El Papa Francisco ha dirigido una carta “con corazón de padre” a los católicos de Tierra Santa al cumplirse un año del inicio de la guerra, en la que renueva su invitación durante este 7 de octubre a la oración y el ayuno, “las armas del amor que cambian la historia”.
El Santo Padre comienza su misiva expresando su cercanía y sus oraciones “en este día triste” y recordando que “hace un año se propagó la mecha del odio”.
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Esta mecha, continúa el Pontífice, “no se ha apagado, sino que ha estallado en una espiral de violencia, en la vergonzosa incapacidad de la comunidad internacional y de los países más poderosos para silenciar las armas y poner fin a la tragedia de la guerra”.
Remarca también que “la sangre corre, al igual que las lágrimas; la rabia aumenta, junto con el deseo de venganza, mientras parece que a pocos les importa lo que más se necesita y lo que la gente quiere: diálogo, paz”.
Afirma que no se cansa de repetir que la guerra “es una derrota”, que las armas “no construyen el futuro, sino que lo destruyen” y que la violencia “nunca trae paz”. Sin embargo, lamenta que los conflictos a lo largo de la historia “parecen no haber enseñado nada”.
A continuación, posa su mirada sobre los católicos de Tierra Santa, a los que se refiere como “un rebaño indefenso, sediento de paz”, al tiempo que les agradece su deseo de permanecer en sus tierras y porque “saben rezar y amar a pesar de todo”.
Para el Papa Francisco, estos católicos son además “una semilla amada por Dios”, que aparentemente, “ahogada por la tierra que la cubre, siempre encuentra el camino hacia arriba, hacia la luz, para dar fruto y dar vida”.
De este modo, señala que “no se dejan engullir por la oscuridad que los rodea, sino que, plantados en sus tierras sagradas, se convierten en brotes de esperanza, porque la luz de la fe los lleva a testimoniar el amor mientras se habla de odio, el encuentro mientras se propaga el conflicto, la unidad mientras todo se orienta hacia la confrontación”.
Frente a la incapacidad de encontrar la paz, resalta que “nosotros, los cristianos” no debemos cansarnos de pedírsela a Dios.
Por ello, precisa que hoy ha invitado a todos los fieles a vivir una jornada de oración y ayuno, “las armas del amor que cambian la historia, las armas que vencen a nuestro único y verdadero enemigo: el espíritu del mal que fomenta la guerra”.
“¡Por favor, dediquemos tiempo a la oración y redescubramos el poder salvador del ayuno!”, exhorta el Santo Padre.
Asimismo, en la carta reitera su cercanía “desde el corazón” a todos los que “sufren por la locura de la guerra”, incluyendo a las personas de cualquier confesión y religión en Medio Oriente:
“Estoy con ustedes, habitantes de Gaza, martirizados y agotados, que están cada día en mis pensamientos y en mis oraciones. Estoy con ustedes, forzados a abandonar sus hogares, a dejar la escuela y el trabajo, a vagar en busca de un destino para escapar de las bombas”, señala.
También asegura estar cerca de las “madres que derraman lágrimas al ver a sus hijos muertos o heridos, como María viendo a Jesús; con ustedes, pequeños que habitan las vastas tierras del Medio Oriente, donde las tramas de los poderosos les quitan el derecho de jugar”.
“Estoy con ustedes, que tienen miedo de alzar la vista al cielo, porque del cielo cae fuego. Estoy con ustedes, que no tienen voz, porque se habla mucho de planes y estrategias, pero poco de la situación concreta de quienes padecen la guerra, esa que los poderosos hacen hacer a los otros; sin embargo, sobre ellos pesa el implacable juicio de Dios”, advierte.
Estoy con ustedes, continúa el Papa Francisco, “sedientos de paz y de justicia, que no se rinden ante la lógica del mal y, en nombre de Jesús, aman a sus enemigos y rezan por quienes los persiguen”.
“Gracias a ustedes, hijos de la paz, porque consuelan el corazón de Dios, herido por el mal del hombre. Y gracias a quienes, en todo el mundo, los ayudan; a ellos, que cuidan en ustedes a Cristo hambriento, enfermo, extranjero, abandonado, pobre y necesitado, les pido que continúen haciéndolo con generosidad”, señala a continuación.
Por último, agradece a los obispos y sacerdotes “que llevan el consuelo de Dios a las soledades humanas” y les “ruega” que miren “al santo pueblo que están llamados a servir y que dejen tocar su corazón, dejando, por amor a sus fieles, toda división y ambición”.
“Hermanos y hermanas en Jesús, los bendigo y los abrazo con afecto, de corazón. Que la Virgen María, Reina de la paz, los cuide. Que San José, Patrono de la Iglesia, los proteja”, concluye el Santo Padre.