A propósito del Día de San José, patrono de la Iglesia Universal, el Obispo de Chascomús (Argentina), Mons. Juan Ignacio Liébana, tomó este día para venerar al Castísimo Esposo de la Virgen y rescatar la virtud “tan devaluada” de la castidad.

En una reflexión publicada en las redes sociales de la diócesis, el prelado admitió que “hablar de la castidad de un varón parece fuera de época”. 

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“Sin embargo, contemplar en este día a José, me mueve a intentar decir algo de esta virtud tan devaluada”, reconoció.

“San José aparece en la tradición como el custodio del Redentor, aquel que pone en riesgo su vida para salvar la de su hijo y su esposa. Aquel que se la juega en la oscuridad de la fe para custodiar lo sagrado, lo casto, lo virgen: el tesoro de María y de Jesús, los únicos de la historia a quienes el pecado no llegó a rozar con su malicia e iniquidad”, repasó.

“José, peregrino de la esperanza”, describió, en alusión al lema del Jubileo 2025, “se pone en camino detrás de un sueño, de una promesa a la que se aferra con uñas y dientes, en la humildad del no ver y del no saber”.

“No pretende poseer, sino custodiar, cuidar, proteger. No se adueña de la promesa, ni de su esposa, ni de su niño. Simplemente los cuida y los conduce, siendo misteriosamente conducido y cuidado”, aclaró.

Guardar la castidad, consideró el obispo Liébana, “es dejar que ella nos guarde a nosotros de nuestro afán de dominio y posesión”. 

¿Qué es ser casto?

“Ser casto —explicó— es poseerse a sí mismo, siendo dueño de nuestros impulsos y emociones. Ser casto es custodiar un don sagrado y valioso, para entregarlo y ofrecerlo en su debido momento. Ser casto es ser paciente, soportando muchas veces los reclamos de nuestra carne y de nuestra herida condición humana, narcisista, egocéntrica, ansiosa y devastadora. Ser casto es caminar en la vulnerabilidad con la conciencia plena de que todo es gracia que debemos suplicar como mendigos y recibir agradecidos”, enumeró. 

“Ser casto es acoger con humildad una disciplina que ordena nuestro caos y nuestra ansia desmedida de bienestar. Adoptamos una disciplina porque somos discípulos, frágiles y autorreferenciales, que necesitan descentrarse y poner su centro en un Otro. Ser casto es morir a la fantasía del instante placentero y fugaz para resucitar en la entrega generosa de nuestra vida, integrada en un proyecto más amplio y más solidario. Ser casto es intuir la promesa de vida y fecundidad que se esconde en cada renuncia, confiando en que, como Abraham y José, seremos padres de una multitud”, sostuvo.


“Ser casto es contemplar admirados la belleza del otro y, como José con María, respetar su intimidad, sin posesión ni afán de dominio”, resumió.

“Ser casto es mirar con confianza y bondad todo lo que es, sin pretender intervenir, cambiar y transformar. Ser casto es aprender a recibir, a estar, a librarnos de la dictadura del pensar y del hacer, para dejarnos pensar con amor y hacer  por las manos artesanales del buen Dios. Como José que sabía descansar bien y dormirse en los brazos de Dios para dejarse conducir”, precisó.

Para Mons. Liébana, “ser casto es no acaparar, es ocupar el segundo lugar y no el principal como lo hizo José, bien consciente del espacio virgen de toda persona, propiedad exclusiva de Dios”.

Por eso, consideró que la castidad de José nos mueve “a pedir esta gracia como don y asumirla como desafiante tarea”.