El Papa Francisco visitó la Pontificia Universidad Gregoriana, institución confiada a la Compañía de Jesús y la más antigua entre las universidades pontificias romanas, para abrir el Año Académico en el marco de la reciente incorporación del Pontificio Instituto Bíblico y el Pontificio Instituto Oriental. 

Al inicio del evento, el rector de la Universidad, el P. Mark Lewis SJ, recordó que aquí han estudiado obispos y cardenales como el nicaragüense Mons. Rolando Álvarez, “quien predica el Evangelio con valentía y permanece solidario con sus sacerdotes, su rebaño y todos aquellos a quienes se les ha privado de sus derechos humanos”.

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P. Mark Lewis SJ. Crédito: Daniel Ibáñez/ EWTN News
P. Mark Lewis SJ. Crédito: Daniel Ibáñez/ EWTN News

Tras estas palabras de bienvenida, el Papa Francisco se dirigió a los docentes para reflexionar acerca del papel que la Universidad Gregoriana debe tener en la actualidad, cumpliendo con el carisma y legado de San Ignacio de Loyola y con la misión que “los obispos de Roma han continuado confiando en el tiempo a la Compañía de Jesús”.

“Discípulos de la coca-cola espiritual”

En un extenso discurso, el Santo Padre exhortó a los presentes a evitar encerrarse en sí mismos y a realizar así “un replanteamiento de todo”, valorando aquello que se está viviendo tanto en el mundo como en la Iglesia, “en vista de la misión que el Señor Jesús nos ha confiado” puesto que, aseguró, “cuando uno se preocupa sólo en no tropezar, termina por caerse”.

“¿Os habéis planteado la pregunta de a dónde estáis yendo y por qué hacéis las cosas que estáis realizando? Es necesario saber dónde se está yendo, sin perder de vista el horizonte que une el camino de cada uno con el fin actual y último”, señaló el Papa Francisco.

A continuación, acuñó un nuevo término e indicó que esta “visión y conciencia del fin” impiden la “coca-lización” de la espiritualidad, lamentado que son muchos “los discípulos de la coca-cola espiritual”. El Papa Francisco utilizó esta metáfora para invitar a una mayor profundidad y a vivir una espiritualidad que no sea pasajera.

Poner el corazón en la acción formativa

Tomando como referencia al jesuita San Francisco Javier, quien abogó por la caridad y el servicio a los demás frente a aquellos que solamente poseían conocimientos, el Papa Francisco subrayó la necesidad de “ser misioneros por amor a los hermanos y estar disponibles a la llamada del Señor”. 

Pidió en esta línea evitar “las pretensiones que convierten el proyecto de Dios en burocrático, rígido y sin calor, superponiendo agendas y ambiciones a los planes de la providencia”. 

Invitó asimismo a evitar el ego y a poner “el corazón” en la acción formativa, para que esta no se convierta en un “intelectualismo árido o en un perverso narcisismo”. “Cuando falta el corazón, se ve”, remarcó.

Citando su reciente encíclica Dilexit Nos, el Papa Francisco quiso resaltar la evidencia de que “el corazón es el lugar de salida y llegada de cada relación” y animó a los presentes a retomar el camino de la misión original de la Universidad Gregoriana, establecida en 1551 en una “casa modesta” a la que se denominó Colegio Romano.

Insistió así en su invitación a “humanizar el saber de la fe” y a aplicar su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, enfatizando que los estudiantes “tienen la necesidad de descubrir la fuerza de la fantasía, de la inspiración” y también de tomar contacto “con las propias emociones y saber explicar sus propios sentimientos”. 

De este modo, continuó el Pontífice, se aprende a ser uno mismo, midiéndose según la capacidad de cada uno, sin evitar “la libertad a la decisión, apagar la alegría del descubrimiento” y privar de la ocasión de equivocarse. “De los errores se aprende”, subrayó.

La gratuidad nos abre a las sorpresas de Dios

Animó a los miembros de la Pontificia Universidad a retomar la “gratuidad” con la que San Ignacio de Loyola fundó el centro, de forma que todos se conviertan en “servidores sin patrones”, reconociendo la dignidad y que ninguno sea excluido. “Es la gratuidad la que nos abre a las sorpresas de Dios, que es misericordia”, añadió.

El Santo Padre pidió una Universidad con “olor a carne del pueblo”, que promueva la imaginación y revele el ser del Dios amor, “que da siempre el primer paso en un mundo que parece haber perdido el corazón”.

Más tarde, el Santo Padre reiteró que “para ganar hay que perder”, al tiempo que lamentó que el “mundo está en llamas” debido a la “locura de la guerra, que cubre con la sombra de la muerte cada esperanza”.

“Tenemos la necesidad de recuperar el camino de una teología encarnada, que resucite la esperanza, de una filosofía que sepa animar el deseo de tocar el borde del manto de Jesús, de asomarse a los límites del misterio”, señaló. 

Abrir la mirada del corazón

Exhortó además a “abrir la mirada del corazón”, a buscar la unidad en la diversidad con el intercambio de dones y a realizar un mayor estudio de las tradiciones orientales. Pidió evitar así las ideas abstractas que nacen en los escritorios y promover “el contacto con la vida de los pueblos, los símbolos de las culturas y los gritos de sufrimiento de los pobres”. “Tocar esta carne, andar en el fango y ensuciarse las manos”, enfatizó.

Para el Santo Padre, esta Universidad debe ser “un instrumento de la misión de la Iglesia” en diálogo con la humanidad”, donde no se mire “de arriba a abajo” y se evite la jerarquía, de modo que sus miembros ejerciten la humildad y se tenga en cuenta a todos.

También pidió mantener un diálogo con la tradición, siendo “compasivos con el presente y respetuosos con el pasado”, para poder cumplir la misión de “cargar sobre vuestras espaldas la historia de fe, de sabiduría, de sufrimiento de todos los tiempos, caminar en el presente en llamas que tiene necesidad de vuestra ayuda”. 

El Papa Francisco urgió de nuevo a mantener vivas las raíces de la Compañía de Jesús e insistió que, para servir a Dios, “hay que reconducir todo al fin por el que hemos sido creados”. 

También invitó a realizar un discernimiento constante que permita purificar las intenciones y no “aferrarse a las normas”, manteniendo una doctrina viva y no convirtiéndola “prisionera” dentro de un museo.

El origen de la Pontificia Universidad Gregoriana

Los orígenes de la Pontificia Universidad Gregoriana se remontan a la iniciativa directa de San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, quien en el año 1551 estableció el Colegio Romano, conocido también como la Universitas omnium Nationum, al servicio de la Iglesia universal. 

En 1873, el Papa Pío IX dispuso que la universidad adoptara oficialmente el nuevo nombre de Pontificia Universidad Gregoriana. En 1930 se inauguró su sede actual en la Plaza de la Pilotta.

A partir del 19 de mayo de 2024, otras dos instituciones confiadas a la Compañía de Jesús, el Pontificio Instituto Bíblico y el Pontificio Instituto Oriental, han sido incorporadas definitivamente a la Gregoriana, tal como lo solicitó el Papa Francisco. 

Actualmente, cuenta con 2.952 estudiantes de 121 nacionalidades, que profundizan en disciplinas como la Teología, Filosofía, Ciencias Eclesiásticas Orientales, Derecho Canónico, Psicología y Antropología, entre otras, ofreciendo además una propuesta académica que abarca tanto la tradición de la Iglesia latina como las de las Iglesias católicas orientales.