En 1944, el P. Patrick O’Connor, sacerdote irlandés miembro de la Sociedad Misionera de San Columbano, publicó Yo conocí un milagro: la historia de John Traynor, sanado de forma milagrosa en Lourdes.
En él, narra cómo a lo largo de diez horas de viaje en tren a Lourdes, el viernes 10 de septiembre de 1937, Jack Traynor le contó de primera mano cómo fue sanado en 1923 en el Santuario de Lourdes de las heridas incapacitantes que sufría desde su participación en la I Guerra Mundial.
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Recientemente, el Arzobispo de Liverpool (Reino Unido), Mons. Malcom McMahon, ha declarado esta curación como milagrosa, reconocida como la 71ª atribuida a la intercesión de la Virgen de Lourdes.
El P. O’Connor describe a Traynor como un “hombre corpulento, de un metro setenta de estatura, con un rostro fuerte y rubicundo” quien, atendiendo a su biografía “debiera de haber estado, si es que estaba vivo, paralizado, epiléptico, lleno de llagas, encogido, con el brazo derecho arrugado e inútil y un enorme agujero en el cráneo”.
Traynor era, a juicio del misionero, un hombre “con su fe y piedad varoniles”, sin pretensiones, “pero obviamente un católico militante intrépido”. A pesar de sólo haber recibido la Educación Primaria, tenía “una mente clara enriquecida por la fe y preservada por una gran honestidad de vida”.
Esto le permitió contar “con sencillez, sobriedad, exactitud” cómo fue sanado en el lugar donde la Inmaculada Concepción se apareció a Santa Bernardita Soubirous en 1858.
El P. O’Connor puso por escrito el relato y se lo envió a Traynor, que lo revisó y añadió nuevos detalles. Leyó el informe oficial de los médicos que le examinaron y buscó en los archivos periodísticos de la época para corroborar la narración.
Cómo Jack Traynor llegó a ser considerado incurable
Jack Traynor nació en Liverpool. Algunas fuentes aseguran que en 1883. Su madre era una mujer irlandesa, católica, que murió cuando Traynor era aún joven. “Pero su fe, su devoción a la Misa y a la Sagrada Comunión —lo hacía a diario cuando muy pocos lo hacían– y su confianza en la Virgen permanecieron con él como un recuerdo y ejemplo fecundo”, recuerda O’Connor.
Movilizado al estallar la I Guerra Mundial, recibió un primer impacto de metralla que le tuvo inconsciente 5 semanas. Enviado en 1915 a la fuerza expedicionaria a Egipto y al Estrecho de los Dardanelos, entre Turquía y Grecia, participó en el desembarco en Gallipoli.
Durante una carga de bayonetas, fue alcanzado por 14 disparos de ametralladora el 8 de mayo en la cabeza, el pecho y el brazo. Enviado a Alejandría, fue operado en los siguientes meses hasta en 3 ocasiones para intentar coserle los nervios del brazo derecho. Le propusieron amputar, pero se negó. Comenzaron los ataques epilépticos y hubo una cuarta operación, también infructuosa, en 1916.
Fue dado de baja con una pensión del 100% “por incapacidad permanente y total”, describe el misionero, y en 1920 se le operó del cráneo para tratar de sanar la epilepsia. De aquella intervención quedó con un agujero abierto “de unos dos centímetros de ancho” que fue tapado con una placa de plata.
Para entonces, sufría tres ataques al día y sus piernas estaban parcialmente paralizadas. De vuelta a Liverpool, le proporcionaron una silla de ruedas y le tenían que ayudar para levantarlo de la cama.
Habían pasado 8 años desde el desembarco en Gallipoli. Traynor fue tratado por 10 médicos que sólo pudieron demostrar “que estaba completa e incurablemente incapacitado”.
Sin poder andar, con ataques epilépticos, un brazo inservible, tres heridas abiertas… “Era realmente una ruina humana. Alguien se encargó de ingresarlo en el Hospital para Incurables de Mossley Hill, el 24 de julio de 1923. Pero para esa fecha Jack Traynor ya estaba en Lourdes”, describe el P. O’Connor.
Jack Traynor cuenta su peregrinación a Lourdes
Según el relato en primera persona redactado originalmente por el P. O’Connor y corregido y asumido por Traynor, el veterano soldado siempre había sentido gran devoción mariana, transmitida por su madre: “Sentía que si el santuario de nuestra Señora de Lourdes estuviera en Inglaterra, iría allí a menudo. Pero me parecía un lugar lejano al que nunca podría llegar”.
Al enterarse de que se organizaba una peregrinación al lugar, decidió hacer todo lo posible por ir. Usó un dinero reservado “para alguna emergencia especial” y llegaron a vender enseres. “Mi mujer empeñó incluso sus propias joyas”.
Al conocer su determinación, no fueron pocos los que intentaron disuadirle: “Morirás en el camino, traerás problemas y dolor a todos”, le dijo un sacerdote. “Todo el mundo, salvo mi mujer y uno o dos parientes, me decían que estaba loco”, recuerda.
La experiencia del viaje fue “muy dura”, confiesa Traynor, que se sintió muy enfermo en el trayecto. Tanto así, que trataron de bajarlo hasta en tres ocasiones para llevarlo a un hospital en Francia, pero justo donde pararon no había ninguno.
Al llegar a Lourdes “no había esperanza” para Traynor
El 22 de julio de 1923, domingo, llegaron al Santuario de Lourdes, en el prepirineo francés. Allí se hicieron cargo de él dos hermanas protestantes que le conocían de Liverpool, y que se encontraban de forma providencial en el lugar.
La peregrinación, de más de 1.200 personas, estaba presidida por el Arzobispo de Liverpool, Mons. Frederick William Keating.
Al llegar, Traynor se sintió “desesperadamente enfermo”, hasta el punto de que “una mujer se encargó de escribir a mi esposa diciéndole que no habría esperanza para mí y que me enterrarían en Lourdes”.
A pesar de ello “logré que me bañaran nueve veces en el agua del manantial de la gruta y me llevaron a las diferentes devociones a las que podían unirse los enfermos”.
El segundo día, sufrió un fuerte ataque epiléptico. Los voluntarios se negaron a introducirle en las piscinas en este estado, pero su insistencia fue imbatible. “Desde entonces no he vuelto a tener un ataque epiléptico”, detalla.
Curación de la parálisis de las piernas
El martes 24 de julio, Traynor fue examinado por primera vez por médicos del santuario, que atestiguaron lo sucedido durante el viaje a Lourdes y detallaron sus dolencias.
El miércoles 25 de julio “parecía estar tan mal como siempre” y, pensando el viaje de retorno previsto para el viernes 27, compró algunos recuerdos religiosos para su mujer y sus hijos con los últimos chelines que le quedaban.
Volvió a las piscinas. “Cuando estaba en el baño, mis piernas paralizadas se agitaron violentamente”, describe, lo que provocó la alarma entre los voluntarios que atendían a los peregrinos en el santuario, creyendo que era otro ataque de epilepsia. “Me esforcé por ponerme en pie, sintiendo que podía hacerlo fácilmente”, explica.
Sanación del brazo al paso del Santísimo Sacramento
De nuevo le colocaron en la silla de ruedas y le llevaron a la procesión del Santísimo Sacramento. El Arzobispo de Reims, Cardenal Louis Henri Joseph Luçon, portaba la custodia.
“Bendijo a los dos que iban delante de mí, se acercó a mí, hizo la señal de la cruz con la custodia y pasó al siguiente. Acababa de pasar cuando me di cuenta de que se había producido un gran cambio en mí. Mi brazo derecho, que estaba muerto desde 1915, se agitó violentamente. Rompí sus vendas y me persigné, por primera vez en años”, describe el propio Traynor.
“Que yo recuerde, no sentí ningún dolor repentino y, desde luego, no tuve ninguna visión. Simplemente me di cuenta de que había ocurrido algo trascendental”, añade.
De vuelta en el asilo, el antiguo hospital que hoy alberga las oficinas de la Hospitalidad de Nuestra Señora de Lourdes en el santuario, demostró que podía andar dando siete pasos. Los médicos volvieron a examinarle y concluyeron en su informe que “había recuperado el uso voluntario de sus piernas” y que “el paciente puede caminar con dificultad”.
Y Jack Traynor fue corriendo a la gruta
Aquella noche, apenas pudo dormir. Como ya había cierto revuelo en torno a él, varios voluntarios hicieron guardia en su puerta. Por la mañana temprano, parecía que se quedaría dormido de nuevo, pero “en el último suspiro, abrí los ojos y salté de la cama. Primero me arrodillé en el suelo para terminar el rosario que había estado rezando, luego corrí hacia la puerta”.
Abriéndose paso, llegó descalzo y en pijama hasta la gruta de Massabielle, hasta donde le siguieron: “Cuando llegaron a la gruta, yo estaba de rodillas, todavía en ropa de dormir, rezando a la Virgen y dándole gracias. Sólo sabía que debía darle las gracias y que la Gruta era el lugar adecuado para hacerlo”.
Estuvo 20 minutos orando. Cuando se levantó, había una multitud a su alrededor, que se apartó para dejarle volver al asilo.
Un sacrificio a la Virgen en agradecimiento
“En el extremo de la plaza del Rosario se alza la estatua de Nuestra Señora Coronada. Mi madre siempre me había enseñado que cuando se pide un favor a la Virgen o se desea mostrarle alguna veneración especial hay que hacer un sacrificio. Yo no tenía dinero que ofrecer, pues había gastado mis últimos chelines en rosarios y medallas para mi mujer y mis hijos, pero arrodillado allí, ante la Virgen, hice el único sacrificio que se me ocurrió. Decidí dejar el tabaco”, explica con tremenda sencillez Traynor.
“Durante todo este tiempo, aunque sabía que había recibido un gran favor de Nuestra Señora, no recordaba con claridad toda la enfermedad que me había precedido”, detalla en su narración.
Mientras terminaba de arreglarse por sí mismo, un sacerdote, el P. Gray, que no sabía nada de su curación, pidió que alguien le acolitara durante la Misa, cosa que hizo Traynor: “No me pareció extraño que pudiera hacerlo, después de ocho años sin poder levantarme ni andar”, afirma.
Recibió noticia de que el sacerdote que se había opuesto firmemente a que se uniera a la peregrinación quería verlo en su hotel, situado en el pueblo de Lourdes, fuera del santuario. Le preguntó si se encontraba bien. “Le dije que me encontraba bien, gracias, y que esperaba que él también. Se echó a llorar”.
El viernes 27 de julio, a primera hora, los médicos volvieron a examinar a Jack Traynor. Dejaron constancia de que podía andar perfectamente, había recuperado por completo el brazo derecho y la sensibilidad en las piernas. La abertura de su cráneo, fruto de la operación, había disminuido de forma considerable y no había padecido más crisis epilépticas. También sus llagas habían sanado al volver de la gruta, cuando se quitó los vendajes el día anterior.
Llorando "como dos niños" con el Arzobispo Keating
A las nueve de la mañana, el tren de vuelta a Liverpool estaba listo para salir de la estación de Lourdes, situada en la zona alta de la localidad. Le habían reservado un asiento en primera clase que, pese a sus protestas, tuvo que aceptar.
En mitad del viaje, se acercó el arzobispo Keating hasta su vagón. “Me arrodillé para que me diera su bendición. Me levantó diciendo: ‘Jack, creo que debería recibir tu bendición’. No entendía por qué lo decía. Luego me llevó y ambos nos sentamos en la cama. Mirándome, dijo: 'Jack, ¿te das cuenta de lo enfermo que has estado y de que has sido curado milagrosamente por la Santísima Virgen?'”.
“Entonces –prosigue Jack Traynor— me vino todo a la mente, el recuerdo de mis años de enfermedad y los sufrimientos del viaje a Lourdes y lo enfermo que había estado en Lourdes. Empecé a llorar, y el arzobispo también, y nos quedamos los dos sentados, llorando como dos niños. Después de hablar un poco con él, me tranquilicé. Ahora comprendía plenamente lo que había sucedido”.
Un telegrama a su mujer: “Estoy mejor”
Dado que las noticias sobre los hechos ya habían llegado a Liverpool, le aconsejaron a Jack Traynor que escribiera un telegrama a su mujer. “No quise hacer un alboroto con un telegrama, así que le envié este mensaje: ‘Estoy mejor - Jack’”, explica.
Este mensaje y la carta en la que le anunciaban que su marido iba a morir en Lourdes era toda la información que tenía, pues no había visto los periódicos. Supuso que se había repuesto de la gravedad, pero que seguía en su estado “ruinoso”.
El recibimiento en Liverpool fue apoteósico. El arzobispo tuvo que dirigirse a la gente para que se dispersaran con sólo ver bajar a Traynor del tren. “Pero cuando aparecí en el andén, se produjo una estampida” y la policía tuvo que intervenir. “Volvimos a casa y no puedo describir la alegría de mi mujer y mis hijos”, subraya en su narración.
Una hija llamada Bernardette
Jack Taynor concluye su relato explicando que se dedicó en los años sucesivos al transporte del carbón, levantando sacos de 90 kilos sin dificultad. Gracias a la Providencia, pudo atender bien a su familia. Tres de sus hijos nacieron después de su curación en 1923. A la niña, la llamaron Bernadette, en honor a la vidente de Lourdes.
Además deja constancia de la conversión de las dos hermanas protestantes que cuidaron de él, junto a su familia y al pastor anglicano de su comunidad.
Desde entonces, Jack acudió como voluntario a Lourdes de forma recurrente hasta que falleció en 1943, la víspera de la solemnidad de la Inmaculada Concepción.
Paradójicamente, y pese a las evidencias fácticas de su curación, el Ministerio de Pensiones de la Guerra nunca revocó la pensión de invalidez que se le concedió de por vida.