Con el fin de realizar “un saludable ejercicio de la memoria”, la Agencia Informativa Católica Argentina (AICA), recordó en una nota los 50 años de la quema de iglesias en Buenos Aires, luego de una serie de desórdenes que conmocionaron la ciudad durante la dictadura del general Juan Domingo Perón.
“El triste suceso merece ser evocado –señala la nota–, no para reabrir heridas sino como un saludable ejercicio de la memoria” de “un negro capítulo de nuestra historia de país católico y una lección para siempre”.
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El texto explica que el desencuentro entre el gobierno y la Iglesia venía de varios meses atrás, pese a que las relaciones entre ambos “habían sido óptimas”.
AICA recuerda que resultado de estas buenas relaciones fueron la ley de educación religiosa, la consagración del país a la Virgen de Luján, la ayuda a las diócesis pobres, entre otras cosas promovidas por el mismo Perón; pero que debieron “haber despertado los celos de algún sembrador de cizaña” que presentó a “obispos, sacerdotes y dirigentes católicos como contrarios al Gobierno”.
Estas calumnias llevaron al Gobierno a dar una serie de medidas contra la Iglesia. Un ejemplo fue la supresión de “importantes feriados religiosos como el Corpus Christi” y la prohibición de la procesión en torno de la Plaza de Mayo”. Ante esto, las autoridades eclesiales trasladaron la solemnidad al sábado siguiente, 11 de junio, y realizaron la procesión dentro de la Catedral.
Terminada la procesión, “fieles, y algunos no tanto, pero adversarios del gobierno”, desbordaron el templo y tras la celebración, “sin que nadie impartiera órdenes”, formaron “una marcha pacífica de protesta” que en gran número pasó por el Congreso Nacional y donde un manifestante instaló “una bandera papal”. La manifestación concluyó en la Plaza San Martín.
Sin embargo, relata AICA, desde el Gobierno se acusó a los católicos de haber quemado una bandera argentina durante la marcha. La nota explica que quien quemó dicha bandera fue “un agente de policía cumpliendo órdenes” que no eran de la Iglesia. Sin embargo, se desencadenó “una fiebre de desagravios oficiales” y se expulsó del país al Obispo Tato y Mons. Novoa, tras acusarlos de subversión.
“Algo parecido les ocurrió a los centenares de laicos que el domingo 12 de junio (...), enterados de que se tramaba un ataque contra la Catedral, fueron a defenderla sin más armas que sus brazos y terminaron en la cárcel de Villa Devoto”, señala AICA.
En medio de toda esta confusión, el 16 de junio, algunos aviones atacaron la Casa Rosada (sede del Gobierno), con el propósito de matar al general Perón. A su vez, la Confederación General del Trabajo (CGT) llamó a los trabajadores a “defender al líder” movilizándose hacia la Plaza de Mayo; el resultado: más muertos.
Ese día, señala la nota, “ardieron por oscuros designios el palacio arzobispal y su rico archivo”. También fueron incendiadas las iglesias de Santo Domingo. San Francisco, Capilla de San Roque, San Ignacio de Loyola, Nuestra Señora de la Merced, San Miguel Arcángel, Nuestra Señora de la Piedad, Nuestra Señora de las Victorias, San Nicolás de Bari, San Juan Bautista.
“De la Catedral, contigua a la Curia, los pirómanos respetaron el mausoleo del Libertador, pero causaron graves daños en la Capilla del Santísimo”, recordó.
paz y concordia