En el rezo de las Vísperas por la Jornada Mundial de la Vida Consagrada, en la Basílica de San Pedro este sábado, el Papa Francisco instó a los sacerdotes, religiosos y consagrados a ser “portadores de luz” a través de los votos de pobreza, castidad y obediencia, viviendo estos principios para transformar el mundo con el amor de Dios.

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La luz de la pobreza

El Papa comenzó su reflexión invitando a los consagrados a ser “la luz de la pobreza”. Según el Pontífice, al practicar esta virtud y hacer “un uso libre y generoso de todas las cosas, se hace para estas mismas, portadora de bendición”. 

El ejercicio de la pobreza en los consagrados, señaló el Santo Padre, rechaza todo lo que “puede ofuscar su belleza: el egoísmo, la codicia, la dependencia, el uso violento y con objetivos de muerte”. En cambio, afirmó que abraza “todo lo que la puede enaltecer: la sobriedad, la generosidad, el compartir, la solidaridad”.

La luz de la castidad

La segunda luz a la que el Papa Francisco exhortó a portar a los consagrados es la "luz de la castidad". Explicó que los sacerdotes, religiosos y consagrados que renuncian al amor conyugal reafirman “el primado absoluto, para el ser humano, del amor de Dios, acogido con corazón indiviso y nupcial y lo indica como fuente y modelo de cualquier otro amor”. 

“Vivimos en un mundo frecuentemente marcado por formas distorsionadas de afectividad, en el que el principio de ‘lo que a mí me gusta’ impulsa a buscar en el otro más la satisfacción de las propias necesidades que la alegría de un encuentro fecundo”, señaló el Santo Padre en su homilía. 

En este sentido, les pidió procurar esta virtud en todas las personas, para que “no ganen terreno fenómenos destructivos como el avinagramiento del corazón o la ambigüedad de las elecciones, fuente de tristeza e insatisfacción que provoca, a veces, en los sujetos más frágiles, el desarrollo de verdaderas ‘dobles vidas’”.

La luz de la obediencia

Finalmente, el Papa Francisco los instó a ser “luz de la obediencia”, considerando esta virtud como “la luz de la Palabra que se hace don y respuesta de amor”.

El Santo Padre lamentó que en la sociedad actual predomine una tendencia a “hablar mucho y escuchar poco”, lo que afecta profundamente las relaciones familiares y laborales.

En respuesta a esto, Francisco propuso “la obediencia consagrada como un antídoto a tal individualismo solitario, promoviendo, en su lugar, un modelo de relación basado en la escucha efectiva, en la que al ‘decir’ y al ‘oír’ sigue la concretización del ‘actuar’, aun a costa de renunciar a los propios gustos, programas y preferencias”.

El Papa concluyó su homilía invitando a los consagrados a vivir estas tres virtudes para poder experimentar la “alegría del don, derrotando a la soledad y descubriendo el sentido de la propia existencia en el gran plan de Dios”.