En 2016, cuando el Papa Francisco instituyó el ministerio de los Misioneros de la Misericordia durante el Año Santo Extraordinario, el sacerdote argentino José Luis Quijano no imaginó que aquella convocatoria reavivaría el fuego de su sacerdocio. Con más de tres décadas de ministerio, pensaba que ya lo había aprendido todo.

“Yo no era un sacerdote funcionario, siempre fui muy pastoral, pero esto supuso una auténtica renovación en la fibra íntima de mi ministerio”, explica a ACI Prensa nueve años después de haber recibido personalmente del Pontífice el encargo de ejercitar en el día a día el perdón infinito del Padre.

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“La misericordia no es para los que huelen bien, para los que son buenos o justos. Eso es fácil. El sujeto de la misericordia es el malo, el que ha cometido obras horribles, el que no se lo merece”, afirma. 

No son palabras vacías. Antes incluso de recibir esta misión, el sacerdote de la Archidiócesis de Buenos Aires tomó un decisión radical: acompañar en la prisión a un ex sacerdote condenado por pedofilia.

Fueron 20 años en los que, a pesar de las dificultades, nunca dudó de que su misión era permanecer al lado de aquel hombre manchado para siempre por un crimen terrible. 

“Cuando visitas a un preso de estas características, la persona no habla. Estábamos horas y horas en silencio. Después, cada poco tiempo, lo trasladaban de penal. A veces me tocaba hacer 300 kilómetros en coche para ir a verlo y me negaban, una vez allí, la entrada”, relata tras constatar que su única motivación eran las palabras del Evangelio: “Estuve preso y me viniste a visitar”.

El P. Quijano lo había conocido a principios de los años 90 y, aunque nunca tuvo constancia de los abusos, había percibido en él ciertas actitudes preocupantes que denotaban una vida “poco ordenada”, señala sin querer entrar en detalles. En 1997, el escándalo salió a la luz. El sacerdote implicado, que después fue reducido al estado laical, reconoció su culpa, fue procesado, condenado y cumplió dos décadas en la cárcel.

“Cuando vi la convocatoria del Papa Francisco a los Misioneros de la Misericordia, me pregunté: ¿Cuándo en mi vida fui realmente misericordioso? Porque ser bueno, ser tolerante, ser cordial, es fácil con los que nos caen bien. Pero la misericordia verdadera es amar a quien no se lo merece”, reflexiona el P. Quijano, quien también sabe que el daño infringido por el ex sacerdote a las víctimas es irreparable, y que el perdón divino no borra las consecuencias de los actos humanos.

“Aquí hay que dividir dos cosas. Una es el perdón y la experiencia de la misericordia de Dios en el corazón. Y otra es la experiencia del rechazo del mundo. Aunque una persona se arrepienta, la condena social sigue ahí”, explica.

Cuando el ex sacerdote terminó de cumplir su pena y recuperó la libertad, se topó con el muro de la exclusión. No pudo rehacer su vida. Le fue imposible encontrar trabajo o reintegrarse en la sociedad. Terminó cambiándose el nombre y mudándose a un ciudad donde nadie lo conocía.

“Por más que interiormente se haya arrepentido en su diálogo íntimo con Dios, eso no lo exime de la dureza de la vida y de la resistencia de un mundo que lo va a seguir condenando siempre. En cierta manera, también el victimario es víctima”, sostiene el P. Quijano, que no busca relativizar el crimen, sino poner en valor la complejidad del perdón. 

En este sentido, para él, la misericordia debe abarcar “tanto a las víctimas como a los victimarios”.

“Ser Misionero de la Misericordia no significa sólo administrar el sacramento de la Confesión, sino vivir la misericordia con los demás, incluso cuando es difícil, cuando duele, cuando parece imposible”, afirma.

Una revolución en el sacerdocio

Durante estos nueve años como sacerdote Misionero de la Misericordia ha participado en varios encuentros en el Vaticano como parte de su formación. En esos encuentros se han discutido temas fundamentales que tienen que ver con cuestiones jurídicas, como hasta dónde llega la potestad de los misioneros y cómo deben ejercer su ministerio en relación a las autoridades eclesiásticas locales, los obispos. 

“En Roma, el Papa Francisco nos amplió la visión del ministerio. Nos recordó que la misericordia no es solo un acto, sino una forma de vivir el sacerdocio. No es solo absolver pecados, es llevar el perdón de Dios a todos, sin excepción”, explica.

El P. Quijano sigue convencido de que la misericordia es el legado más grande que ha dejado el Papa Francisco dentro de la Iglesia Católica.

“Cada uno debería mirarse al espejo y preguntarse: ¿cuándo ejercí la misericordia de verdad? No solo perdonar de palabra, sino amar a alguien que no lo merecía”, dice con firmeza.

El P. Quijano es uno de los 500 sacerdotes que este fin de semana participarán en el Jubileo de la Misericordia, el sexto gran evento enmarcado en el Año Santo 2025.

El Papa Francisco no podrá acompañarlos debido a su convalecencia en Casa Santa Marta tras pasar 38 días hospitalizado en el hospital Policlínico Gemelli. 

Sin embargo, enviará un mensaje escrito para impartir su bendición a estos sacerdotes que proceden de países como Italia, Estados Unidos, Polonia, Brasil, España, Francia, México, Alemania, Eslovaquia, Filipinas, Bangladesh, Ucrania, Colombia e India, entre otros.