En su habitual reflexión dominical durante el rezo del Ángelus, el Papa Juan Pablo II pidió a los jóvenes continuar “sin cansarse en el camino tomado para ser en todas partes testimonio de la Cruz gloriosa de Cristo”.
“¡No tengan miedo! La alegría del Señor, crucificado y resucitado, sea vuestra fuerza, y María Santísima esté siempre a vuestro costado”, señaló el mensaje leído por el Sustituto de la Secretaría de Estado, Mons. Leonardo Sandri.
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Dirigiéndose a los jóvenes reunidos en la Plaza San Pedro, el Papa recordó la próxima celebración de la Jornada Mundial de la Juventud en Colonia donde “se veneran las reliquias de los Magos, razón por la cual son en un cierto sentido vuestras guías hacía aquella cita. Ellos llegaron del Oriente para rendir homenaje a Jesús y declararon: ‘Hemos venido a adorarlo’. Estas palabras, tan ricas de significado, constituyen el tema de vuestro itinerario espiritual y catequístico hacia la Jornada Mundial de la Juventud”.
También se dirigió a la juventud diciendo que “hoy ustedes adoran la Cruz de Cristo, que portan por todo el mundo, porque han creído en el amor de Dios, revelado plenamente en Cristo crucificado”.
“¡Queridos jóvenes! Cada vez me doy más cuenta de cuanto ha sido providencial y profético que justo en este día, el Domingo de Ramos y de la Pasión del Señor, haya sido vuestra Jornada. Esta fiesta contiene una gracia especial, aquella de la alegría unida a la Cruz, que resume en sí el misterio cristiano”, indicó.
El Papa no pronunció palabra alguna, pero agitó con firmeza una rama de olivo que luego dejó a un lado, para saludar e impartir la bendición a unos 50 mil peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro.
Aunque no estuvo presente en la tradicional Misa del Domingo de Ramos, Juan Pablo II siguió la celebración por televisión, según informó Mons. Sandri.
La Misa fue celebrada por el Cardenal Camilo Ruini, que se refirió a Juan Pablo II y destacó "la energía proveniente de la cruz, que hoy trasluce con especial claridad en el rostro fatigado del Santo Padre".
También estuvo dedicada al anciano Pontífice la primera plegaria de los fieles, en la que se pidió que "su testimonio de fe a Cristo sea para todos los jóvenes del mundo un ejemplo y modelo de amor supremo".
Antes de la celebración tuvo lugar la tradicional procesión de sacerdotes, obispos y cardenales hasta el obelisco central de la Plaza de San Pedro, desde donde las palmas y los ramos de olivo de los fieles fueron bendecidos por el Purpurado.