El hogar “El Campanario”, perteneciente a la Asociación Civil San Marcos Ji, que trabaja con personas en recuperación de adicciones en Uruguay, celebró el 4 de diciembre su primer aniversario, mientras que el hogar de medio camino “La Fuente”, otro proyecto de la misma asociación, da sus primeros pasos.
Inés Olivera es uno de los motores de la asociación, que en el último año ha trabajado mucho, a través de ambos hogares, por las personas que necesitan recuperarse de las adicciones.
Recibe las principales noticias de ACI Prensa por WhatsApp y Telegram
Cada vez es más difícil ver noticias católicas en las redes sociales. Suscríbete a nuestros canales gratuitos hoy:
“La Fuente” se inauguró en septiembre y se encuentra a media hora del centro de Montevideo, la capital uruguaya. Allí se ofrece alojamiento y apoyo a personas que están en proceso o han pasado por una comunidad terapéutica por consumo de drogas.
Cuando se dio la oportunidad de abrir este segundo hogar, comentó Olivera en declaraciones recogidas en el sitio web de la Arquidiócesis de Montevideo, “estábamos trabajando para hacer un proyecto de paradores”, hospedajes para albergar a personas de la calle.
“Me llamó la directora de protección social del Mides [Ministerio de Desarrollo Social], a raíz del trabajo en la primera casa San Marcos Ji. Me dijo que necesitaban otra casa de medio camino”, recordó.
“Allí tuvimos que empezar a buscar un espacio, cuyo alquiler estaba contemplado en el presupuesto del ministerio”, detalló, y eligieron un lugar en la zona oeste de la ciudad, con espacios amplios, que permitieron dividirlo en una sección mayoritaria para hombres y otra con menos plazas destinada a mujeres.
El hogar de medio camino es una solución entre habitacional y terapéutica. Su coordinador, Nicolás Parreira, explicó que “la idea es que mientras estén aquí, los muchachos —todos mayores de 18 años— generen vínculos, entre ellos y con la propuesta de la casa”.
“No es un refugio y tampoco es una casa. Le pedimos a los usuarios que tengan un medio de sostenimiento del tratamiento contra la adicción, y muchas veces ellos realizan actividades de recreación o formación en otras instituciones con las que tiene convenio el Mides”, detalló.
Lo que intenta este hogar es generar redes para que las personas que reciben asistencia, al salir de la comunidad terapéutica puedan empezar a adaptarse, primero a la casa y luego al mundo exterior.
“Apostamos a que tengan autonomía, los ayudamos a que puedan ser responsables con el uso del dinero si trabajan, los ayudamos con esa administración. Es un lugar de contención”, resumió.
Fue su propia experiencia en adicciones y su posterior cambio de vida gracias a la Fazenda de la Esperanza lo que lo impulsa a trabajar por otras personas en la misma situación. Al respecto, aclaró que “no es sólo dejar la droga —ya que todo el consumo puede ser problemático—, porque a veces hay un consumo funcional: trabajás, estás un tiempo y volvés al consumo”.
“Se necesitan espacios de contención, porque sos adicto toda tu vida”, puntualizó.
Tanto “La Fuente” como “El Campanario” buscan ofrecer a los usuarios una instancia de contención en la que, al mismo tiempo, generen herramientas para buscar su propio lugar. En ese marco, la experiencia se complementa con talleres o iniciativas estatales que fortalecen la comunidad.
El convenio con el Mides cubre el alquiler, gastos y alimentación de las personas que reciben asistencia, pero son ellos mismos quienes cocinan y mantienen el orden del lugar, donde además de dos coordinadores trabajan seis operadores terapéuticos.
En el caso de “El Campanario”, que se encuentra en la Basílica Nuestra Señora del Carmen, en su primer año de funcionamiento pasaron por allí personas que no sólo tuvieron que recuperarse de las adicciones sino también salir de realidades de reclusión y de varios años de vivir en la calle.
Quienes ingresan a “El Campanario” provienen de la Fazenda de la Esperanza, con el requisito de haber culminado un año allí. En El Campanario “se puede tener una experiencia de espiritualidad parecida a la de la Fazenda, que es la que los muchachos conocen y les permite salir adelante”, detalló Olivera.
Actualmente nueve personas reciben asistencia en El Campanario, y de ellos, cinco están trabajando y cuatro haciendo el curso de operador terapéutico.
En este caso no hay convenios, sino que se financia con donantes privados, por lo que actualmente, necesitan padrinos para cada persona que llega, para cubrir los gastos de luz, agua, boletos de transporte, y atención médica.
“Con las personas que allí llegan es con quienes Jesús nos pide que estemos”, subrayó la impulsora de la asociación.