Para la Hermana Idília Maria Moreira G. Carneiro, Superiora General de las Hermanas Hospitalarias, la enfermedad no es solo un diagnóstico o una maldición que deba evitarse a toda costa, sino un lugar privilegiado para encontrarse con Dios.

“Para nosotras, los enfermos son como el lugar teológico donde Dios nos habla y donde nosotras también hablamos de Dios y a Dios”, explica en una entrevista con ACI Prensa. 

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“Somos una congregación con entrañas de misericordia”, agrega.

Desde su fundación en 1881 en España, esta congregación es un refugio de ternura para los descartados del mundo, especialmente para quienes padecen enfermedades mentales. 

Con presencia en más de 25 países, atienden cada año a más de 1.400.000 personas y su misión se nutre de la certeza de que Cristo está justo al otro lado del dolor.

“Cuando el sentido de la vida parece que se desvanece, solo Dios puede imprimir esa luz de esperanza”, asegura la Hermana Idília.

En sus palabras no hay una idealización superficial de la enfermedad, solo entrega total y sin condiciones al dolor ajeno hasta hacerlo propio.

La Hermana Idilia en la Casa General en Roma. Crédito: Daniel Ibañez/ EWTN News
La Hermana Idilia en la Casa General en Roma. Crédito: Daniel Ibañez/ EWTN News

“En los enfermos vamos descubriendo esa presencia viva de Cristo, que nos desafía y que nos confirma en la fidelidad también”, asegura esta religiosa nacida en Mozambique en 1966 cuya figura menuda y su trato sencillo contrastan con la inmensa fortaleza de su corazón.

“Mi opción de vida configura el servicio que realizo. Mi vocación es un don que descubro en la relación con Jesús, en el compartir con la comunidad y, sobre todo, en el servicio a los enfermos, especialmente a las personas con enfermedad mental, que son los destinatarios preferenciales de nuestra misión”, describe.

En una ocasión, asistió a un hombre con una enfermedad terminal que no era creyente. Estaba en una Unidad de Cuidados Paliativos y, cuando entró en su habitación, le pidió que le dejase solo con el Crucifijo.

“Y decía: ‘Me parece que tengo que tener una conversación muy importante con Él’”, detalla, tras constatar cómo, ante la certeza de la proximidad de la muerte, esta persona experimentó que tenía que reconciliarse con Dios.

Esta vivencia y muchas otras le han confirmado que la fe “también influye en el proceso de rehabilitación terapéutica y de recuperación”.

Con su servicio, las Hermanas Hospitalarias, heroínas silenciosas, recuerdan al mundo que cada vida, incluso en su fragilidad, tiene un valor absoluto.

La crisis sanitaria global provocada por el COVID-19 puso la enfermedad en el centro de la vida cotidiana y las Hermanas Hospitalarias tuvieron que triplicar sus esfuerzos.

“Frente a una situación que amenazaba la vida, emergió que lo más importante es la humanidad, el cuidado, la proximidad y la cercanía”, resalta.

En todo caso, la Hermana Idília observa que la pandemia también hizo emerger heridas profundas en la sociedad que se están palpando ahora en forma de “fragilidad psíquica”, de “ansiedad”, de “crisis familiares que se han acelerado” o depresión, sobre todo en jóvenes y adolescentes.

“Somos menos tolerantes (…) La sociedad en su globalidad es mucho más individualista y estamos más encerrados en nosotros”, asegura.

A continuación, manifiesta que la fraternidad que pide el Papa Francisco y su misión al lado de los enfermos va “contracorriente” en un mundo narcisista donde emergen cada vez más los egos.

“Se vive cada uno pensando en sí mismo y esto es un desafío grande para la Iglesia y para la propia humanidad también”, concluye.

Hermanas Hospitalarias en el Centro Cienpozuelos (Madrid). Crédito: Cedida Hermanas Hospitalarias
Hermanas Hospitalarias en el Centro Cienpozuelos (Madrid). Crédito: Cedida Hermanas Hospitalarias

“Los enfermos nos enseñan mucho” 

“Acompañarlos, conocer tantas vidas tocadas por el sufrimiento, que no pierden ese sentido y esa sensibilidad humana; al contrario, la enfermedad hace que la persona se vuelva más cercana, más sensible e incluso más atenta a las necesidades del otro. Los enfermos nos enseñan mucho también, porque están mucho más atentos a la dimensión humana”, explica.

“En la enfermedad hay vida, hay sueños, hay proyectos, hay un sentido, hay potencialidades y eso nos desafía”, asegura, a pocos días de que se celebre el Jubileo de los Enfermos, el séptimo gran evento del Año Santo de la Esperanza, que su congregación acoge con alegría para revitalizar su misión.

“Nuestra misión es una misión de esperanza porque creemos en la dignidad intrínseca de cada persona, más allá de su enfermedad”, expresa con convicción.Para la Congregación, este Jubileo, que la Iglesia Católica celebra el 5 y 6 de abril y en el que participarán 20.000 peregrinos procedentes de 90 países constituye una llamada a reafirmar su compromiso con los enfermos y sus familias.

La Hermana Ididlia durante la entrevista. Crédito: Daniel Ibañez/ EWTN News
La Hermana Ididlia durante la entrevista. Crédito: Daniel Ibañez/ EWTN News

“Estamos organizando diversas iniciativas a nivel local y participando activamente en las dinámicas diocesanas. Algunos de nuestros centros han sido designados como templos jubilares, porque creemos que los espacios de sanación y acogida son, en sí mismos, puertas de esperanza”, explica.

Una familia marcada por la atención a los enfermos

El amor por los más vulnerables no es un rasgo aislado en su vida, sino una médula que atraviesa su historia familiar. Tres de sus hermanas se han entregado a la misma vocación hospitalaria, un hecho que habla de la profunda raíz de fe que sus padres sembraron en ellas.

“Nuestros padres nos han dejado un legado en el que la fe y la caridad hacia los más pobres se complementan y marcan como lo esencial de la vida, y eso nos va estructurando”, asegura.

Casa de las Hermanas Hospitalarias Cienpozuelos (Madrid). Cedida: Hermanas Hospitalarias
Casa de las Hermanas Hospitalarias Cienpozuelos (Madrid). Cedida: Hermanas Hospitalarias

Esa vivencia de los valores del Evangelio, a través de la ayuda a los más pobres, “nos ha ayudado a crear en nosotras ese humus donde la vocación a la vida consagrada también va creciendo, va despertando”.

De hecho, en mayo de 2024 sucedió en el cargo de Superiora de la Congregación a su hermana de sangre, la Hermana Anabela Carneiro. Su padre, militar de profesión, llevó a la familia por diversos países, una experiencia que moldeó su visión del mundo. Desde niñas, tuvieron contacto con distintas culturas y realidades.

“Viajábamos mucho y eso nos ha abierto hacia un mundo diferente. Ha generado también en nosotras una cierta cultura itinerante y mucha apertura a lo universal y a lo diferente”, concluye.