En el llamado “domingo de la alegría”, una fecha que la Iglesia dispone en Cuaresma para poder vivir el anticipo de la alegría pascual, el Cardenal Ángel Rossi, Arzobispo de Córdoba (Argentina), reflexionó sobre el Evangelio en que Jesús narra la parábola del Hijo Pródigo o del Padre Misericordioso.
En su homilía, el purpurado mencionó que la liturgia del día presenta una “doble fiesta”. Por un lado, “la fiesta del pueblo de Israel que después de 40 años entra en la tierra prometida” y, en el Evangelio, “la fiesta que el padre hace del hijo pródigo que ha vuelto a casa”.
Recibe las principales noticias de ACI Prensa por WhatsApp y Telegram
Cada vez es más difícil ver noticias católicas en las redes sociales. Suscríbete a nuestros canales gratuitos hoy:
Al referirse al pueblo de Israel, el Cardenal Rossi recordó que “mientras iban caminando por el desierto, aunque iban hacia la tierra prometida, a la liberación, a veces la tentación es volver la vista atrás y añorar ajos y cebollas, olvidándose que era vianda de esclavitud, que hay que dejar los ajos y cebollas, el alimento de esclavitud, y aspirar a los alimentos de la tierra prometida”.
“No basta con salir, hay que llegar. No basta huir de algo sino que es animarse a dirigirse hacia algo y sobre todo hacia alguien”, afirmó.
Luego se refirió al “segundo éxodo”, el del hijo pródigo, que va “de la esclavitud —dicho en criollo— del chiquero, como símbolo de pecado, del país lejano dice el Evangelio, a la casa del padre. Una peregrinación, un ‘pegar la vuelta’ interesante”.
“Este caradura le pide en vida su parte y se va, digamos así, a una vida desordenada, y toca fondo, hasta el punto que llega a envidiar a los cerdos. Lo mandaron a laburar a un chiquero”, señaló.
“Yo digo: qué mal tiene que haber estado este hombre para envidiar a los chanchos”, observó el cardenal. “Cuando se toca fondo, muchas veces es el momento donde uno, tocando el fondo de la pileta, digamos así, pega el salto para arriba, y la expresión es fuerte: me levantaré e iré”.
¿Cuál es mi país lejano?
“Hay que revisar en nuestra vida espiritual cuál es mi país lejano cuando yo dejo la casa con mayúscula, cuando yo me alejo de Dios; cuando pido la herencia y me manejo solito como diciendo: ‘yo hago la mía’; cuando rumbeo por caminos que no son los del Señor”.
“Todos llevamos adentro ese país lejano, algunos dispersándose, otros en sí mismos, otros dejando de rezar, otros a través de la oferta de todo lo que es la sensualidad”, precisó. “Sería lindo que uno pueda ponerle nombre al país lejano personal”, sugirió.
“Este hijo pródigo, el menor, es capaz del movimiento. Si se levanta y se pone en camino significa que es un hombre capaz de movimiento. En cambio el hijo mayor es un hombre estático, incapaz de conversión, que está enjaulado en la ley. Un soberbio que cree estar en su sitio, que quizás no tiene pecados graves —mucho más graves los del hijo menor— pero vive sin amor, es un calculador, es un burócrata de la virtud”.
“El mayor habla de dureza, habla de castigo; el Padre habla de perdón, de misericordia, de ternura”, repasó.
Revisar nuestra postura farisaica
Al recordar que Jesús narra esta parábola a los fariseos, el Cardenal Rossi señaló que en este punto los compara con el hijo mayor. En ese sentido, llamó a “revisar nuestra veta farisaica”, ya que en la Iglesia muchas veces es evidente esta postura de “disponer quién se sienta al banquete del Señor, quién entra en su casa, quién es merecedor de su bendición”.
“Mira con quién conversa, mira con quién se sienta a la mesa, decían de Jesús”, señaló el arzobispo. “Yo siempre digo que es exacta la misma frase que se dice muchas veces referida al Papa Francisco: mira con quién se junta, mira a quién recibe”.
“Por lo tanto, el fariseo cuida la vidriera pero atrás tiene un chiquerito”, resumió, y aseguró que el desafío “es salir de nuestro chiquero, animarnos a desmantelar la trastienda de nuestros corazones, muchas veces una trastienda incluso camuflada de bondad”.
Conversión: un paso de la esclavitud a la libertad
“La conversión, que es lo que estamos intentando este tiempo de Cuaresma y este tiempo de Jubileo, es caer en la cuenta de que no estamos en nuestro sitio, que nuestra lógica no es la lógica del Señor, que nuestros sentimientos no son los sentimientos del Señor, que nuestros pasos no están sincronizados con el paso del Señor”.
El desafío, resumió el cardenal, es cambiar de ruta, de cabeza, de corazón, y animó a pedir esa gracia de la conversión, que “no es un pequeño ajuste” ni un “retoque de fachada”, sino “un evento Pascual, un paso de la esclavitud a la libertad; es un rechazo del pasado y una apertura hacia el futuro”.
“En esta Cuaresma algo tiene que morir en mí, algo tiene que resucitar en mí. Este hijo tuyo estaba muerto y resucitado, estaba tirado y está puesto de pie. Ojalá podamos escuchar eso mismo de cada uno de nosotros”, anheló.