento de confianza del Santo Padre en esta Conferencia para que prosigamos sin desmayo la misión que tenemos en esta hora delicada que atraviesa nuestro país.
Hablando de esta “hora delicada”, ¿cómo evalúa la situación cultural y religiosa actual en España?
Vivimos inmersos en un cambio cultural profundo caracterizado por un secularismo, por un proyecto laicista sobre nuestra sociedad, un proyecto que pretende erradicar las raíces cristianas más propias que constituyen nuestros cimientos y un cambio cultural caracterizado también por un nihilismo, por un neo-marxismo, con una pretensión de que Dios no cuente o que quede reducido a la esfera de lo privado. Pero todo eso, efectivamente, no ocurre sin gravísimas consecuencias para el hombre y para nuestra sociedad. Una cultura así no tiene futuro, se vuelve contra el propio hombre.
Ante este reto, la Iglesia está llamada a una nueva y muy decidida evangelización. En su último viaje a España, el Papa Juan Pablo II nos dejó una consigna: “España evangelizada, España evangelizadora: ese es tu camino”. Ante esta realidad cultural dominante que se pretende implantar, el Evangelio es el único camino para nosotros: hacer presente, manifestar y entregar a Jesucristo y todo lo que en Él se nos ha revelado acerca de Dios y acerca del hombre.
“The Washington Post” afirmaba recientemente que hay “Un cisma Iglesia-Estado en España”. ¿Cómo evalúa la actual relación entre la Iglesia y el Estado español? ¿Es cierto que, como asegura el Gobierno, hay una inaceptable ingerencia de la Iglesia en el ámbito civil?
No hay ninguna ingerencia, en absoluto. ¿O es que se llama ingerencia a la defensa de derechos humanos fundamentales como es el derecho a la vida, el defender al ser humano desde el primer instante de su concepción, protegerlo contra manipulaciones o contra su destrucción? ¿Es que es una ingerencia defender la verdad del matrimonio que es únicamente la unión estable entre un hombre y una mujer por un amor abierto a la vida? ¿Lo es acaso proteger al matrimonio y la familia frente al divorcio “rápido”? ¿Es que es una ingerencia defender la libertad de enseñanza y que los padres vean cumplidos su derecho de que sus hijos sean educados o que reciban una formación religiosa y moral conforme a sus propias convicciones religiosas y morales?
Los obispos no estamos haciendo otra cosa sino esto. No estamos metiéndonos donde no tenemos que estar. Nosotros tenemos el deber de hacerlo. De lo contrario, no seríamos buenos obispos que defienden la verdad del ser humano, que denuncian cuando hay un confesionalismo laicista y que trabajan para que no se imponga ese laicismo esencial y heterodójico.
Somos muy concientes de que estamos en un Estado aconfesional y como tal debe ser respetuoso de las distintas confesiones religiosas. El Estado confesional no solamente las permite y tolera sino que hace posible el ejercicio de la fe, de todas las dimensiones de las religiones, también las sociales, éticas y culturales. La aconfesionalidad del Estado es algo garantizado en nuestra Constitución, así como la libertad religiosa. Ésta queda recortada con un laicismo que se pretende, en el fondo, como pensamiento único y que reduce la fe a la esfera de lo privado y no tolera que haya una presencia pública de esa fe, es decir, que no se vean sus consecuencias sociales, económicas y políticas.
Por eso, no es que haya un divorcio, sino sencillamente, dentro del respeto y de la lealtad y de la colaboración que tenemos y debemos tener con el Estado, también exigimos que el Estado no solo tenga en cuenta la realidad de la religión católica en España, que por todas partes tiene unas raíces y unos fundamentos históricos y unas bases de nuestra cultura fundamentales, sino que también sean respetados los principios éticos que son imprescindibles.
Siendo que el problema implica una problemática cultural de fondo ¿Un eventual cambio de Gobierno favorecería acaso la misión de la Iglesia en España?
Yo no entro a un cambio o no de Gobierno. Yo lo que reclamo es, para el bien de España, de nuestra sociedad y de los ciudadanos, que se respeten esos principios y derechos fundamentales, que se sustente y respeten unas bases éticas insoslayables, que no caigamos en un relativismo ético con el cual la democracia se viene abajo. Nosotros cuando defendemos los principios morales, a la persona y su dignidad, grandeza y libertad, el derecho a una formación religiosa y moral, etc., estamos defendiendo la democracia. De otra manera, la suerte de la democracia, en España como en otros países, corre grave riesgo.
Como dijo el Papa Benedicto XVI, estamos inmersos en ese “totalitarismo del relativismo”. Debemos, pues, alzar nuestra voz para que no caigamos en ello. Por eso no es cuestión de cambio de Gobierno sino de que se comprenda de verdad lo que es la autonomía del Estado, lo que es éste al servicio del bien común y lo que es una sociedad democrática que no se sustenta sino con valores fundamentales que son valiosos en sí y por sí mismos, que se sustenta también en la verdad.
En estos momentos, nuestro compromiso, que a su vez brota del compromiso con el Evangelio, con el hombre mismo y con nuestra propia historia, es un servicio a nuestra sociedad española.
Las manifestaciones masivas a favor de la familia y contra el “matrimonio” homosexual y a favor de la libertad de educación ¿podrían estar indicando un renacimiento del catolicismo laical en España?
Para mí es uno de los signos esperanzadores. Si se le quitan las connotaciones políticas que algunos puedan interpretar como de partido o antigobierno –ciertamente estas manifestaciones tienen unas implicaciones políticas– se puede ver que es el compromiso de la fe y de las exigencias morales que se derivan de ella. Y esto para mí es muy esperanzador. Creo que estamos ante un despertar del laicado que no quiere ver reducida su fe a la sacristía sino que sabe perfectamente que hay allí una verdad, un ofrecimiento de algo que el hombre y nuestra sociedad necesitan en estos momentos.
Salir con valentía, con decisión, con libertad, como han salido los laicos hace poco, de un modo tan pacífico, tan ejemplar, incluso tan gozoso y festivo, indica que no se va contra nadie sino que los cristianos queremos que se nos oiga porque estamos convencidos de que la fe en Jesucristo es válida para todos y una riqueza que los hombres de hoy necesitan. Por eso creo que es un momento muy esperanzador, un signo de una nueva primavera en la Iglesia.
En esta “nueva primavera”, ¿los Movimientos tienen un rol protagónico?
Es necesario que los laicos se asocien, que escuchen las llamadas y la voz del Espíritu Santo en estos momentos que está llamando a la Iglesia. Porque los nuevos Movimientos son, sin duda alguna, una obra del Espíritu y, por consiguiente, le están indicando a los laicos los caminos por los que pueden con eficacia y con verdad encauzar cada día más ese compromiso evangélico, ese vivir con las exigencias que brotan del Evangelio, exigencias evangelizadoras, humanizadoras, de la salvación eterna de esa nueva humanidad.
¿Cuáles son los desafíos de la Iglesia en su misión “ad intra” en España? ¿Qué es lo que hay que hacer como tarea prioritaria?
El desafío que tiene la Iglesia en todas partes, pero particularmente en España, es que la gente crea, que los jóvenes crean, que no se tenga miedo a Jesucristo. Hay un desafío al interior que es el de consolidar la experiencia y comunión cristiana y eclesial, ofrecer una formación cada día más sólida y rigurosa a los cristianos para que den razón de su fe y tengan un conocimiento mayor de esa fe en fidelidad concreta al Magisterio y Tradición de la Iglesia que permita la superación de desviaciones y lagunas doctrinales que impiden vivir la fe en toda su verdad e intensidad.
Son retos al interior de la Iglesia que permitirán cumplir con ese reto mayor, permanente y de siempre, pero que hoy se siente con mayor urgencia que es el de llevar sin temor el Evangelio, es decir, evangelizar. Cuando el Papa Juan Pablo II en su última visita a España nos decía “España evangelizada, España evangelizadora: ese es tu camino”, nos estaba trazando la respuesta a los retos que actualmente tenemos. Evangelizar supondrá humanizar, evangelizar reclamará una convivencia mayor, evangelizar supondrá hacer presente en obras y palabras la verdad de Dios y la verdad del hombre inseparables. Y eso es garantía de futuro.
¿Cuál debe ser el aporte de la Iglesia en América Latina a la Iglesia universal?
El aporte es que ese vigor que tiene la fe cristiana en América, vigor en sus comunidades, en tantos y tantos obispos y catequistas, ese vigor que es frescura, que es un cristianismo vivo, fresco y evangélico, se consolide y fortalezca sin ningún temor o miedo pues es allí donde está el futuro de una América que saldrá de tantas pobrezas pero que, sobre todo, ofrecerá al mundo el testimonio de Jesucristo como salvación, como esperanza verdadera, como razón de ser del hombre, como fuente de un amor verdadero y empeñativo en el servicio a los últimos y también con una fe vigorosa que evangelice otras latitudes de la tierra que se están quedando sin brazos para evangelizar.
¿Abre Ud. la posibilidad a que Europa sea reevangelizada por América Latina?
Probablemente sean los hermanos de América Latina los que vengan a nosotros, como nosotros fuimos allí, para que el Evangelio adquiera en medio de nosotros toda su fuerza y para que recuperemos el vigor de una fe vivida, pensada, con capacidad para transformar nuestra sociedad y nuestra cultura.
El Arzobispo de Toledo es sumamente crítico frente la situación cultural de hoy. Sin embargo, a la vez, es una persona muy esperanzada en la realización de la misión de la Iglesia...
No puedo ser nada más que un hombre de esperanza. Y la esperanza es Jesucristo. Con Él no podemos tener miedo al futuro. Al contrario, sin Él es como podríamos temer ese futuro.
La única riqueza verdadera y honda de la Iglesia y de la humanidad no es otra sino Jesucristo. Precisamente cuando la Iglesia vive desde allí, cuando Cristo es el tesoro para la humanidad, podrá decir a otros hombres que no lo conocen o que no lo viven “No tengo oro ni plata. Lo que tengo te doy. En nombre de Jesucristo, levántate y anda”. Y la humanidad parada, anquilosada, sin futuro, desesperanzada, la humanidad del vacío, la humanidad que tolera que tantos hermanos pasen hambre y no tengan lo necesario, esa humanidad se pondrá en camino con decisión hacia ese futuro que es el futuro de Dios cuya gloria es que el hombre viva, la grandeza del hombre al que, además, ha amado de tal manera que le ha dado a su Hijo, que le ha amado hasta el extremo, que ha pagado el precio de la sangre de su Hijo, que es la sangre de Dios, que lo ha apostado todo por él y que ciertamente no lo deja en la estacada.
¡Esa es la esperanza! Por eso, ante lo que estamos viviendo, no puedo dejar de ser un hombre lleno de esperanza, como lo es el Papa Benedicto XVI, como lo fue Juan Pablo II. El diagnóstico de este último sobre Europa en su Exhortación Apostólica Ecclesia in Europa era muy severo. Sin embargo, es un canto a la esperanza y ésta es Jesucristo. No hay otra. Y esto no es exclusión, ni intransigencia ni intolerancia sino testimonio de que es cierto y de que, esperamos, todos pudieran participar de esta certeza, de este gozo y de esta misma esperanza.