El Director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, Joaquín Navarro Valls, aclaró este fin de semana que la entrega de las reliquias de los Santos Juan Crisóstomo y Gregorio Nacianceno al Patriarca Bartolomé I no fue un acto de “reparación” sino de comunión.
Navarro Valls observó que “algunos medios de comunicación han difundido la noticia de que el gesto del Papa Juan Pablo II, de gran importancia eclesial y expresión de la ‘comunicatio in sacris’ existente entre el Oriente y el Occidente cristianos, sea una ‘reparación’ y un modo para el Papa de ‘pedir perdón’ por parte de la Iglesia Católica por la sustracción de las reliquias al Patriarcado ecuménico durante la cruzada del siglo XIII”.
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El vocero de la Santa Sede explicó que “esa interpretación es inexacta desde el punto de vista histórico porque, entre otras cosas, los restos mortales de San Gregorio Nacianceno llegaron a Roma en el siglo VIII, en la época de la persecución iconoclasta, para ponerlas a salvo”.
“Sin negar los trágicos acontecimientos del siglo XIII, con el regreso –no la restitución- a Constantinopla de las reliquias de los dos Santos, igualmente venerados en Oriente y en Occidente, ejemplos luminosos de la búsqueda de la unidad y de la paz de la Iglesia de Cristo, más allá de las polémicas y de las dificultades del pasado, en el tercer milenio se quiere volver a proponer este ejemplo edificante y suscitar una oración coral de los católicos y de los ortodoxos para su comunión plena”.
Las reliquias
Las reliquias de San Gregorio Nacianceno fueron trasladadas desde Constantinopla a Roma por varias monjas bizantinas en el siglo VIII en la época de las persecuciones iconoclastas de los emperadores León III Isaurico y Constantino, que negaban el culto a las imágenes sagradas y se perseguía a quienes las venerasen.
Las reliquias se conservaron en la Iglesia romana de Santa Maria en Campo Marzio hasta que el Papa Gregorio XIII en 1580 pidió a las religiosas que las trajeran a la basílica vaticana y se colocaron debajo del altar de la Capilla Gregoriana.
El Pontífice quiso sin embargo que las monjas conservaran una reliquia perteneciente al brazo del santo.
San Juan Crisóstomo murió en el exilio y sus reliquias fueron trasladadas a Constantinopla por orden del emperador Teodosio. Permanecieron en este lugar hasta la época del imperio latino de Occidente (1204-1258), cuando fueron transportadas a Roma.
En 1990 se trasladaron al altar de la Capilla del Coro en la basílica de San Pedro, una vez restaurado.