El Cardenal argentino Jorge Mejía, recientemente retirado de un largo y entregado servicio en el Vaticano, presentó en esta ciudad sus memorias, en las que comparte experiencias y vivencias de su fructífera trayectoria.
En el libro de 300 páginas titulado Historia de una identidad, el Purpurado de 82 años recorre, paso a paso, momentos de su vida, teniendo como trasfondo las diversas circunstancias eclesiales de las que le tocó ser testigo privilegiado. Especialmente los últimos 50 años de la historia de la Iglesia y de modo particular del Pontificado de Juan Pablo II, a quien lo unía una vieja amistad desde la época en que, recién ordenados sacerdotes, fueron compañeros de clase en una universidad en Roma.
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El libro relata los años de servicio eclesial del Cardenal Mejía, cuando dirigía la prestigiosa revista “Criterio” en Argentina, que en no pocas ocasiones le significó ser destinatario de incomprensiones y de “dolores de cabeza”.
En 1977 fue llamado a servir en el Vaticano, cuando lo nombraron secretario de la comisión de Relaciones con el Judaísmo, época en que inicia una reconocida y fructífera labor en la Santa Sede.
Uno de los pasajes más conmovedores de estas memorias es el recuerdo de la mañana del pasado 2 de abril, cuando un impulso interior lo llevó a querer ver a su viejo amigo, el Papa agonizante. Tenía pocas esperanzas de lograrlo, pero lo consiguió. Pesó, quien sabe, su larga relación con él. Al entrar en su dormitorio, se arrodilló junto a la cama, y tomándole fuertemente el brazo derecho,
—Jorge—, alcanzó a decirle Juan Pablo II abriendo los ojos.
—Santo Padre, ¡la vida por usted!—, le dijo Mejía.