Al recibir a los miembros de la Rota Romana, el Papa Juan Pablo II advirtió que los procesos de nulidad matrimonial “tienen una relación esencial con la búsqueda de la verdad objetiva”.
El Santo Padre recordó que “desde siempre la cuestión ética es puesta con especial intensidad en cualquier tipo de proceso judiciario. Los intereses individuales y colectivos pueden inducir a las partes a recurrir a varios tipos de falsedad y hasta de corrupción con tal de conseguir sentencia favorable”.
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Agregó que “de este riesgo no son inmunes los procesos canónicos” y precisó que “en nombre de supuestas exigencias pastorales, algunas voces se han elevado para proponer el declarar nulas las uniones totalmente fallidas. Para obtener tal resultado se sugiere recurrir al expediente para mantener las apariencias procesales y sustanciales, disimulando la inexistencia de un verdadero juicio procesal”.
Según el Papa, “es evidente la objetiva gravedad jurídica y moral de tales comportamientos, que no constituyen seguramente la solución pastoralmente válida a los problemas existentes por la crisis matrimonial”.
“Gracias a Dios, no faltan fieles cuya conciencia no se deja engañar, y entre ellos se encuentra también no pocos que, a pesar de estar involucrados en primera persona en una crisis conyugal, no están dispuestos a resolverla sino siguiendo la vía de la verdad”, indicó.
En este contexto, advirtió que “los obispos están llamados a comprometerse en primera persona para cuidar de la idoneidad de los miembros de los tribunales de los que ellos son los moderadores, y para acertar la conformidad de las sentencias con la recta doctrina”.
“La deontología del juez tiene su criterio inspirador en el amor por la verdad. Él debe estar sobretodo convencido que la verdad existe. Para ello ocurre buscarla con auténtico deseo de conocerla, a pesar de los inconvenientes que de tal conocimiento puedan derivar. Se necesita resistir al miedo de la verdad, que a veces puede nacer del temor de molestar a las personas. La verdad, que es Cristo mismo, nos libera de toda forma de compromiso con mentiras interesadas”, explicó.
Siguiendo su reflexión sobre la labor del juez dijo que “aquel que verdaderamente actúa como juez, es decir con justicia, no se deja condicionar ni por sentimientos de falsa compasión por las personas ni por falsos modelos de pensamiento, incluso estando estos difundidos en el ambiente. Él sabe que las sentencias injustas no constituyen jamás una verdadera solución pastoral, y que el juicio de Dios sobre el propio actuar es aquello que cuenta para la eternidad”.
Juan Pablo II también precisó que “el juez debe atenerse a las leyes canónicas, rectamente interpretadas. Por ello jamás debe perder de vista la intrínseca conexión de las normas jurídicas con la doctrina de la Iglesia. Separar las leyes de la Iglesia de las enseñanzas magisteriales revela una mentalidad positivista. En realidad, la interpretación auténtica de la palabra de Dios, operada por el magisterio de la Iglesia, tiene valor jurídico en la medida en que atañe al ámbito del derecho”.