El Papa Francisco aprobó la semana pasada la beatificación de la monja española Juana de la Cruz debido a su fama de santidad. Esta excepción, aunque poco habitual, no es la primera vez que ocurre durante su pontificado. 

La Constitución Apostólica Divinus Perfectionis Magister de San Juan Pablo II sobre la legislación relativa a las causas de los santos, así como las normas del Dicasterio de las Causas de los Santos, determinan que para proclamar a una persona como santa es necesario demostrar dos milagros atribuidos a su intercesión.

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En primer lugar, para que se apruebe la beatificación, el prefecto del dicasterio debe dar un veredicto positivo sobre un milagro, sometido a una exhaustiva investigación previa, que posteriormente deberá ser aprobado por el Santo Padre.

El mismo proceso se debe seguir para la canonización. Tanto el dicasterio vaticano como el Pontífice deben aprobar un segundo milagro que haya sucedido en una fecha posterior a su beatificación. 

Sin embargo, el Santo Padre puede realizar la llamada beatificación o canonización “equivalente”, también llamada “extraordinaria” o “a ciencia cierta”, al reconocer y ordenar el culto público y universal de un Siervo de Dios sin haber pasado por el procedimiento ordinario. Esta vía también supone el reconocimiento formal de santidad, sólo que por vía extraordinaria.

Las condiciones para este reconocimiento de la Iglesia están contenidas en De Servorum Dei Beatificatione et Beatorum Canonizatione, un texto del Papa Benedicto XIV. El Pontífice puede dispensarla si la veneración al santo ha sido realizada desde mucho tiempo atrás y de forma continuada por la Iglesia, o de tratarse de figuras eclesiales particularmente importantes con un culto litúrgico antiguo extendido y con ininterrumpida fama de santidad e intercesión ante Dios.

Además, su culto debe ser anterior a 1534, es decir, al período en que se introdujeron las nuevas normas para el reconocimiento del beato.

En este contexto, el Derecho Canónico establece que se puede declarar santa a una persona sobre la base de  otros elementos y motivos que pueden sustituir un milagro demostrado científica y teológicamente.

El Papa Francisco se acogió por primera vez a esta normativa al eximir de un segundo milagro a San Juan XXIII, canonizado el 27 de abril de 2013. 

Lo mismo ocurrió en el caso de la canonización de Ángela de Foligno, una de las místicas más famosas de la Iglesia en la Edad Media junto a Santa Catalina de Siena y Santa Catalina de Génova, inscrita en el Libro de los Santos el 9 de octubre de 2013.

En diciembre de ese mismo año, San Pedro Fabro, el primer compañero de San Ignacio de Loyola también fue inscrito en el Libro de los Santos sin verificarse milagro alguno, con la aprobación del Papa Francisco.

El 3 de abril de 2014, el Papa Francisco añadió a esta lista el nombre del P. José Anchieta, quien sentó las bases de la evangelización en Brasil, a la religiosa María de la Encarnación, conocida como la “Madre de la Iglesia Católica en Canadá”, y al Obispo de Québec (Canadá), Mons. Francisco de Montmorency-Laval. 

En Polonia se beatificó el 8 de junio de 2019 a Michal Giedroyc, un monje agustino de origen lituano que vivió en el siglo XV.