Más de un siglo después de que se hundiera en el fondo del Océano Atlántico, el Titanic sigue siendo el barco más estudiado y discutido de la historia.
Sin embargo, incluso los mayores aficionados al Titanic podrían no saber que lo que probablemente fue la última foto tomada del barco en la superficie fue capturada por un sacerdote jesuita que fue un fotógrafo prolífico.
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El P. Francis Browne nació en Irlanda, en 1880. Estudió en el Instituto de Teología y Filosofía de Milltown, dirigido por los jesuitas, y fue ordenado en 1915 por el Obispo de Cloyne, Mons. Robert Browne, su tío, por quien había sido criado desde la infancia después de las tempranas muertes de su madre y su padre.
El obispo Browne le proporcionó al joven Browne su primera cámara, y se convertiría en un fotógrafo célebre, con un portafolio que incluía una colección de fotografías de la Primera Guerra Mundial en la que sirvió como capellán. Durante ese conflicto, Browne sufrió graves heridas por un ataque con gas y recibió la Cruz Militar por sus esfuerzos.
Sin embargo, se podría decir que sus contribuciones más famosas a la fotografía mundial son sus fotografías del Titanic, entre las pocas que capturaron la vida a bordo del breve transatlántico antes de su hundimiento.
En su libro Father Browne's Titanic Album: A Passenger's Photographs and Personal Memoir (El álbum del Titanic del padre Browne: fotografías y memorias personales de un pasajero), el sacerdote jesuita E.E. O'Donnell escribe que Browne terminó en el Titanic después de que el obispo Browne le diera a su sobrino “el viaje de su vida” en forma de un crucero de dos días en el Titanic.
El sacerdote jesuita navegó desde Southampton, en Inglaterra, hasta Queenstown, en Irlanda, donde desembarcó fortuitamente antes del resto del fatídico viaje del barco.
Sin embargo, el roce de Browne con la muerte fue aún más cercano de lo que parecía: mientras estaba en el barco, se hizo amigo de una pareja estadounidense adinerada que se ofreció a comprarle un boleto para el resto del viaje a Estados Unidos.
El sacerdote envió un telegrama a su superior jesuita pidiendo permiso. En Queenstown, el sacerdote recibió una respuesta que decía: "BÁJENSE DE ESE BARCO". Browne habría guardado el mensaje por el resto de su vida.
Fue al desembarcar en Queenstown que el sacerdote capturó las que probablemente fueron las últimas fotos del barco sobre la superficie del agua. (Otra pasajera y colega fotógrafa, Kate Odell, también desembarcó al mismo tiempo y tomó fotos similares del barco mientras se alejaba).
Además de las inquietantes imágenes finales del Titanic, Browne tomó numerosas fotos de la vida a bordo del desafortunado transatlántico, incluidas las últimas imágenes conocidas de muchos de los miembros de la tripulación, como el capitán Edward Smith.
El sacerdote también capturó la única fotografía conocida de la sala de radio del Titanic, desde la cual los operadores inalámbricos del barco transmitían mensajes SOS desesperados en la noche del 14 al 15 de abril, hasta pocos minutos antes de que el barco se hundiera.
En su historia, O'Donnell dijo que el “hecho más noticioso” sobre Browne no es su presencia en el histórico transatlántico, sino que ahora es reconocido como “uno de los mejores fotógrafos del mundo de todos los tiempos”, con un portafolio de casi 42.000 imágenes.
Su colección de fotografías del Titanic, señaló O'Donnell, no es sólo de interés por su rareza histórica, sino también porque representa “los primeros trabajos de la mano de un hombre que se convirtió en un maestro del arte de la fotografía”.
A su muerte en 1960, Browne fue aclamado como un “hombre valiente y amable” que “tuvo una gran influencia para el bien”, amado por sus amigos católicos y protestantes por igual.
Reflexionando sobre la tragedia del Titanic, el propio Browne escribió sobre enterarse del catastrófico hundimiento, cuya noticia fue “susurrada al principio, luego contradicha, pero finalmente gritada en voz alta con todo su horror de detalle por la prensa de garganta miríada”.
En Irlanda, mientras tanto, “no nos olvidamos de aquellos a quienes habíamos visto desfallecer en todo el gozo de la esperanza y la confianza”, escribió, “porque nos reunimos en la gran catedral para orar por los que habían partido, y por aquellos sobre quienes la mano del dolor había caído tan pesadamente”.
Traducido y adaptado por el equipo de ACI Prensa. Publicado originalmente en CNA.