El Papa Francisco recordó que la unidad, tanto en la Iglesia como en el matrimonio y la familia, procede del Espíritu Santo y se alcanza “cuando uno se esfuerza por poner a Dios, y no a uno mismo en el centro”.

Durante su catequesis en la Audiencia General de hoy, el Santo Padre reflexionó acerca de la acción del Espíritu Santo en Pentecostés, narrada en los Hechos de los Apóstoles. 

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Ante los fieles y peregrinos que le escuchaban desde la Plaza de San Pedro del Vaticano, el Pontífice advirtió que “la unidad de la Iglesia es la unidad entre las personas y no se consigue actuando de manera teórica, sino en la vida”.

¿Qué es necesario para lograr la unidad en la Iglesia y la familia?

A continuación, señaló que “todos queremos la unidad, todos la deseamos desde lo más profundo de nuestro corazón”.

Sin embargo, continuó, “es tan difícil de conseguir que, incluso dentro del matrimonio y de la  familia, la unidad y la concordia son de las cosas más difíciles de alcanzar y aún más difíciles de mantener”.

“La razón es que cada uno quiere, sí, unidad, pero en torno a su propio punto de vista, sin pensar que la otra persona que tiene enfrente piensa exactamente lo mismo sobre su punto de vista. De este modo, la unidad no hace más que alejarse”, añadió. 

Por ello, afirmó que la unidad de Pentecostés, según el Espíritu Santo, “se consigue cuando uno se esfuerza por poner a Dios, y no a uno mismo, en el centro”. 

“La unidad cristiana también se construye así: no esperando a que los demás se unan a nosotros donde estamos, sino avanzando juntos hacia Cristo”, remarcó. 

Universalidad y unidad

Más tarde, el Papa Francisco posó su mirada en los Hechos de los Apóstoles, cuando en Pentecostés, los Apóstoles llenos del Espíritu Santo, “empezaron a hablar en otras lenguas”.

Señaló que el evangelista San Lucas quiso destacar así “la misión universal de la Iglesia, como signo de una nueva unidad entre todos los pueblos”.

En este sentido, explicó que el Espíritu Santo trabaja por la unidad de dos maneras: “Por un lado, empuja a la Iglesia hacia el exterior, para que pueda acoger más y más personas y pueblos; por otro, la  reúne en su interior para consolidar la unidad alcanzada. Le enseña a extenderse en la universalidad y a recogerse en la unidad. Universal y una, este es el misterio de la Iglesia”.

Afirmó que la universalidad está compuesta de una expansión étnica y geográfica, como cuando San Pablo llevó el Evangelio hasta Europa, fuera de Asia.

En cuanto a la unidad, recordó el Concilio de Jerusalén y puntualizó que “el problema es cómo conseguir que la universalidad alcanzada no comprometa la unidad de la Iglesia”. 

“El Espíritu Santo no siempre obra la unidad de repente, con intervenciones milagrosas y decisivas, como en Pentecostés”, añadió.  

Explicó que “también lo hace — y en la mayoría de los casos — con un trabajo discreto, respetuoso con el tiempo y las diferencias humanas, pasando por las personas y las instituciones, la oración y la confrontación. De una forma, diríamos hoy, sinodal”. 

Por último, remarcó que “el Espíritu Santo no obra la unidad de la Iglesia desde el exterior, no se limita a ordenarnos que estemos unidos”. 

“Él mismo es el ‘vínculo de la unidad’, es Él el que hace la unidad de la Iglesia”, concluyó.