Desde hace 15 años, Águeda Rey convive con la Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA), pese a lo cual, ha encontrado la razón que le permite afirmar que vive el momento más venturoso de su existencia: “Contemplar a Jesús en el Calvario”.

Casada hace 30 años con Alejandro, que es su particular cireneo a diario desde que le diagnosticaron la enfermedad, Águeda escribe desde 2011 un blog muy personal, Reflexiones del alma, en el que deja traslucir su vida de fe.

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Este Lunes Santo, bajo el título La felicidad máxima, ha explicado la raíz profunda existencial que le permite afirmar que, pese a la gravedad de su situación, “nunca he sido tan feliz como lo soy ahora”. 

“El hombre vive de la Verdad y de ser amado, de ser amado por la Verdad”. Esta cita de Benedicto XVI en su libro Jesús de Nazaret, resume para esta madre de tres hijos “la esencia de la vida humana”. 

Una certeza que es capaz de afirmar ahora, pero que en su vida pasada, cuando no tenía fe, se le escapaba. Ahora, sin embargo, proclama que saberlo “empuja hacia una existencia abandonada en su Sacratísimo Corazón y a no hacer ni decir nada que no le incluya a Él”. 

“Es un estado de confianza tal que desaparece todo temor, lo que implica una felicidad esencial, que no se perturba por nada”, añade en su reflexión. 

Águeda recuerda que hace tiempo “estaba muy lejos de la verdad y del Amor”, motivo por el que “era la mujer más desgraciada del mundo”. Tanto, que entró en una iglesia a desahogarse ante una imagen de Jesús crucificado.

“De ese rato me llevé la convicción en el corazón de algo que sabía desde siempre en mi entendimiento: que Jesús había muerto por mí, concretamente por mí, no como parte de un grupo”, describe. 

Pese a la conmoción vital que le supuso, reconoce que “tenía el corazón demasiado endurecido”. Aún con todo, inició un camino para “volver a los brazos de mi Madre la Iglesia”, aunque fuera tibio. 

Así pasaron unos años hasta que llegó el diagnóstico de la ELA: “Entonces me di cuenta de que mi fe blandengue era insuficiente para enfrentarme a la muerte que me esperaba a la vuelta de la esquina, como quien dice”. 

Sin poder explicar cómo ha sido recorrer este tramo de la vida, Águeda sí es capaz de describir por qué hoy es más feliz que nunca: “Contemplar a Jesús en el Calvario transforma, renueva la vida, aunque es un proceso lento, en mi caso al menos. Por supuesto que hay que acompañarlo del Evangelio, Misas, adoraciones, formación y buenas lecturas. El hambre de Dios ayuda mucho, no hay pereza”.

A su entender, “el hambre y la perseverancia son premiadas por Jesús, que como no se deja desbordar en generosidad, desborda toda expectativa; pero todo brota de una convicción, que en Jesús está la razón de la vida, que en él cobra todo sentido; y sin él, nada funciona”.

En este sentido, uno cae en la cuenta de que un simple agradecimiento por la Redención es “totalmente insuficiente, pobre, raquítico”, por lo que en ocasiones tratamos de compensarlo con nuestro amor “torpe y raído”, hasta que nos damos cuenta de que esto es imposible.

“Entonces te abandonas y ya solo disfrutas y te dejas hacer por Dios, que es lo que él quiere. Vivir así, con un sentido pleno de todo lo que haces y vives, es la felicidad máxima en esta tierra”, concluye.