“La felicidad que buscas, al servicio de los pobres la encontrarás”. Esta fue la frase que movió algo en el corazón de Romain de Chateauvieux, y motivó la creación de “Misericordia”, una misión que busca “apoyar a la Iglesia en las periferias de las que habla el Papa Francisco” a través del servicio a los pobres y el anuncio del Evangelio, con su centro en Santiago de Chile y presencia en varios países.
Podría decirse que “Misericordia” nació en 2007 de la mano del matrimonio de Romain y Reina de Chateauvieux, quienes respondieron al llamado a ser presencia de la Iglesia entre los más vulnerables.
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La mirada de Jesús que lo cambia todo
El origen, sin embargo, se remonta a varios años atrás, cuando Reina, oriunda de una favela muy pobre en Salvador de Bahía (Brasil) conoció en una misión a Romain, un francés estudiante de arquitectura, proveniente de una familia muy acomodada que visitaba allí a un amigo sacerdote.
En la favela, el francés, católico por tradición pero un poco alejado de la religión, encontró en los pobres “la mirada de Jesús que lo cambia todo”, sintetiza en diálogo con ACI Prensa. Cierto día, visitando a un enfermo “escuché una frase que resonó en mi corazón que decía: ‘La felicidad que buscas, al servicio de los pobres la encontrarás’. Fue como una gran luz en mi vida. Y ahí mi vida tomó otro rumbo”, recuerda.
Romain volvió a su país, y luego de varios años se reencontró con Reina en Brasil, y decidieron casarse, con la vocación de “ser un matrimonio al servicio de los pobres, de Cristo y de la Iglesia”.
En su boda, celebrada de forma muy sencilla y acompañados por la comunidad, la pareja le pidió al Señor “primero, el regalo de la oración, ser un matrimonio que pueda rezar; en segundo lugar, el regalo de la sencillez, poder vivir sencillo en medio de los pobres; y tercero, ser un matrimonio misionero, al estilo de Santa Teresita del niño Jesús, de toda la vida y hasta la eternidad”, enumera el misionero.
La misión itinerante
Ya casados, fueron enviados por la Conferencia Episcopal Francesa a una misión en un gueto latinoamericano en Atlanta, Estados Unidos, llamado Little Mexico, donde permanecieron dos años en una misión “muy brava, en un gueto muy violento, con mucha pobreza, mucha droga, mucha prostitución”. Allí realizaron proyectos sociales, de evangelización y en el camino surgió la creación de una parroquia.
Fue entonces que los habitantes del lugar, en su mayoría latinoamericanos, comenzaron a pedirles a los misioneros que viajaran a realizar el mismo trabajo en sus países de origen, donde hay mucha necesidad.
“Eso fue un disparo a nuestro corazón, lo llevamos a la oración, al discernimiento, y fuimos a encontrarnos con los obispos del CELAM [Consejo Episcopal Latinoamericano], y les dijimos: hay un llamado, hay un pedido de irnos de misión. Si ustedes nos envían, nosotros estamos dispuestos”.
Así fue que en un bus escolar recuperado y transformado en hogar, con dos hijos pequeños nacidos en Estados Unidos, el matrimonio partió entonces hacia los lugares más pobres de América Latina.
Durante los tres años que duró la misión, pudieron construir una iglesia en Brasil, una pequeña clínica en Guatemala, un proyecto de club de fútbol para alcohólicos y drogadictos también en Brasil. Era una misión a la vez social y, sobre todo, de evangelización.
El eje transversal: El anuncio del Evangelio
Luego llegó un pedido de instalarse en Chile, en un barrio pobre de Santiago llamado La Pincoya, donde la misión dejó de ser itinerante para tener algo más establecido. Poco a poco, la misión fue creciendo y consolidándose, y confiando en la providencia lograron construir el Centro Misericordia, donde antes había un basural y hoy se brinda educación, salud, higiene, alimento, espiritualidad y recreación a los más pobres.
En esos años continuaron naciendo sus hijos, que hoy son seis y “tienen un gran gozo de participar de la misión, son voluntarios en los proyectos, o el fin de semana, o durante la semana”, reconoce Romain.
“Hoy en día, Misericordia se basa sobre laicos, entonces hay matrimonios que están a cargo de la misión y junto con ellos se suman voluntarios o misioneros solteros, y después obviamente eso tiene raíces en la vida eclesial local, con sacerdotes, con parroquias, con el obispo”, explica.
En el área de educación, aclara Romain, además del refuerzo escolar, se busca ofrecer una educación integral, no solamente académica sino en valores, espiritual, de discernimiento de la vocación profesional, o personal espiritual.
“La evangelización pasa de manera transversal por todos los proyectos sociales que armamos. Todos están penetrados por el anuncio del Evangelio y en nombre de Jesucristo. Esa es, quizás, la característica de Misericordia”, resume.
El proyecto “partió muy chiquitito, y hoy día está en varios países”, señala Romain, refiriéndose a las sedes en Francia, Estados Unidos y Argentina.
Enamorados de Cristo en los más pobres
En Argentina, “Misericordia” funciona en Villa La Rana, un barrio pobre del conurbano bonaerense, en el partido de San Martín. Allí, dos matrimonios se instalaron para darle vida al proyecto, que todavía necesita mucho apoyo.
Uno de esos matrimonios es el de Tomás Wiedman y María Berra, quienes se conocieron en 2017 en las calles de Calcuta (India), donde cada uno por su cuenta se encontraba prestando servicio junto a las hermanas Misioneras de la Caridad.
“Conocernos en la misión fue algo muy fuerte para nosotros, tocó nuestro corazón. Nos enamoramos y nos enamoramos también de la misión, de poder entregarnos a Cristo a través de los más pobres, poder servirle ahí”, relata Tomás a ACI Prensa.
Después de la experiencia en la India, y ya siendo novios, Tomás regresó a su país (Chile), y María a su Argentina natal, y comenzaron a soñar con casarse y formar “una familia misionera”.
En esa búsqueda, Tomás se topó con la existencia de “Misericordia”: “Los conocí y sentí que ese era nuestro lugar, y ellos me ofrecieron empezar a trabajar”. Al comienzo, Tomás se desempeñaba como director ejecutivo de la fundación.
Un año más tarde, el sueño del matrimonio se hizo realidad, y María se sumó a la aventura en Chile, ambos trabajando formalmente para la fundación. “Después de un tiempo de casados, decidimos irnos de misión. O sea, dejar el trabajo y vivir de la providencia”, explican.
Así fue que salieron a distintas parroquias a contar lo que iban a hacer, y a buscar quienes pudieran acompañarlos como padrinos por un tiempo. “Hasta hoy día seguimos teniendo padrinos que nos ayudan para poder vivir mes a mes”, aclara Tomás.
“Nos mudamos a una casa dentro de la población, dentro de la villa, para estar con la gente. Vivimos tres años en Santiago como familia misionera”. Allí nacieron sus primeros tres hijos. El cuarto —todos varones— viene en camino.
“‘Misericordia’ empezó muy sencillo, acompañando las labores de una capilla, y de a poco fuimos soñando con tener un lugar, un centro físico para que se desarrollen todos los proyectos, que haya adoración perpetua, y esos tres años que estuvimos en Chile fue como ver un salto gigante de la gracia de Dios, de cómo rescató a tantas personas”, asegura.
Argentina: Empezar de nuevo, abandonarse de nuevo
En enero de este año, la familia llegó a Argentina, movidos por la necesidad de que “Misericordia” tuviera un segundo matrimonio que sostuviera el movimiento en el país.”
“Nos vinimos a Argentina con todos los chicos, y fue muy lindo volver a hacer el proceso, volver a dejar todo. Ya estábamos en nuestra casita, conocíamos a los vecinos, estábamos cómodos con la misión, y fue volver a empezar todo de nuevo, pero también el regalo de abandonarse de nuevo”, valora.
“Misericordia” tiene dos pilares, que van unidos: el de la evangelización y el de la compasión, reflejado en obras de misericordia. “Por amor al Señor es que lo servimos en los más pobres, y lo principal que le llevamos en esas obras de compasión es el anuncio del Reino, de poder anunciar que hay alguien que los ama, que hay alguien que los cuida”, resume el joven de 33 años.
Tomás aclara que en Argentina el proyecto todavía es “más chiquito” que en Chile, y las actividades se desarrollan en una capilla. No por eso la agenda es menos completa: Miércoles, jueves y viernes por la tarde funciona allí un centro educativo, al que asisten 30 chicos de la villa.
“El objetivo principal es acercarlos al Corazón de Jesús, que los niños descubran ese corazón que los ama”, asegura.
Un día en Villa La Rana
“Llegan, hay un tiempo de juego, y sabemos que muchos chicos no pueden recibir buena alimentación en sus casas, así que nos preocupamos de recibirlos primero con una merienda. También hay una catequesis para ellos cada día y después pasamos a una hora de apoyo escolar, entre los misioneros y también voluntarios que vienen a colaborar a los distintos proyectos”.
Después del apoyo escolar, la recreación, con taller de fútbol para los varones; arte y manualidades para las nenas; y uno de música que es mixto. Al finalizar los talleres, se les da a los chicos una merienda un poco más fuerte, y cada grupo termina la jornada rezando, con un momento muy especial en el que “cada chico da la gracia del día, qué fue lo que el Señor le regaló durante su día”.
Los jueves por la mañana se desarrolla el taller “Abuelitos de la Misericordia”. Son entre 15 y 20 personas mayores que viven en la villa. Al llegar, comparten el desayuno, se hace una oración, una catequesis breve, y luego hay talleres de manualidades, y almuerzan juntos.
“Generalmente están muy solos, y la idea es mostrarles la ternura de Dios. Algunos han logrado recibir sacramentos, hicimos hace poquito un paseo a Luján… Quizás muchos no salen de la villa hace muchos años, entonces eso fue un regalo para ellos”.
Los sábados por la mañana tiene lugar el proyecto “Amiguitos de Jesús”: “Salimos por la villa, a buscar chicos, gritamos por las calles… ellos ya saben, ya conocen… y llegan entre 60 y 80 chicos todos los sábados, a tener una mañana entretenida. Jugamos al fútbol, hacemos pulseritas, taller de pintura, taller de macetas, juegos de mesa”, enumera el joven misionero.
Además reciben una merienda y hay catequesis. “Es un poco el primer acercamiento a los niños, y a través de los niños a sus familias también”, explica.
El sábado es el día en que reciben la visita del sacerdote, que llega a la capilla para celebrar la Eucaristía semanal.
“También hay preparación matrimonial, catequesis de adultos, y sobre todo la visita puerta a puerta, que es lo que más hacemos: estar metidos en la villa visitando”, detalla. La idea es “ir visitando a las familias, ir conociendo conociendo sus necesidades, rezando con ellos, invitándolos a acercarse a la fe sabiendo que es un regalo vivir con Jesús, sobre todo frente a los sufrimientos y dificultades que viven muchas de las familias”.
“Misericordia está al servicio de la Iglesia, no es un movimiento cerrado hacia adentro, sino un movimiento que está para servir y apoyar a la Iglesia en esas periferias de las que habla el Papa Francisco, donde a veces a la Iglesia le cuesta llegar”, insiste Tomás.
“También estamos faltos de sacerdotes, entonces las familias y jóvenes laicos se pueden comprometer a apoyar en esa labor”. Por eso, convoca a misioneros que “quieran entregar seis meses o un año de su tiempo para la misión”.
En Argentina, el proyecto todavía no es tan conocido. Sumado a la situación que atraviesa el país, no reciben tanto apoyo económico. “Sería lindo también empezar a crear la red de ayuda”, admite Tomás.
En la web de “Misericordia” aparecen las distintas maneras concretas de apoyar directamente a la fundación, a un misionero soltero o a las familias misioneras. Quienes deseen colaborar de esta manera pueden hacerlo en https://misericordia.fr/es/donacion
También está la opción de sumarse a la experiencia de la misión por seis meses, uno o dos años, tanto para jóvenes como para matrimonios o familias; acercándose a los lugares de misión siendo voluntarios ocasionales, una vez a la semana, o participando de algún taller sin dejar de estudiar o trabajar. Más información sobre estas modalidades en https://misericordia.fr/es.