A continuación,  la catequesis del Papa Francisco en la Audiencia General de este miércoles acerca del vínculo “único y eternamente indestructible” entre el Espíritu Santo y la Virgen María.


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Entre los diversos medios por los que el Espíritu Santo lleva a cabo su obra de santificación en la  Iglesia - Palabra de Dios, Sacramentos, oración - hay uno muy especial y es la piedad mariana. En la Tradición Católica, siempre hay un lema, un dicho: “a Jesús por María”. La Virgen nos hace ver a Jesús, y ella nos abre las puertas. La Virgen es siempre la madre que nos lleva de la mano hacia Jesús. La Virgen nunca se señala a sí misma, siempre señala a Jesús. Y esta es la piedad mariana. A Jesús, por las manos de María. 

San Pablo define la comunidad cristiana como “una carta de Cristo compuesta por nosotros,  escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo, una carta no grabada en tablas de piedra, sino en  tablas de corazones humanos” (2 Cor 3,3). María, como primera discípula y figura de la Iglesia, es igualmente una carta escrita con el Espíritu del Dios vivo. Precisamente por ello, ella puede ser “conocida  y leída por todos los seres humanos” (2Cor 3,2), incluso por aquellos que no saben leer libros de teología,  por esos “pequeños” a los que Jesús dice que se revelan los misterios del Reino, ocultos a los sabios  (cf. Mt 11,25). 

Al decir su “”, cuando María acepta y dice al ángel “sí, que se haga la voluntad del Señor” y acepta ser la Madre de Jesús, es como si María dijera a Dios: “Aquí estoy, soy una tabla de escribir: que el Escritor escriba lo que quiera, que haga lo que quiera conmigo el Señor de todas las cosas”. En aquella época, la gente solía escribir en tablillas enceradas;  hoy diríamos que María se ofrece a Dios como una página en blanco en la que Él puede escribir lo que  quiera. El “sí” de María -como ha escrito un conocido exégeta- representa “el ápice de todo comportamiento religioso ante Dios, ya que ella expresa, de la manera más elevada, la disponibilidad pasiva combinada con la disponibilidad activa, el vacío más profundo que acompaña a la mayor  plenitud”.

He aquí, pues, cómo la Madre de Dios es un instrumento del Espíritu Santo en su obra de  santificación. En medio de la interminable profusión de palabras dichas y escritas sobre Dios, la Iglesia y  la santidad (que muy pocos, o ninguno, son capaces de leer y comprender en su totalidad) ella sugiere  sólo dos palabras que todos, incluso los más sencillos, pueden pronunciar en cualquier ocasión: “Aquí  estoy” y “fiat”. María es la que dijo “sí” a Dios y con su ejemplo e intercesión nos impulsa a decirle  también nuestro “sí” cada vez que nos encontremos ante una obediencia que cumplir o una prueba que  superar. 

En todo momento de su historia, pero especialmente en este momento, la Iglesia se encuentra en la  situación en la que estaba la comunidad cristiana tras la Ascensión de Jesús a los cielos. Tiene que  predicar el Evangelio a todas las naciones, pero está esperando el “poder de lo alto” para poder hacerlo. Y  no olvidemos que, en aquel momento, como leemos en los Hechos de los Apóstoles, los discípulos  estaban reunidos en torno a “María, la madre de Jesús” (Hechos 1,14).

Es cierto que también había otras mujeres con ella en el cenáculo, pero su presencia es diferente y  única entre todas. Entre ella y el Espíritu Santo existe un vínculo único y eternamente indestructible que  es la persona misma de Cristo, “concebido por el Espíritu Santo y nacido de la Virgen María” (como nosotros recitamos en el Credo). El  evangelista Lucas subraya intencionadamente la correspondencia entre la venida del Espíritu Santo sobre  María en la Anunciación y su venida sobre los discípulos en Pentecostés, utilizando algunas expresiones  idénticas en ambos casos. 

Francisco de Asís, en una de sus oraciones, saluda a la Virgen como “hija y esclava del altísimo  Rey sumo y Padre celestial, madre de nuestro santísimo Señor Jesucristo, esposa del Espíritu Santo”.  Hija del Padre, Madre del Hijo, ¡Esposa del Espíritu Santo! No se podía ilustrar la relación única de  María con la Trinidad con palabras más sencillas. 

Como todas las imágenes, ésta de “esposa del Espíritu Santo” no debe absolutizarse, sino tomarse  por la parte de verdad que contiene, y es una verdad muy hermosa. Ella es la esposa, pero es, antes que  eso, la discípula del Espíritu Santo. Esposa y discípula. Aprendamos de ella a ser dóciles a las inspiraciones del Espíritu, sobre todo cuando nos sugiere que “nos levantemos con prontitud” y vayamos a ayudar a alguien  necesitado, como hizo ella inmediatamente después de que el ángel la dejara (cf. Lc 1,39). Gracias.