El Arzobispo de Lima y Primado del Perú, Cardenal Juan Luis Cipriani, presentó a Santo Toribio de Mogrovejo, “Apóstol del Perú”, como modelo de vida y servicio para los obispos de todo el continente.
El Purpurado inauguró las celebraciones por el IV Centenario de la muerte de Santo Toribio, el segundo Arzobispo de Lima y Patrono del Episcopado Latinoamericano, con una Solemne Eucaristía celebrada en la Basilica Catedral Metropolitana junto a más de cien cardenales y obispos de toda América y la Santa Sede. Los pastores presentes llegaron a Lima para participar en la 30° Asamblea del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) y celebrar los 50 años de este organismo eclesial.
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En su homilía, el Cardenal Cipriani presentó al Santo peruano de origen español como “modelo en el ejercicio del ministerio y nuestro intercesor ante Dios para que podamos estar siempre a la altura de lo que Dios espera de nosotros y de lo que la Iglesia necesita”.
El Pastor de Lima recordó que “Santo Toribio de Mogrovejo fue muy consciente que el ministerio pastoral sólo tiene sentido si se vive en santidad y promueve santidad: fue una evangelización para la santidad”.
Al evocar la vida y obra del santo peruano, el Cardenal Cipriani señaló que en él se observa “un obispo que se entrega con exuberante generosidad a su ministerio sin importarle las dificultades e inconvenientes que pueda encontrar”.
Afirmó que “el secreto de la santidad de Toribio como la de cualquier santo, fue su cercanía con Dios, su fidelidad a la oración, elemento fundamental de su ministerio apostólico. Y es que en la vida espiritual se progresa en la medida que se reza”.
El Cardenal Cipriani relató que Santo Toribio recorrió durante diez años el complejo territorio del Perú en tres visitas pastorales porque “el amor de Cristo le urgía a una insaciable sed de salvación de las almas”.
Asimismo, destacó su interés por cumplir “el ministerio de la Palabra”. Esta preocupación llevó a la publicación durante su gobierno pastoral del “catecismo trilingüe” en castellano, quechua y aymara para que todos los fieles pudiesen “conocer los fundamentos de la fe cristiana”.
El Cardenal Cipriani aseguró que “el amor por los necesitados fue también un rasgo característico de la fisonomía espiritual del Apóstol del Perú” que se hizo patente en innumerables gestos realizados por el santo “que van desde el trato afable que brinda a los indios y a los necesitados, pasando por la entrega a los pobres de los bienes que podría percibir llegando hasta la donación de sus propios vestidos y enseres domésticos”.
“En Santo Toribio reforzamos nuestra convicción de que el tiempo entregado a Dios es garantía de una fiel entrega al cumplimiento de los propios deberes y al servicio fraterno”, indicó.
Finalmente, señaló que “en este santo obispo se descubre que una oración intensa no aparta del compromiso en la historia: abriendo el corazón al amor de Dios, lo abre también al amor de los hermanos, y nos hace capaces de construir la historia según el designio de Dios”.
El Apóstol del Perú
Santo Toribio de Mogrovejo nació en Mayorga, España, en 1538. Este personaje excepcional en la historia de Sudamérica se graduó en derecho. Había sido nombrado Presidente del Tribunal de Granada (España) cuando el emperador Felipe II le propuso al Papa que lo nombrara Arzobispo de Lima.
En 1581 llegó Toribio a Lima como Arzobispo y se dedicó con todas sus energías a lograr el progreso espiritual de sus súbditos. La ciudad estaba en una grave decadencia espiritual; los conquistadores cometían muchos abusos y los sacerdotes no se atrevían a corregirlos. El Arzobispo empezó a atacar todos los escándalos.
Santo Toribio se propuso reunir a los sacerdotes y obispos de América en Sínodos o reuniones generales para dar leyes acerca del comportamiento que deben tener los católicos. Cada dos años reunía a todo el clero de la diócesis para un Sínodo y cada siete años a los de las diócesis vecinas.
Fundó el primer seminario de América y casi duplicó el número de parroquias o centros de evangelización en su arquidiócesis.
Murió el 23 de marzo de 1606, un Jueves Santo, en una capillita de Zaña a 440 kilómetros al norte de Lima donde estaba predicando y confirmando a los indígenas. Santo Toribio administró el sacramento de la confirmación a tres santos peruanos: Santa Rosa de Lima, San Francisco Solano y San Martín de Porres. El Papa Benedicto XIII lo canonizó en 1726.