“Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón” (Lucas 2:6–7). A las puertas de celebrar el nacimiento de Jesús, contamos la historia de la reliquia de aquel sencillo pesebre, donde la Virgen María acostó, en una cuna hecha de madera y barro, al Hijo de Dios.
A finales del siglo VII, el Patriarca San Sofronio I de Jerusalén regaló al Papa Teodoro I los restos del cunabulum, la “Sagrada Cuna” o pesebre en el que, según los Evangelios, el Niño Jesús fue colocado al nacer.
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Estas tablas de madera, que habrían sido utilizadas para sostener la cuna de barro, fueron donadas por el Pontífice a la Basílica de Santa María la Mayor, conocida como “la Belén de Roma”.
En el año 432 el Papa Sixto III decidió diseñar en el interior de la primitiva Basílica de Santa María la Mayor un lugar especial para albergarla. Fue así como se erigió la “Gruta de la Natividad”, una réplica de la Gruta de Belén.
Más tarde, bajo el encargo del Papa Pío IX, el arquitecto romano Virginio Vespignani creó la capilla de la confesión, ubicada bajo el altar papal, con setenta tipos diferentes de mármol, en su mayoría extraídos de excavaciones realizadas en Roma y Ostia.
Es aquí donde se encuentra el relicario, diseñado en forma de cuna con un Niño Jesús recostado por el arquitecto italiano Giuseppe Valadier. En su interior están las varillas de madera de sicómoro, un árbol similar a la higuera propio de Egipto y Medio Oriente.
En 2018, después de que el Papa Francisco decidió donar parte de la reliquia a Tierra Santa, se realizaron diversos estudios que confirmaron que esta madera procede de Belén y que es de la época en la que nació Jesús.
En la Basílica de Santa María la Mayor, conocida también como la “Basílica del Pesebre”, (Sancta Maria ad Praesepem), fue donde se celebró la primera Misa de la Natividad del Señor, que más tarde se convirtió en una tradición litúrgica de la Iglesia Católica.
De hecho, hasta finales del siglo XIX, el Papa se trasladaba a esta basílica para celebrarla, y la reliquia de la sagrada cuna se portaba en procesión por el interior de la basílica.
Esta tradición ya no se realiza debido a la delicadeza del relicario que la protege, aunque puede ser venerada por los fieles desde la Nochebuena y hasta la Epifanía.
El custodio de la reliquia, Mons. Eamon Mc Laughlin, señaló a ACI Prensa que, frente a la sagrada cuna, “los numerosos peregrinos que visitan la Basílica reavivan su experiencia espiritual, a veces adormecida a lo largo de los años, al contemplar este misterio de un Dios que manifiesta Su grandeza en la pequeñez de un niño”.
Además, en los laterales del niño Jesús diseñado por Valadier, se encuentran también dos flores que albergan otras reliquias del nacimiento de Jesús, quizá menos desconocidas.
En una de ellas está el panniculum, un pequeño trozo de tela del tamaño de una mano. Según la tradición, es una tira de las telas con las que María envolvió al Niño Jesús. En la otra flor se guarda un poco de paja donde el Niño Jesús fue recostado en el pesebre.