José Francisco Serrano Oceja es uno de los decanos de la información religiosa en España y acaba de publicar Iglesia y poder en España. Del Vaticano II a nuestros días, un extenso ensayo de 350 páginas, fruto de un profundo estudio repleto de referencias bibliográficas. 

Doctor en Ciencias de la Información por la Universidad Pontificia de Salamanca, doctor honoris causa por la Universidad Católica de Puerto Rico y Catedrático de Periodismo en la Universidad CEU San Pablo, Serrano desentraña las relaciones entre la jerarquía eclesiástica católica y el poder en España en las últimas décadas.

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Lo hace con el convencimiento -expone a ACI Prensa- de que “a la Iglesia se le entiende mejor, y se la ama más” estudiando su historia y de que España no se puede entender sin la presencia y la influencia del cuerpo místico de Jesucristo, en particular de los sucesores de los apóstoles. 

Son los obispos, precisamente, los protagonistas de su última obra, de entre los que destaca nombres como los de Mons. Casimiro Morcillo, primer Arzobispo de Madrid, o los cardenales Vicente Enrique y Tarancón, Marcelo González Martín, Fernando Sebastián o Antonio María Rouco Varela.

El autor sostiene que el uso del poder en los prelados “ha pasado de ser un ejercicio de autoridad a ser un ejercicio de ejemplaridad” y que ellos son conscientes de que “el catolicismo español está aletargado”.

El principal problema al que se enfrentan “no es sólo que la Iglesia pierda influencia, sino que pierda presencia y que incluso su presencia se circunscriba a lo social” y que no es fácil erradicar el clericalismo. 

De cara al futuro, y recientemente celebrada la segunda sesión de la Asamblea del Sínodo de la Sinodalidad, Serrano espera “que los procesos ahora en curso ayuden a clarificar ese ejercicio de la autoridad, que hay que relacionarla con la verdad, y no a diluirlo”.

¿Qué le llevó a escribir este libro? ¿Alguna motivación especial más allá del evidente interés historiográfico?

El libro nace de las preguntas no resueltas que se me acumulaban en los veinte años de ejercicio del periodismo dedicado a la información religiosa. A la Iglesia se le entiende mejor, y se la ama más, estudiando historia de la Iglesia. Podría decir que sobre la Iglesia se informa mejor estudiando historia de la Iglesia. También echaba en falta más producción bibliográfica sobre esta materia. 

¿Cuáles diría que son los principales bulos o mitos sobre el poder de la Iglesia en España? Diga alguno del pasado y alguno del presente.

Tendría que distinguir bulos del poder de la Iglesia en la Iglesia y del poder de la Iglesia en la sociedad. Un bulo del pasado es el alimentado por el marxismo, es decir, que la Iglesia se mueve por el poder, y que el poder principal de la Iglesia reside en lo económico, en su economía, que además liga con el celibato en el caso de los sacerdotes. 

Y un bulo actual sobre el poder de la Iglesia es el de que los obispos siguen siendo señores feudales en sus diócesis o que el Papa es como el jefe de un Estado que tiene a los obispos como si fueran gobernadores civiles. 

 ¿Qué figuras son las más relevantes desde el Concilio a nuestros días en la jerarquía episcopal española?

Tendríamos que hablar en primer lugar de generaciones episcopales. En cada generación suele haber un líder o un par de líderes. Monseñor Casimiro Morcillo, los cardenales [Vicente Enrique y] Tarancón y Marcelo González Martín, los cardenales Fernando Sebastián y Antonio María Rouco Varela, por ejemplo. 

¿Y fuera de ella, entre los laicos?

Creo que el laico más importante que ha tenido la Iglesia en el siglo XX fue Ángel Herrera Oria, que posteriormente se ordenó sacerdote y llegó a obispo y cardenal. Por su altura intelectual y moral y por sus obras. Nadie se le puede comparar. Ya en el tiempo más cercano, hablo de Kiko Argüello, iniciador del Camino Neocatecumenal, podría referirme también a Julián Gómez del Castillo, por ejemplo.

Es relevante, y tal vez irónico, que Mons. Vicente Enrique y Trancón fue nombrado con el visto bueno del franquismo y es considerado como un obispo progresista que impulsó la Transición. ¿Ejemplifica la imposibilidad de encerrar el poder eclesial en los esquemas mundanos?

Sin duda. Es cierto que sabemos más del cardenal Tarancón porque nos dejó escritas unas abultadas memorias, sus Confesiones. Pero no olvidemos que Tarancón era un obispo tradicional, sus escritos lo demuestran, preocupado por la cuestión social, que en Madrid se volcó en la política para contribuir a la Transición, pero con una vida de piedad intensa y formas muy clásicas.

Dicen que un obispo es lo que más se parece a otro obispo, pese a sus diferencias. ¿Mons. Marcelo González Martín y Mons. Vicente Enrique y Tarancón eran agua y aceite o no tanto? 

Te diría que eran complementarios. Don Marcelo era un hombre de la Castilla eterna, recio, con una formación sólida. Tarancón era de carácter mediterráneo. Tarancón fue ayudado en su promoción eclesiástica por don Casimiro Morcillo. Ambos eran dos obispos del Concilio Vaticano II y ambos fueron dos obispos que amaron a la Iglesia en España y a España.

Cubierta de "Iglesia y poder en España", de José Francisco Serrano Oceja. Crédito: Editorial Arzalia.
Cubierta de "Iglesia y poder en España", de José Francisco Serrano Oceja. Crédito: Editorial Arzalia.


¿Está el apoyo al terrorismo de ETA y del nacionalismo exacerbado en general, entre lo peor del uso del poder de cierto sector eclesiástico en España?

La Iglesia, y los obispos siempre condenaron el terrorismo de ETA. Lo que ocurre es que los obispos del País Vasco no dieron algunos pasos que eran necesarios, incluso para que esa condena fuera sin fisuras. 

Por ejemplo, no hicieron un juicio moral de lo que había detrás de ETA, sobre todo del sustrato del Movimiento Vasco de Liberación Nacional, de sus vertientes marxistas y de lo que tiene que ver con el nacionalismo. 

La historia de la Iglesia en el País Vasco es una historia paradigmática en la que se percibe cómo lo católico, incluso la Iglesia, se sustituye por una nueva religión de sustitución, el nacionalismo, la nación. Y ese proceso no fue suficientemente clarificado.

¿Cómo definiría la relación de la Iglesia con los poderes políticos durante el franquismo, la transición, las primeras décadas de democracia, y desde el zapaterismo a nuestros días?

Durante el franquismo, el Estado se inspiró en la ley natural, en la moral católica y en la identidad católica de España, fue un Estado confesional. 

En la Transición, la Iglesia jugó un papel importante en la medida en que como había hecho antes su transición contribuyó a la reconciliación de los españoles. Pero también se politizó en paralelo al Concilio Vaticano II.

Durante las primeras décadas, la Iglesia fue buscando su lugar y defendiendo su libertad. 

Llegados los socialistas primeros, se sintió retada en cuestiones como la educación o la financiación. Con Zapatero [presidente del Gobierno de España entre 2004 y 2011] se desarrolló el primer proyecto laicista de fondo y la Iglesia se convirtió en el único freno moral.

Desde hace 40 años, parece un hecho que la Iglesia ha perdido influencia en la sociedad española. Al menos así se deduce de la legislación aprobada y por aprobar en materia de defensa de la vida, matrimonio, familia, libertad religiosa, etc. ¿A qué se debe?

La Iglesia ha perdido influencia porque se ha intensificado el proceso de secularización. Incluso se intensificó con los gobiernos socialistas, con la hegemonía cultural de la izquierda en la educación, en la cultura y en los medios de comunicación. 

El problema no es sólo que la Iglesia pierda influencia, sino que pierda presencia y que incluso su presencia se circunscriba a lo social, como si el Estado o los gobiernos sólo le permitieran a la Iglesia trabajar en lo social para que no se convierta en una voz profética que denuncie las tropelías antropológicas.

Dice en el libro que “el catolicismo florece en España a base de reacciones”. ¿Considera que hoy está en una fase de activación o en declive? ¿Qué responsabilidad tienen los obispos en ello?

Todavía no hemos reaccionado suficiente. El catolicismo español padece una especie de desamortización de las mentes, de las conciencias, sobre todo en los laicos, y se encuentra despistado o aletargado. 

Hemos perdido sobre todo la tensión intelectual, la capacidad de juicio o discernimiento crítico, que seamos una voz escuchada y tenida en cuenta a la hora de contribuir a conformar la vida. Los obispos son conscientes de este proceso y están haciendo lo que pueden.

Después de realizar este análisis, ¿a qué conclusiones ha llegado sobre el papel de la Iglesia en España en este periodo?

La primera es que no se entiende la historia de España, ni su pasado, ni su presente, sin la Iglesia. La Iglesia católica, lo católico, forma parte de la identidad de España. Por mucha secularización que se dé, fenómenos como el de la religiosidad popular nos remiten a esa conformación de la realidad de España. 

Segundo, la Iglesia ha ido por delante en determinados procesos que se han dado en la historia reciente de España. Nuestro país, nuestra sociedad, no se entendería, sin la Iglesia Católica. 

Tercero, la forma de ejercicio del poder en la Iglesia ha cambiado. El ejercicio del poder de los obispos ha pasado de ser un ejercicio de autoridad a ser un ejercicio de ejemplaridad. 

Cuarto, hemos tenido unas generaciones de obispos de diversas sensibilidades, pero de gran altura personal, intelectual y moral. 

Quinto, no es fácil erradicar el fenómeno del clericalismo en la Iglesia en España, ni antes ni ahora.

Sexto, el anticlericalismo ahora se practica como desprecio a la Iglesia y como pretensión de que la fe sólo afecte a la vida privada y no tenga ninguna repercusión pública. 

Podría añadirte algunas más, pero creo que ya es suficiente...

Hablemos también de la actualidad. ¿Será el impulso sinodal una revolución ad intra en el ejercicio del poder eclesial? ¿Riesgo u oportunidad?

Aunque el libro tiene dos capítulos que abarcan el período desde el año 2000 hasta la actualidad, me paro en el año 2000. Como síntesis diría que el poder en la Iglesia ha ido cambiando incluso en su forma de servicio a la sociedad. Se nota mucho cómo se da esto en los obispos, en la forma en la que tienen de ejercer el episcopado.

Creo que hay una evolución y, al mismo tiempo, una crisis en lo referido a la autoridad, tanto del modo de ejercicio como de la recepción. Espero que los procesos ahora en curso ayuden a clarificar ese ejercicio de la autoridad, que hay que relacionarla con la verdad, y no a diluirlo.