El Arzobispo de Barcelona, Mons. Lluis Martínez Sistach, recordó a los fieles la importancia para la Iglesia de la fiesta de Todos los Santos y la de los Fieles Difuntos, como dos “fiestas cristianas que celebramos muy unidas” con un gran “contenido teológico y espiritual”.
Al explicar la fiesta de Todos los Santos, Mons. Martínez resaltó que esta conmemoración marca la entrada para la siguientes fiestas, siendo una solemnidad de la “asamblea celestial” que recuerda la vocación universal que tienen los cristianos a la santidad como la “primera y fundamental vocación de los bautizados” y “expresión de su gran dignidad”.
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Refiriéndose a la conmemoración de Todos los Fieles Difuntos, el Prelado explicó que en este día nuestra plegaria sirve para encomendar a los difuntos a la misericordia de Dios, por lo que el cimiento de esta plegaria es la intercesión de la fe y la comunión cristiana en la “fuerza de la muerte y de la resurrección de Cristo”.
En estas dos fiestas se evidencia la comunicación de todos los santos, que consiste en que “todos los cristianos que integran la Iglesia en cualquiera de sus tres etapas –peregrina, purgante y triunfante– existe una verdadera comunicación espiritual de bienes, como consecuencia de la unión de todos los creyentes con Jesús y en la Iglesia, que es su Cuerpo”.
El Prelado explicó que por estas dos importantes fechas se puede señalar que la verdadera historia de la Iglesia es celestial, porque la “Iglesia terrenal lleva en ella la presencia del Reino de Dios”, y los cristianos gozamos entonces de un “patrimonio común formado por los méritos de Cristo y las buenas obras y la plegaria de la Virgen Santísima y de los Santos”.
La tradición de estas conmemoraciones
En su comunicado, el Arzobispo de Barcelona explicó que la fiesta en memoria de Todos los Santos comenzó en el siglo V con la realización de plegarias eucarísticas. El culto se fue desarrollando de forma progresiva, luego de haber comenzado con la pequeña costumbre de hacer memoria de los mártires de cada iglesia diocesana.
“Una fiesta de Todos los Santos ya es conocida en el siglo V en unas cuantas Iglesias de Oriente, desde donde pasó a Roma. El 13 de marzo de 610, el Papa Bonifacio IV transformó en iglesia el Panteón romano y lo dedicó a María y a los mártires, e hizo de este día la fiesta de Todos los Santos, que el año 835 el Papa Gregorio IV pasó al día 1 de noviembre”.
Del mismo modo, la plegaria a los difuntos es una de las prácticas que viene desde los mismos orígenes del cristianismo, pero que tiene “raíces religiosas profundas” y adquirió nuevas dimensiones gracias a la fe cristiana, puesto que en el cristianismo esta plegaria “se fundamenta en la comunión con los que han muerto y en la experiencia de la condición pecadora que nos corresponde”.
Hoy, explicó Mons. Martínez, se evidencia entonces que “nuestra fe cristiana es un culto a la vida y proclamación de que la muerte no tiene la última palabra en la historia humana” puesto que Dios es un “Dios de vivos y por el Espíritu Santo, nos da la Vida en Jesucristo resucitado”, y estas dos fiestas dan el sentido auténtico a la muerte, como una realidad “profundamente humana”.