Tres historias, un mismo llamado: dejarlo todo por Cristo. Ángel Gabriel Castro, exfutbolista hondureño; Diana Osuna, ingeniera en Colombia y viuda consagrada; y Roberto Van Troi, cirujano convertido en sacerdote en México, renunciaron a sus carreras y proyectos personales para entregarse completamente a Dios.
De futbolista a seminarista, la vida de Ángel Gabriel Castro
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Desde niño, el sueño de Ángel Gabriel Castro era convertirse en un gran futbolista y representar a Honduras a nivel internacional. Hoy está en camino a ser sacerdote.
En declaraciones a ACI Prensa, compartió que su pasión lo llevó a la academia de fútbol del Olimpia, uno de los equipos más populares del país y el que más triunfos ha acumulado en la Liga Nacional de Fútbol. Su desempeño en las categorías inferiores del Olimpia le permitió ser convocado para jugar en las categorías menores de la selección nacional.
Tuvo la proeza de ser parte de la generación de futbolistas que calificó por primera vez a un mundial Sub-17 en Corea del Sur en 2007. Ese mismo año, también fue convocado para los Juegos Panamericanos de Brasil. En 2009, integró la selección que logró la clasificación al Mundial Sub-20 en Egipto.
Antes de cada partido solía rezar: “Señor, hazme correr este partido como si no fuera a jugar otro, y siempre llévame donde tú quieras que yo esté”. Con esta oración buscaba que Dios le guiara hacia la mejor oportunidad en su carrera, aunque su destino finalmente estaba lejos de las canchas.
Finalmente, firmó con el primer equipo de Olimpia y comenta que, aunque su carrera lo llevó por equipos como Deportes Savio, Club Deportivo Lobos UPNFM, Club Deportivo Choloma y CD Gimnástico, “tenía mi salario, ya tenía como una vida hecha, pero yo sentía que me faltaba algo”.
Previamente, Ángel había tenido inquietudes vocacionales, las cuales renacieron al notar la felicidad que sentía al ir al templo. Su párroco, el sacerdote José del Carmen Escobar, de la congregación de la Orden de los Padres Somascos, lo ayudó a iniciar un proceso de discernimiento vocacional. El 12 de diciembre de 2018 jugó su último partido, y en enero de 2019, a los 28 años, finalmente ingresó al Seminario de Nuestra Señora de Suyapa.
Uno de los miedos que enfrentó al tomar esta decisión fue el aspecto económico. Tenía estabilidad económica y podía ayudar a su familia, pero recuerda que decidió “abandonarse a la voluntad de Dios, que es lo que Dios quería”. Como solía decir: “Señor, llévame donde tú quieras que yo esté”. Y, según él, así fue como Dios lo guió.
Ahora está en su séptimo año, cursando el tercer año de teología, y comenta que es feliz. Aunque un “cambio de vida” puede parecer difícil, señaló que “Él mismo [Dios], te va a ir dando las herramientas y te va a ir dando lo que necesitas para seguir adelante en el caminar”.

De la pérdida de su esposo a la vida consagrada
Diana Osuna, una mujer profesionista que quedó viuda, tomó una decisión que transformó su vida: consagrarse a Dios.
Diana estudió Ingeniería Industrial en la Pontificia Universidad Javeriana de Cali, Colombia. Durante más de 15 años, trabajó en una empresa de formación médica, mientras construía una vida matrimonial estable. En sus propias palabras, tenía un “proyecto de vida ya bastante consolidado, con una vida, incluso matrimonial hecha”.
Sin embargo, su vida dio un giro inesperado cuando a su esposo le diagnosticaron un cáncer agresivo. Durante dos años y medio, la enfermedad se convirtió en una prueba dolorosa, pero también en un periodo de profundo crecimiento en la fe para ambos. Finalmente, su esposo falleció.
Al recordar ese tiempo, en diálogo con ACI Prensa, Diana explica que, al año y medio de su partida, sintió “una inquietud en el corazón como de que Dios quería algo más de mí”. Sin tener claro el rumbo a seguir, buscó respuestas a través de su dirección espiritual dentro del Regnum Christi y participó en ejercicios espirituales. Fue en ese espacio de oración donde sintió el llamado “a pertenecer totalmente a Dios” en la vida consagrada.
Los laicos consagrados son una vocación dentro de la Iglesia Católica. Al igual que los sacerdotes o religiosos, hacen votos de castidad, obediencia y pobreza; y viven estos compromisos en el mundo, entregando su vida a Dios sin apartarse de la sociedad.
El proceso de discernimiento no fue sencillo. Diana recuerda que “tenía una vida hecha, responsabilidades”, algo que le costó mucho trabajo dejar. Sin embargo, dijo que “fue un camino muy bonito [porque estuvo] muy acompañada de Dios, porque me dio su gracia para cada paso”.

Tras casi tres años de preparación, Diana se consagró, asumiendo con alegría su nueva vocación. Para ella, las consagradas son “mujeres en el mundo de hoy, pero sin ser del mundo, pues [están completamente] dedicadas a Dios, esposas de Dios”.
Diana ve su vocación matrimonial y su consagración no como caminos opuestos, sino como realidades que se complementan. “Para mí es un gran regalo de Dios también haber podido vivir dos vocaciones”, afirma. Y concluye con una reflexión sobre la providencia divina: En sus planes, dijo, Dios es “muy creativo y sorprendente. Todas las cosas que va permitiendo en la vida las va como usando para un fin mayor, independiente de que nosotros seamos o no conscientes”.
Del quirófano a la vida sacerdotal
Roberto Van Troi Ramírez Garza contó a ACI Prensa que, desde los seis años, sabía que quería dedicarse a la medicina. Su vocación profesional era tan clara que no le costó nada estudiar tres años para ser técnico en rehabilitación, luego seis años en la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Nuevo León en México, y cuatro años más de especialidad en cirugía general, una rama que ejerció durante seis años.
Mencionó que en una ocasión, con la intención de fortalecer su relación de pareja en aquel entonces, Roberto y su novia acudieron a un consejero de noviazgos, donde le recomendaron asistir a Misa todos los días. Aunque al principio le pareció una idea difícil, recuerda que, ante la crisis con su pareja, pensó: “ya intentamos todo, ya intenté todo y no puedo arreglar esto”, por lo que decidió asistir a la Eucaristía.
Fue el 5 de diciembre de 2002 cuando experimentó un cambio profundo: “ese día cambió mi vida”, recuerda con alegría.
A partir de ese momento, la Misa se convirtió en parte de su vida diaria. Señala que gracias a esa actividad “creí en Él, confié en Él, me abandoné en Él”. Aunque en un principio pensó que esto ayudaría a salvar su relación, finalmente terminó con su novia. Sin embargo, continuó asistiendo a Misa y su fe siguió creciendo.
En una ocasión, sintió que la homilía le hablaba directamente a él. Esto lo impulsó a profundizar en su fe: se inscribió en estudios bíblicos, leía libros sobre espiritualidad, se unió a la adoración nocturna y a un grupo de profesionistas que visitaban enfermos, además de estudiar Teología a distancia, todo mientras ejercía su profesión con entusiasmo.

Recuerda que, aunque algunos de sus pacientes le decían que veían en él “el rostro de Cristo”, se sentía plenamente realizado como médico. No obstante, un momento especial fue cuando comenzó a acompañar a la madre de un amigo de la infancia en su proceso de cáncer. Dos semanas antes de su fallecimiento, ella le dijo: “A lo mejor soy un ángel que vengo a decirte eso”, sugiriendo que su destino estaba en el sacerdocio.
Cinco años después de su primer encuentro profundo con Jesús —cuando comenzó a ir a Misa diaria—, ingresó en 2007 al Seminario Arquidiocesano de Monterrey con 35 años. Finalmente, en agosto de 2017, fue ordenado sacerdote.
A pesar de haber renunciado a su carrera médica, asegura que no fue una decisión difícil, porque, aunque “nunca quise ser sacerdote, cuando me preguntan que si necesité mucho valor para dejar todo, les digo: más valor necesitaba para seguir”.
Desde niño había soñado con ser médico, pero con el tiempo comprendió que Dios tenía otros planes para él. “Yo no decidí, esto era mi llamado, entonces [yo sólo] estoy aquí respondiendo”, explica que fue esa certeza la que lo llevó a entregarse por completo.
“Jesús me decía: ‘Deja todo, ven y sígueme’. Es increíble, yo todavía no lo entiendo. Estoy feliz, estoy contento”, afirma, convencido de que Dios lo eligió.