España cuenta con 3.500 mártires de la persecución religiosa del siglo XX beatificados y otros 4.000 podrían ser elevados a los altares de igual modo en los próximos años, según el P. José Carlos Martín de la Hoz, sacerdote experto en estos procesos.

“Hace unos meses, por indicación del Dicasterio de las Causas de los Santos, se ha hecho una prospección, hablando con todos los delegados de Causas de los Santos de todos los obispados, y se ha hecho un levantamiento de otros 4000 posibles beatificados”, ha asegurado. 

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“Cuando termine este trabajo, que vamos a terminar en cuatro años, habrá 7.500 mártires, beatos en nuestros altares”, ha explicado el P. Martín de la Hoz, director de la Oficina de las Causas de los Santos del Opus Dei.

Así se expresó durante la presentación en Madrid del libro Hogares de amor y perdón II, editado por la Asociación Enraizados en Cristo, que recoge el testimonio de 23 familias que quedaron marcadas por la entrega y la fidelidad de sus miembros hasta dar la vida. 

El P. Martín de la Hoz subrayó que “lo más impresionante es que esos 7.500 mártires, beatos, está documentado su martirio, es decir, que murieron por odio a la fe y está documentado que murieron perdonando”. 

En su intervención también detalló que “el primer dicasterio que se abre en el cristianismo, en la Iglesia, es el Dicasterio de las Causas de los Santos”, como se comprueba en los Hechos de los Apóstoles, donde quedó reflejado que “la primera decisión que toma la Iglesia es guardar la memoria de los mártires”.  No en vano, durante la época de los primeros cristianos, “se celebraba la Misa sobre las tumbas de los mártires”, añadió.

Origen de la persecución religiosa del siglo XX en España

El P. Martín de la Hoz expuso cómo el estudio de las causas de los mártires del siglo XX lleva considerar que “todo empezó en la Cortes de Cádiz”, en 1812, cuya Constitución comienza diciendo “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, pero a continuación lo que establece y marca es lo que se llamaba el liberalismo”.

Durante el siglo XIX, “los liberales progresistas y los liberales conservadores se alternan en el poder, pero al final lo que los une es una violentísima persecución contra la Iglesia. Es como si toda la Ilustración y la Revolución Francesa que había sucedido en el centro de Europa, de repente apareciera en España”. 

“Ese odio que se presenta, que se propaga, que es constante y continuo, va calando” en las capas de los intelectuales, de los obreros, en el campo hasta llegar a los tiempos de la II República (1931-1936), refirió. 

El estallido de la Guerra Civil fue, al entender del experto, “la eclosión de algo que ya se estaba trajinando, porque llevaba un siglo explicándose. Por eso es muy importante volver a la memoria de los mártires, porque ellos son los que nos van a ayudar a reconstruir una sociedad unida”. 

Un ejemplo de perdón

Entre los testimonios de perdón recogidos en Hogares de amor y perdón II, se encuentra el ofrecido por Luis García Chillón, que recuerda a su tío Hermenegildo Chillón Cabrera, martirizado en Talavera de la Reina (Toledo, España). 

Mere, como era conocido en el lugar, era agente de vigilancia del pueblo y a sus 29 años fue destituido por el alcalde Francisco Cancho, miembro del Frente Popular. Una noche, de febrero de 1936, veinte hombres le dieron una paliza que le dejó medio muerto. 

Estuvo 12 días en el hospital y, cuando salió, trató de recuperarse en Tarancón, provincia de Cuenca. Tras el inicio de la guerra en julio de 1936 fueron a buscarle para encarcelarle en el convento de las religiosas conocidas como “ildefonsas”. Era el 22 de agosto. 

El español Luis García Chillón sostiene las esposas usadas en el martirio de su tío Hermenegildo en 1936. Crédito: Nicolás de Cárdenas / ACI Prensa
El español Luis García Chillón sostiene las esposas usadas en el martirio de su tío Hermenegildo en 1936. Crédito: Nicolás de Cárdenas / ACI Prensa

Tras un juicio sumario por el llamado “comité popular”, fue sacado del lugar esposado, le colgaron un cencerro al cuello mientras deliberaban si quemarlo o matarlo de un tiro. Finalmente lo llevan hasta el lugar de su martirio. Antes de morir, pidió a sus verdugos que entregaran su cartera a su madre con estas palabras: “Dale un abrazo y otro para ti, para que me perdones si en algo te pude faltar”. 

Su sobrino Luis considera que “a la hora de la verdad, cuando se dicen estas palabras, es que se sienten en profundidad y suponen una grandeza de espíritu tremenda”. De ellas deduce, pese a que no conoció a su tío, “que este hombre perdonó a los que le estaban martirizando”. 

Para él, “esto demuestra una grandeza de corazón única” y hace patente que, con independencia de la práctica religiosa que tuviera su tío, “la sangre de los mártires limpia todo, cura todo”. 

Además, recuerda que “en la familia de mi tío Hermenegildo nunca se habló de odio ni de rencor” y que en la actualidad los familiares de los mártires “no tenemos ningún deseo de pasar ninguna factura ni ningún deseo de revancha ni nada de eso. Pero tampoco podemos consentir que se olviden”.