Las procesiones de Semana Santa en la capital andaluza son una de las tradiciones más emblemáticas de España. Cada año, los miembros de las cofradías se preparan con fervor para ser parte de este esperado evento, manifestación genuina de la piedad popular.

Recibe las principales noticias de ACI Prensa por WhatsApp y Telegram
Cada vez es más difícil ver noticias católicas en las redes sociales. Suscríbete a nuestros canales gratuitos hoy:
Reconocidas mundialmente, sus imágenes desfilan por la ciudad durante los días santos al compás de las saetas y bandas de música. Y basta sólo un segundo, ese fugaz instante en el que la mirada de la Virgen o del Cristo crucificado se encuentra con la tuya, para comprender el misterio de nuestra fe.

Seguir las procesiones de Semana Santa en Sevilla no es una tarea fácil. Cada paso, con su itinerario y recorrido hasta la imponente catedral, convierten el mapa de su centro histórico en una suerte de rompecabezas a contrarreloj.


Los fieles y turistas sortean las laberínticas y engalanadas calles para vivir de cerca el espectáculo donde converge el arte y la más pura devoción popular. Como escribió con acierto el gaditano José María Pemán, en Semana Santa, Sevilla “reza con arte”.


Un viraje al son de tambores o el palio que envuelto en incienso se mece al ritmo de los campanilleros son como pequeños destellos que iluminan el alma e invitan, de una manera especial, a reflexionar sobre el sacrificio que el Hijo de Dios hizo para redimirnos.
La multitud eleva su mirada mientras se agolpa con el corazón en vilo y llanto silencioso hasta el conjunto procesional, con gran respeto a los nazarenos que con sus cirios preceden el paso llevado por los costaleros.



Los más pequeños buscan a sus padres entre los penitentes que cargan con la cruz, mientras escuchan a lo lejos las indicaciones del capataz, esbozando en su memoria los primeros recuerdos de la mejor de las herencias.

Cada gesto, cada paso, cada indicación están cuidadas al detalle, con una precisión casi artesanal, la misma con la que los hilos dorados se entrelazan en el manto de la Virgen.
Una exactitud que tan sólo se ve amenazada por las lluvias, el único impedimento que encuentran los pasos para hacer su recorrido.

La saeta dedicada a la Virgen de la Paz a su paso por la Plaza de España el Domingo de Ramos, el vaivén del San Gonzalo en el barrio de Triana, el misterio de la Hermandad de la Amargura frente al convento de las Hermanas de la Santa Cruz, la solemnidad de Jesús de la Pasión en el Jueves Santo, o los requiebros a la Virgen de la Macarena en la “Madrugá” del Viernes Santo.
Cada imagen tiene su historia y evoca en los testigos afortunados el recuerdo vivo de la Pasión de Cristo, que ya no camina solo.


El asombro es compartido, y lo sienten tanto los cofrades que han crecido al amparo de estas imágenes como los turistas que se topan con ellas por azar.

De alguna manera, Sevilla con sus cofradías, nazarenos y saetas, parece reescribir cada Semana Santa la historia del Calvario. Como si cada procesión gritara al mundo que Cristo no está sólo. Y que su Madre, tampoco.

