Es fácil conceptualizar la Presentación del Señor porque la encontramos en las Sagradas Escrituras. El Evangelio de Lucas narra el viaje de la Sagrada Familia al Templo cuando Jesús tenía 8 días. Según la costumbre judía, Jesús debía ser circuncidado y María purificada. Allí María y José se encuentran con los profetas Ana y Simeón, quienes reconocen al Niño como el Mesías que provocaría la caída y el ascenso de muchos, se convertiría en signo de contradicción y causa de una espada que un día atravesaría el corazón de María. Celebramos la Fiesta de la Presentación del Señor todos los años el 2 de febrero.
Sin embargo, la Presentación de María no se encuentra en las Sagradas Escrituras. En cambio, conocemos su existencia a partir de relatos que nos han llegado desde los tiempos apostólicos. Lo que sabemos se encuentra principalmente en el capítulo 7 del Protoevangelio de Santiago, que los historiadores han datado como anterior al año 200 d. C.
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El Protoevangelio de Santiago fue escrito aparentemente por el apóstol del mismo nombre. En él se da un relato detallado en el que el padre de María, Joaquín, le dice a su esposa, Ana, que desea llevar a su hija al Templo y consagrarla a Dios. Ana responde que deben esperar hasta que María tenga 3 años para que no necesite tanto a sus padres. El día acordado para que María fuera llevada al Templo, vírgenes hebreas acompañaron a la familia con lámparas encendidas. El sacerdote del Templo recibió a María, la besó y la bendijo. Según los escritos de Santiago, el sacerdote proclamó entonces: “El Señor ha magnificado tu nombre en todas las generaciones. En ti, el Señor manifestará su redención a los hijos de Israel”. Después de eso, María fue colocada en el tercer escalón del Templo y danzó de alegría. Toda la Casa de Israel amaba a María, y ella fue criada desde entonces en el Templo mientras sus padres regresaban a su hogar de Nazaret, glorificando a Dios.
La celebración de la Presentación de la Santísima Virgen María fue creciendo lentamente con el paso de los años. El 21 de noviembre de 543, el emperador Justiniano dedicó una iglesia a María en el área del Templo de Jerusalén. Muchos de los primeros Padres de la Iglesia celebraron esta festividad, como San Germán y San Juan Damasceno. En 1373, se celebró formalmente en Aviñón, Francia, y en 1472, el Papa Sixto IV la extendió a la Iglesia universal. La Iglesia bizantina considera la Presentación de María una de las 12 grandes fiestas del año litúrgico.
En 1974, el Papa Pablo VI escribió sobre esta fiesta en su encíclica Marialis cultus, diciendo que “prescindiendo del aspecto apócrifo, proponen contenidos de alto valor ejemplar, continuando venerables tradiciones, enraizadas sobre todo en Oriente”.
El Memorial de la Presentación de María se ha celebrado en la Iglesia desde sus primeros años y, sin embargo, es fácil olvidarlo o malinterpretarlo. Dado que se clasifica como un memorial y no como una solemnidad o día santo de precepto, no atrae mucha atención, salvo como una oración de apertura especial en la Misa. Con este memorial, celebramos el hecho de que Dios eligió habitar en María de una manera única. En respuesta, ella se puso completamente a su servicio. Por nuestro Bautismo, Dios nos invita también a nosotros a su servicio.
Pero celebrar la Presentación de María no es tan fácil. Esta fiesta nos llena de alegría, ya que María es verdaderamente nuestra Madre, que nos fue dada por Cristo cuando colgaba de la cruz mientras moría. Como somos parte del cuerpo de su Hijo, ella nos ama con tanta devoción y ternura como ama a Jesús. Cuando celebramos la Presentación de María, le damos a María el honor que se merece y damos testimonio de su pureza perfecta como Virgen de Nazaret, Madre de Dios y Madre nuestra.
Los santos Joaquín y Ana entregaron a Dios a su única hija para que fuera completamente libre de seguir su santa voluntad. Aunque la amaban entrañablemente, sabían que en el Templo María siempre estaría cerca del Lugar Santísimo, rodeada de una atmósfera de piedad y gracia. Sería instruida en las Escrituras y en la historia del pueblo judío. Estaría bajo la tutela y protección de las santas mujeres del Templo que habían entregado su vida a Dios. Una de ellas, según creen los estudiosos de las Escrituras, era Ana, la mujer que profetizó en la Presentación de Nuestro Señor. En el Templo, María estaría completamente centrada en Dios y bien preparada para convertirse en la Madre del Salvador y Madre del Cuerpo de Cristo.
Cuando celebramos la Presentación de la Santísima Virgen María, recordamos el tremendo sacrificio que hicieron por nosotros los santos Joaquín y Ana. Rendimos honor y respeto a la Virgen Purísima, que es un ejemplo para todos nosotros en nuestra lucha por la santidad. Es un privilegio y una oportunidad para expresar nuestra gratitud por el don de una Madre pura, tierna y siempre amorosa.
Nota del editor: Este artículo es una traducción de una publicación en el blog de la galardonada escritora Marge Fenelon en el National Catholic Register. Las opiniones expresadas en este artículo corresponden exclusivamente a su autor.