Marta Rodríguez Díaz, experta católica en ideología de género, fue elegida por la Conferencia Episcopal Española para impartir una formación a los delegados diocesanos de Pastoral de Familia y Vida sobre el reto que supone esta cuestión para la Iglesia Católica.

Doctora en Filosofía en la Pontificia Universidad Gregoriana, es profesora en la Facultad de Filosofía del Ateneo Pontificio Regina Apostolorum y coordinadora del área académica del Instituto de Estudios sobre la Mujer. 

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También es directora académica del curso en Género, sexo y educación, de la Universidad Francisco de Vitoria en colaboración con el Regina Apostolorum, y formó parte del Dicasterio para Laicos, Familia y Vida.

En conversación con ACI Prensa, expone que más que combatir la ideología de género la misión de la Iglesia Católica es “buscar que la luz brille en las tinieblas” y ofrecer un diálogo crítico. 

Rodríguez señala además que “si la Iglesia no es creíble hoy en materia de género no es porque no tenga mucho que decir, sino porque faltan formadores que sepan transmitir su mensaje con integridad y acierto”.

¿Cómo debe combatir la ideología de género la Iglesia?

No sé si me encanta la palabra “combatir”… Creo que la misión de la Iglesia es ser luz y buscar que la luz brille en las tinieblas. Ser luz significa proponer íntegramente la verdad sobre el ser humano, formar, y también alertar y señalar aquellas ideas que contradicen la dignidad de la persona, o no favorecen su plenitud. 

Personalmente preferiría ver que como Iglesia estamos más dedicados a un diálogo capaz de interpelar seriamente a las ideologías de nuestro tiempo, que en hacer denuncias totales que sólo comprenden quienes ya piensan como nosotros. 

Según los datos que usted ofrece, los agentes de pastoral o conocen y comprenden vagamente el magisterio católico sobre la cuestión o no lo conocen ni lo comprenden en absoluto. ¿Qué pasos hay que dar para revertir esta situación?

Formar, formar y formar. Es necesario formar en antropología cristiana: mi experiencia es que los agentes de pastoral la conocen de manera insuficiente, y no son capaces de proponerla en toda su belleza y profundidad. Además, es necesario formar en teología moral, para que sepan discernir las aplicaciones pastorales que conviene en cada caso, sin desdibujar en nada la verdad de la persona. También es necesario formar en un estilo pastoral que sepa conectar con el mundo postmoderno, y proponer la belleza perenne del Evangelio en un lenguaje comprensible para el mundo de hoy. 

Creo que si la Iglesia no es creíble hoy en materia de género no es porque no tenga mucho que decir, sino porque faltan formadores que sepan transmitir su mensaje con integridad y acierto.

Existe una crisis de la familia, en la que los roles del varón y la mujer son confusos. ¿Es esta una causa principal del desnortamiento de los jóvenes sobre la cuestión del género? ¿Qué otros elementos empujan en esta dirección?

Definitivamente, la crisis de feminidad y masculinidad que estamos viviendo tiene un impacto muy fuerte en los jóvenes. Sin modelos atractivos, es complejo hacer el proceso de identificación con el proprio sexo necesario en la adolescencia. Además, la crisis de la familia en sí: muchas familias disfuncionales, con padres y madres ausentes. 

También influyen, ciertamente, los medios de comunicación, redes sociales, películas… que insisten tan claramente en un único mensaje. En definitiva, creo que hoy los chicos son bombardeados por ideas que los confunden y no tienen referencias sólidas que los orienten.

Afirma que saber que no se ha hecho bien hasta ahora es “liberador” ¿En qué sentido?

En el sentido de que nos hace ver qué depende de nosotros, y dónde podemos mejorar nuestro discurso para ser más creíbles. En lo personal me inquieta mucho cuando se afirma que la causa de toda la confusión de los jóvenes está en las redes sociales, medios de comunicación, leyes… porque todo eso es cierto, pero también es cierto que no parece que vaya a cambiar en los próximos años. 

Pero si, al mismo tiempo que reconocemos el impacto de todos esos elementos externos, reconocemos que como Iglesia no siempre hemos estado a la altura; que no hemos sabido proponer el mensaje con la profundidad y belleza que lo pedía nuestro tiempo… Entonces, tenemos cosas que dependen de nosotros, y que nos permiten esperar que el panorama puede, efectivamente, mejorar. 

Usted enumera algunos riesgos en el campo educativo. ¿A qué se refiere con “prácticas médicas poco probadas desde el punto de vista científico”?

A los tratamientos hormonales a niños y adolescentes. No soy médico, pero muchos médicos y psicólogos han presentado objeciones serias a este tipo de prácticas. En otros países están echando para atrás, pero en España todavía seguimos con experimentos. 

Afirma que “no es necesario declarar la guerra al término ‘género’: es posible asumirlo críticamente”. ¿Qué parte de ese discurso es asumible conforme al magisterio de la Iglesia?

El problema no es el término género, sino la antropología desde la que se asume. Amoris Laetitia n. 56 afirma que “género y sexo se pueden distinguir, pero no se pueden separar”. Lo mismo dice Varón y mujer en los números 6 y 11. Y Dignitas Infinita vuelve a retomar esta afirmación. Creo que la tendencia consolidada del Magisterio en los últimos años ha sido la de dejar de declarar la guerra al término, y entablar un diálogo crítico con lo que yo llamo “las teorías de género”. 

El género es el desarrollo o interpretación cultural del sexo. Es justo distinguirlo del sexo, pero no desvincularlo. 

¿Qué diferencia a esta época de otras, en cuanto a cambio cultural y distancia intergeneracional, para que se dificulte tanto el diálogo sobre estas cuestiones?

Creo que la dificultad se enmarca en lo que el Papa Francisco llama “un cambio de época”. La cultura está siempre en continuo cambio, pero hay momentos en la historia en los que se da un verdadero cambio de época. Es un momento de quiebre, donde el tiempo “cambia de piel”, y es necesaria una adaptación más profunda del lenguaje, de la perspectiva, de la mirada. 

La Veritatis gaudium reconoce que “no tenemos la cultura necesaria para afrontar estos desafíos, y hace falta construir liderazgos que marquen caminos”. Se trata de aprender a proponer la belleza de Cristo y del hombre en un mundo postmoderno. Esto requiere una nueva profecía. 

¿Cómo equilibrar la acogida samaritana a quien está herido por la ideología de género con la proclamación de la verdad antropológica de la creación del hombre y la mujer como imagen de Dios y lo que se deriva de esta afirmación?

En Jesús no hay contradicción entre verdad y caridad. El mismo Jesús que proclama el sermón de la montaña y dice que el adulterio empieza en el corazón, levanta a la mujer adúltera. 

Afirmar que el sexo es un dato constitutivo de la persona y que permea cuerpo y alma no se contradice con reconocer que la identidad en sentido psicológico es bio-psico-social, y que la persona tiene la tarea de integrar elementos distintos: cuerpo, psique, cultura…

Podemos decir que yo nazco mujer, pero al mismo tiempo me tengo que hacer mujer. Este proceso no es sencillo, y menos hoy en día. Creo que nos tenemos que poner de rodillas ante la experiencia de cada persona.

La antropología cristiana no es una verdad teórica que tengamos que arrojar a la gente… Si creemos que estamos bien hechos, sabemos que la verdad está dentro de cada uno de nosotros y la podemos reconocer en los anhelos de nuestro corazón.

Quizás la tarea del acompañante cristiano es caminar con las personas como Jesús con los discípulos de Emaús, ayudándoles a enriquecer la gramática con la que interpretan su historia. Si creemos que “la verdad nos hace libres”, entonces quizás lo que tenemos que tener es mucha paciencia y amor para acompañar a las personas a que sean cada vez más auténticamente ellos mismos.