“El cuerpo grita lo que muchas veces el alma sufre en silencio”, asegura el P. Leonardo Di Carlo, sacerdote y médico argentino, al reflexionar sobre un problema presente en la sociedad actual: la desconexión entre lo físico y lo espiritual, y la falsa ilusión de que “el hombre para ser feliz no necesita de Dios”.
En diálogo con ACI Prensa, el sacerdote profundizó sobre la relación entre la enfermedad, el sufrimiento, la fe y la espiritualidad, destacando la importancia de una visión integral del ser humano.
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Según el P. Di Carlo, vivimos en una época donde predomina la idea de que “el hombre para ser feliz no necesita de Dios”, una concepción que resulta insuficiente cuando las personas se enfrentan al sufrimiento.
Producto del crecimiento de la individualidad, la fantasía de libertad y de autosuficiencia, muchas veces, al experimentar la enfermedad en el cuerpo, las personas “no terminan de encontrar la respuesta del porqué esto les sucede o por qué incluso la muerte llega de una manera sorpresiva sin haber podido hacer algo para retrasarla o revertirla”.
“Hoy, la preocupación que como sacerdote y médico yo tengo, es que muchísimas personas frente a la realidad del dolor y del sufrimiento, en vez de acudir a Dios, acuden a recursos solamente humanos que son limitados, que son paliativos, que son insuficientes”, señala.
Cuando la enfermedad golpea, muchas personas buscan respuestas sólo en lo humano, encontrando soluciones paliativas pero no definitivas, porque “la paz profunda del corazón solo la puede dar Dios”, afirma.
Ante este escenario, plantea el sacerdote, el gran desafío de la Iglesia es “poder anunciar desde la misericordia, desde el abrazo que contiene y que nos hace semejantes a un buen samaritano”.
Asimismo, destaca la necesidad de “mostrar que frente al dolor y al sufrimiento, la ayuda de la fe, la ayuda de la espiritualidad, la ayuda del encuentro con ‘alguien’ con mayúsculas que puede darme un alivio no sólo limitado a lo físico, sino integral, es hoy una buena respuesta”.
“La invitación para muchos que hoy viven esta experiencia del dolor, del sufrimiento, es que puedan acercarse a la fe, a la oración”.
“Muchas veces nuestro cuerpo se enferma porque no le damos permiso al cuerpo para el descanso, para el alivio, y así el cuerpo grita lo que muchas veces el alma sufre en silencio”; lamenta el P. Di Carlo.
En lo cotidiano, su experiencia le indica que hay “enfermedades del cuerpo, enfermedades de la mente, enfermedades del alma, que están muy relacionadas, muchas veces están muy vinculadas”.
Por eso, considera que “la fe hoy es un gran aporte, no solamente para asegurarnos un resultado mejor de salud, sino también para poder prevenir muchas realidades que hoy son expresión de un desequilibrio en cómo llevamos adelante nuestra vida”, y tomar un camino en el que el pesimismo y el abatimiento no ganen protagonismo.
“Para los que circunstancialmente en este tiempo no tenemos que sufrir algo físico, la fe es una ayuda para poder cuidar este gran tesoro que es nuestro cuerpo, que es templo del Espíritu Santo”, señaló, “y para aquellos a los que les está tocando vivir un momento de dolor, de enfermedad, de sufrimiento, la fe nos ayuda a poder transitar este camino sin caer en la desesperanza”.
Por otra parte, “si me toca ser quien auxilia a alguien que está sufriendo, también saber que la presencia de Cristo es decisiva para que ese camino sea redentor y que le ayude a esa persona a poder encontrarse con Dios”.
Consultado sobre los fenómenos de sanación masiva, el sacerdote distinguió entre una búsqueda legítima de salud y una visión reduccionista de la fe, donde “parece que si la salud no llega, se ha fracasado”.
“Muchas personas sienten que esa curación no llegó porque uno no lo ha merecido o no ha hecho lo suficiente, o incluso que esa sanación no llega porque se están pagando errores personales o familiares de otro tiempo. Creo que tener una mirada como esta es reducir el concepto de lo que somos como seres humanos, y reducir el lugar de Dios, que pareciera que con algunos es muy generoso devolviendo la salud y con otros aparece como ausente y silencioso, incluso distante”, advirtió.
“El mensaje tiene que ser claro, y frente a la debilidad, la fragilidad que provoca una enfermedad nos acercamos al Señor porque Él mismo nos lo recomendó: ‘Vengan a mí los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré’”.
En ese sentido, explicó que el alivio que ofrece Cristo no siempre es sinónimo de curación inmediata, y recordó la enseñanza de San Juan Pablo II en la Salvifici Doloris: “La enfermedad puede ser una puerta para el encuentro con Dios”.
“Aquellos que tenemos fe, y una fe sólida, tenemos que mirar a Cristo en los momentos de fragilidad, pero no simplemente desde el reductivismo de querer curarme o que aquella persona que quiero se cure rápido, sino tratar de tener una vida que sea expresión de un cambio más pleno y que permita tener una mirada que no sólo se centre en lo que Dios me pueda dar porque lo necesito, porque lo quiero, porque me parece que es el modo adecuado para que mi vida siga”.
“A veces nos enfrentamos al misterio de que nuestras oraciones dan el fruto que queremos, pero a veces pareciera que no. En todos los casos esto muestra que estamos frente a un gran misterio que es el dolor y el sufrimiento, y a un gran misterio de la obra de Dios, que incluso durante el padecimiento de una enfermedad nos está hablando y nos está ayudando a crecer integralmente como seres humanos”, resumió.
Finalmente, al referirse a la salud del Papa Francisco, puso esperanza en su recuperación, valorando su resistencia y compromiso. En ese marco, destacó que, a pesar de su enfermedad, Francisco ha seguido tomando decisiones por el bien de la Iglesia y del mundo, un testimonio de fortaleza que inspira a muchos creyentes.