Mario Cabrera, el único seminarista de la Diócesis de Salamanca (España), reflexiona sobre su visión del sacerdocio, la necesidad de dar esperanza al mundo y el reto de responder a la vocación.
Hace seis años que Mario se forma, en compañía de otros seminaristas provenientes de diferentes diócesis, para responder a la vocación recibida del Señor. “no hay que tener miedo a equivocarse. Al final, sea mi camino o no, la vocación consiste en ver qué es lo que Dios te está pidiendo, qué es lo que quiere de ti. Y hay que arriesgarse sin miedo, confiando, habiendo que de los brazos de Dios nunca nos caemos”.
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“Toda vocación va creciendo a medida que pasa tiempo con el Señor”, porque en ese trato frecuente es “donde uno se va dejando modelar por él para ser, un día, reflejo de ese Buen Pastor que es Jesús”, explica en una entrevista publicada en el sitio web de su diócesis.
La transformación, en efecto, se produce con el paso de los años: “Uno, de nuevas, siempre entra con unas expectativas, con un ideal. Y, a medida que va pasando el tiempo, vas dejando el ideal para aterrizar en la realidad, en lo que realmente pide la Iglesia y la sociedad de hoy a un sacerdote”.
La Diócesis de Salamanca, sufragánea de la Archidiócesis de Valladolid, está situada en el noroeste de España y lindando con Portugal. Tiene más de 400 parroquias y 163 sacerdotes diocesanos, de los cuales 93 ya están jubilados y sólo 54 tienen cargo en la diócesis.
¿Supone esto una presión añadida para Mario Cabrera? “Lo vivo con la responsabilidad propia que tengo como seminarista, no una responsabilidad especial. Al final, sea uno o seamos veinte, cada uno tiene esa parte de responsabilidad de hacer presente a Dios en medio del mundo”.
“Lo vivo con paz, con naturalidad y también esperando —cómo no—, que otros compañeros hagan conmigo este camino como sacerdote”, constata.
Al ser el único seminarista de Salamanca, reside en el Teologado de Ávila, con candidatos al orden sagrado provenientes de diferentes diócesis. Esa variedad “acaba abriendo la mente”, y deja en su formación “un poso comunitario muy fuerte que luego es el que tenemos que vivir en las parroquias”.
“Siempre es positivo, porque el otro aporta riqueza y, al final, la diferencia del otro, uno aprende a integrarla y a sacar lo mejor”, añade.
Respecto de la escasez de seminaristas, que se hace especialmente acuciante en diferentes diócesis españolas, afirma que “si necesitamos sacerdotes, también tenemos que pedírselo al Señor. Tenemos que rezar por las vocaciones al sacerdocio, pero también por todas las vocaciones”.
Mario Cabrera considera que nuestro mundo “hoy más que nunca está necesitado de esperanza” frente a las catástrofes. La vivencia de esta virtud “no puede ser algo que a uno le parezca lejano. La esperanza está ya en ese mismo momento, en el tú a tú, en el contacto con la gente”.
Para el seminarista, “el reto de hoy es contagiar la alegría de haberse encontrado con Cristo resucitado”.
En este sentido, subraya: “Tenemos que dar motivos para que la gente vea que esto de la fe no es algo que anule nada del hombre, sino que todo lo contrario: precisamente, la fe potencia todo lo bueno que tenemos y todo lo bueno que somos”.