El Papa Francisco afirmó este martes que la Iglesia “es de los pecadores que buscan perdón”, en su reflexión durante la liturgia penitencial previa al inicio de la segunda fase global del Sínodo de la Sinodalidad.
“Estamos aquí como mendigos de la misericordia del Padre. La Iglesia es siempre la Iglesia de los pobres de espíritu y de los pecadores que buscan perdón, y no sólo de los justos y de los santos, es más, de los justos y de los santos que se reconocen pobres y pecadores”, afirmó el Santo Padre al iniciar su reflexión en la Basílica de San Pedro.
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“El pecado es siempre una herida en las relaciones: la relación con Dios y la relación con los hermanos y las hermanas. Nadie se salva solo, pero es igualmente cierto que el pecado de uno genera efectos sobre muchos: así como todo está conectado en el bien, también está conectado en el mal”, subrayó el Pontífice.
Tras recordar el Evangelio leído en la liturgia, sobre el fariseo y el publicano que rezan en el templo, el Papa Francisco señaló que “hoy todos somos como el publicano, tenemos o queremos mantener la mirada baja y sentir vergüenza de nuestros pecados”.
“En vísperas del inicio de la Asamblea sinodal, la confesión es una oportunidad para restablecer la confianza en la Iglesia y en ella, la confianza destrozada por nuestros errores y pecados, y para comenzar a curar las heridas que no dejan de sangrar, rompiendo ‘las cadenas de la maldad”.
Tras rogar a Dios por la gracia de la conversión, el Papa destacó: “Todos pedimos perdón, todos somos pecadores, pero todos tenemos la esperanza en tu amor Señor, Amén”.
Testimonios desgarradores
La liturgia estuvo marcada por el testimonio de tres personas y por el pedido de perdón por distintos pecados. Los textos fueron escritos por el Papa Francisco y leídos por cardenales de la Curia Romana “porque era necesario llamar por su nombre y apellido a nuestros principales pecados”, explicó el Pontífice.
El Cardenal Oswald Gracias, Arzobispo de Bombay (India), leyó el pedido de perdón “por el pecado de la falta de valentía, de la valentía necesaria para buscar la paz entre los pueblos y las naciones, en el reconocimiento de la dignidad infinita de cada vida humana en todas sus fases, desde el estado naciente hasta la vejez”.
Tras ello un hombre sudafricano llamado Laurence compartió su testimonio de haber sufrido abusos sexuales cuando era niño, narrando el dolor y las consecuencias que esto le provocó, como la depresión y la idea del suicidio.
“Desde entonces, me he visto obligado a caminar con este perpetrador estampado en mi alma durante los últimos 53 años… El impacto de este tipo de abuso es profundo y duradero”, agregó.
“Uno de los aspectos más desgarradores de este problema es el anonimato que a menudo lo rodea. Muchos sobrevivientes permanecen sin nombre y sin ser escuchados, sus historias silenciadas por el miedo, el estigma o las amenazas”, lamentó, y alentó luego a que la Iglesia sea transparente en cuanto a este tema.
Después fue el turno de Sara, directora regional en Toscana de la Fundación Migrantes, quien contó la historia de Solange, una migrante de Costa de Marfil, que como muchos otros arriesgó su vida para salir de África y llegar a Europa en busca de un futuro mejor.
“Estamos aquí hoy para dar testimonio de una nueva humanidad; de personas que acompañan a las personas a ser personas; por mujeres que ayudan a las mujeres a ser mujeres: personas y mujeres que acogieron al forastero”, agregó Sara.
También compartió su testimonio la hermana Deema, de la ciudad de Homs, quien ha sufrido los horrores de la guerra en Siria.
“La guerra, de hecho, no solo destruye edificios y carreteras, sino que también afecta a los lazos más íntimos que nos anclan a nuestros recuerdos, nuestras raíces y nuestras relaciones”, contó.
La guerra, continuó, “logra sacar lo peor de nosotros, sacando a la luz el egoísmo, la violencia y la codicia. Sin embargo, también puede sacar lo mejor de nosotros: la capacidad de resistir, de unirnos en solidaridad, de no ceder al odio”.
Sin embargo, confesó, la guerra también ha sido una oportunidad para “percibir la gracia de formar parte de una Iglesia universal, que hoy celebramos en su camino hacia la sinodalidad”, un lugar donde uno se puede encontrar con Dios “en medio de las ruinas”.
Los pedidos de perdón en nombre de la Iglesia
Después de los testimonios, el Cardenal Michael Czerny, prefecto del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, leyó el pedido de perdón por haber transformado “la creación de un jardín en un desierto, manipulándola a nuestro gusto; y por lo que no hemos hecho para impedirlo”, por el maltrato a los indígenas y a los migrantes.
A continuación, el Cardenal Seán Patrick O'Malley, Arzobispo Emérito de Boston, leyó el pedido de perdón “por todas las veces que los fieles hemos sido cómplices o hemos cometido directamente abusos de conciencia, abusos de poder y abusos sexuales”.
El Cardenal Kevin Farrell, prefecto del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida pidió perdón “por todas las veces que no hemos reconocido y defendido la dignidad de la mujer, cuando la hemos hecho muda y subyugada, y no pocas veces explotada, especialmente en la condición de vida consagrada”.
El Cardenal Cristóbal López Romero, español y Arzobispo de Rabat (Marruecos), pidió perdón “por las veces que hemos vuelto la cabeza hacia la otra parte ante el sacramento de los pobres, prefiriendo adornarnos a nosotros mismos y al altar con una preciosidad culpable que quita el pan a los hambrientos”.
A su turno, el Cardenal Víctor Manuel Fernández, prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, pidió perdón por “todas las veces que en la Iglesia (…) no hemos sido capaces de conservar y proponer el Evangelio como fuente viva de eterna novedad, ‘adoctrinando’ y arriesgándolo a reducirlo a un montón de piedras muertas para arrojar a los demás”.
“Pido perdón, sintiéndome avergonzado por todas las veces que hemos dado justificación doctrinal a un trato inhumano”, agregó.
Para concluir los pedidos de perdón, el Cardenal Christoph Schönborn, Arzobispo de Viena, pidió perdón “por los obstáculos que se interponen en el camino de la construcción de una Iglesia verdaderamente sinodal, sinfónica, consciente de ser el pueblo santo de Dios que camina juntos reconociendo la común dignidad bautismal”.
“Pido perdón, sintiéndome avergonzado por todas las veces que no hemos escuchado al Espíritu Santo, prefiriendo escucharnos a nosotros mismos, defendiendo opiniones e ideologías que hieren la comunión en Cristo de todos, esperada al final de los tiempos por el Padre”, añadió.
Al concluir la liturgia, todos los presentes rezaron el Padre Nuestro y el Papa entregó el evangelio a cinco de los participantes, como signo de la importancia de anunciarlo al mundo.