El día de hoy el Santo Padre recibió a más de siete mil peregrinos en el Aula Pablo VI y meditando sobre la “Semana de oración por la Unidad de los Cristianos” recordó que el movimiento ecuménico es posible por la comunión en Cristo y tiene como centro la obediencia al Evangelio.
En sus palabras iniciales el Papa Benedicto XVI expresó la importancia “de reflexionar sobre el drama de la división de la comunidad cristiana y pedir al mismo Jesús que ‘todos sean uno para que el mundo crea’”.
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De este modo el Papa introdujo el inicio de la “Semana de oración por la Unidad de los Cristianos”, oración que “involucra en formas, tiempos y modos diversos católicos, ortodoxos y protestantes, reunidos por la fe en Jesucristo, único Señor y Salvador”.
Tras recordar que el movimiento ecuménico está constituido por “las oraciones públicas y privadas, la conversión del corazón y la santidad de vida”, Su Santidad afirmó que “la obediencia al Evangelio para hacer la voluntad de Dios con su ayudo necesario y eficaz” es el centro del problema ecuménico.
“La comunión en Cristo –continuó– sostiene todo el movimiento ecuménico e indica el fin mismo de la búsqueda de la unidad de todos los cristianos en la Iglesia de Dios”.
Seguidamente el Papa hizo un llamado a rezar por la unidad, recordando también que “la presencia de Jesús en la comunidad de los discípulos y en la misma oración es lo que garantiza la eficacia”.
Asimismo el Pontífice agradeció al Señor por “la nueva situación fatigosamente creada por las relaciones ecuménicas entre los cristianos en la reencontrada fraternidad, por los fuertes lazos establecidos, por el crecimiento de la comunión y por las convergencias realizadas en los varios diálogos”.
Terminando su discurso, Benedicto XVI exhortó nuevamente a los fieles a rezar “para que seamos concientes que la santa causa del restablecimiento de la unidad de los cristianos supera nuestras pobres fuerzas humanas y que la unidad en definitiva es don de Dios”.
Seguidamente el Papa leyó un resumen de sus palabras en diversas lenguas y saludó a los diversos grupos de fieles llegados a Roma de todas partes del mundo. A continuación entonó el Pater Noster e impartió la Bendición Apostólica.