La situación de violencia extrema en Haití afecta de diversas maneras a su país vecino, la República Dominicana, de manera especial en aquellas zonas cercanas a la frontera entre las dos naciones, donde la Iglesia Católica trabaja incansablemente para brindar alivio y acompañamiento a los más vulnerables de la sociedad.

Verónica Katz, responsable de proyectos de la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN, por sus siglas en inglés), visitó el lado dominicano de la frontera en diciembre de 2024 y comentó sus impresiones sobre la región “sin duda hermosa pero también muy olvidada, con grandes desafíos económicos, sociales y pastorales”.

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Katz señaló que a nivel internacional mucha gente cree que toda la República Dominicana “es como Punta Cana y otros lugares más turísticos”, sin embargo las diócesis fronterizas —Barahona, San Juan de la Maguana y Mao Montecristi— “son las más grandes en extensión del país y también abarcan las provincias más pobres”.

“Es una zona algo olvidada por el gobierno. Allí, muchas parroquias no son autosostenibles, pero la fe y solidaridad de los fieles y la iglesia local son inspiradoras. Las distancias son enormes y en áreas urbanas en crecimiento no hay suficientes capillas. Además, el oeste está plagado de áreas montañosas y la falta de transporte adecuado complica la labor pastoral”, dijo la responsable de proyectos de ACN.

La crisis migratoria que desató la violencia en Haití ha hecho que estas zonas, ya de por sí muy vulnerables, tengan desafíos aún mayores. Los controles militares abundan y, según Katz, no es sencillo trasladarse de un lugar a otro porque las alcabalas registran muchos autos en busca de migrantes haitianos.

El equipo de ACN pudo constatar una gran movilización de camiones “en muy malas condiciones” donde son deportados los ciudadanos haitianos indocumentados, usualmente de noche, aunque ocasionalmente también pueden verse durante el día.

El clero y los agentes de pastoral en las zonas fronterizas

“Hay muy pocos sacerdotes, y esto obliga a los que hay a atender demasiadas parroquias y asumir múltiples responsabilidades diocesanas, en un extenso territorio con carreteras precarias. Esto les genera un gran desgaste y una sensación de no poder llegar a todo”, dijo Katz.

Incluso varias fuentes locales comentaron al equipo de ACN que hay misioneros que no quieren ser enviados a esas zonas por lo precario de su situación. Además, las sectas están en auge y en algunos casos —por la influencia haitiana— se practican rituales de vudú y brujería.

“Los líderes laicos se ven muy limitados, ya que les faltan muchas veces recursos y material. Aun así, impresiona ver su solidaridad”, remarca Katz.

A pesar de estos casos puntuales, la responsable de proyectos de ACN asegura que la República Dominicana “es un país profundamente católico, muy devoto del Sagrado Corazón de Jesús”. Según su experiencia, la fe católica tiene aún una presencia muy importante en todo lo que respecta a la sociedad dominicana.