Cientos de miles de peregrinos de todos los rincones del planeta convirtieron esta mañana a Roma en la capital del mundo para dar el último adiós al Papa Juan Pablo II, "El Grande".
Miles pasaron la noche en los alrededores de la Basílica Vaticana y el muro que protege la Ciudad del Vaticano esperando un sitio cerca del atrio de la Basílica de San Pedro para acompañar lo más cerca posible al Pontífice. Otros tantos durmieron al aire libre en campos como Tor Vergata y ambientes adaptados por la Protección Civil Romana. Muchos llegaron de Polonia a quienes se les identificaba por la bandera roja y blanca de la tierra natal del Papa.
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El ingreso a la Plaza de San Pedro fue habilitado a las seis de la mañana, unas cuatro horas antes de la Misa, con la ayuda de miles de miembros de las fuerzas del orden. La circulación vehicular fue totalmente suspendida para los particulares y las calles en las cercanías de la Ciudad del Vaticano bloqueadas y restringidas únicamente al paso peatonal.
Numerosos helicópteros cubrieron un amplio radio para garantizar la seguridad y las vías de escape. Desde lo alto, Roma parecía un pueblo fantasma, mientras que en las inmediaciones de la Plaza de San Pedro las calles lucían repletas de ríos de personas.
En toda la Vía de la Conciliación, que conecta el río Tíber con la Plaza de San Pedro, se instalaron seis pantallas gigantes y numerosos altoparlantes para que los fieles pudieran seguir la celebración de la Eucaristía.
En la Plaza hubieron cientos de banderas de las diversas delegaciones y varias tenían lemas como “Adiós Juan Pablo II El Grande” o “Santo ya”.
A pesar de la cantidad de peregrinos, el orden se ha mantenido y el ambiente fue de regular calma. Las personas esperaron pacientemente el inicio de la Santa Misa, entre aplausos, cantos y oraciones.
Son conmovedores los testimonios de afecto hacia el Santo Padre de los miles de peregrinos que primero desfilaron para ver su cuerpo y repitieron el sacrificio para acompañarlo en esta última Eucaristía.