El Arzobispo de Arequipa (Perú) explica el camino de la felicidad y la vida eterna con Dios, en una reflexión sobre el evangelio de este domingo sobre el joven rico.
En un artículo titulado El camino de la felicidad, enviado a ACI Prensa, Mons. Javier del Río Alba recuerda el pasaje de Marcos 10,17-30, en el que el joven rico pregunta a Jesús sobre qué hacer para tener vida eterna.
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El Señor le recuerda al joven que debe cumplir los mandamientos, algo que el muchacho ya hace, pero le precisa que “eso no basta sino que hace falta algo más”: que venda todo y le dé el dinero a los pobres, tras lo cual se va entristecido porque tenía muchos bienes.
Con esto, explica el prelado peruano, “Jesús nos revela que el camino para tener vida eterna no consiste en pretender congraciarse con Dios a través del mero cumplimiento de ciertas normas de modo legalista, sino en confiar en Él”.
Es necesario entonces “creer que sólo Él y no nuestras riquezas –sean bienes materiales, afectos, prestigio, etc.– puede garantizarnos una existencia feliz y la vida eterna”.
Mons. Del Río precisa luego que Jesús “no dice que esté mal tener bienes materiales, relaciones de afecto con otras personas o querer salir adelante en nuestro oficio o profesión. Ese no fue el problema de ese hombre rico del que nos habla el evangelio”.
Su problema, prosigue, “fue que puso eso por encima de Dios que, a través de Jesús, lo llamaba a algo más grande: vivir con Él, participar de su vida divina”.
“Es un riesgo que tenemos todos: buscar la felicidad –que para ser verdadera debe ser plena– en cosas, relaciones personales o acontecimientos que, en sí mismos, no tienen la capacidad de dárnosla, y en confundir los medios con el fin para los que Dios los ha creado”.
En el evangelio el Señor recuerda que nada es imposible para Dios. “Con estas sencillas palabras –resalta el arzobispo– Jesús nos da la clave. Nos dice que la vida eterna, que es la verdadera felicidad (…) no es una tarea posible para las solas fuerzas del hombre, sino que es un don gratuito que Dios da a quien confía en Él y pone su vida en sus manos”.
Esto, subraya el prelado, no se da “como si fuera una relación comercial (te doy para que me des) sino en una relación de amor que no se puede comprar ni siquiera con nuestras buenas obras”.