El Papa Francisco explicó ante las autoridades de Bélgica que la Iglesia Católica es “santa y pecadora” al mismo tiempo; lamentó las adopciones forzadas del pasado y denunció también los abusos de menores, una “vergüenza y humillación”, por la que la Iglesia debe pedir perdón.
Esta mañana, en su primer día en Bélgica, el Papa Francisco se trasladó en coche a las 9.00 horas al Castillo de Laeken, tras celebrar la Santa Misa en privado, para la visita de cortesía al Rey Felipe y a la Reina Matilde.
Una guardia de honor a caballo le acompañó hasta la entrada principal del castillo, donde fue recibido por la Realeza de Bélgica.
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Tras las fotos oficiales y la firma en el Libro de Honor, se celebró una reunión privada seguida de un intercambio de regalos. Al final de la visita, el Papa Francisco, el Rey y la Reina se trasladan a la Grande Galerie del Castillo de Laeken para el encuentro con las autoridades.
En sus palabras de bienvenida, el Rey Felipe remarcó la denuncia del Papa Francisco a los abusos cometidos dentro de la Iglesia y agradeció también sus acciones concretas para ayudar a las víctimas.
El papel de Bélgica en Europa
Durante su discurso inaugural, tras agradecer la bienvenida al Rey, el Papa Francisco destacó la posición geográfica del país, occidental y al mismo tiempo central, “como si fuera el corazón palpitante de un sistema gigante”.
También lo definió como “un puente”, que permite que la “concordia se expanda y las controversias se disipen”, siendo indispensable “para construir la paz y repudiar la guerra”.
En este sentido, remarcó la necesidad que Europa tiene de Bélgica “para recordarse a sí misma su historia” y para llevar adelante “el camino de paz y de fraternidad entre los pueblos que la forman”.
“En este momento histórico, creo que Bélgica tiene un papel muy importante. Estamos cercanos a una guerra casi mundial”, destacó.
“¡Haced hijos!”
La concordia y la paz, señaló el Pontífice, “no son una conquista que se logra de una vez por todas, sino una tarea y una misión que se deben cultivar incesantemente, tratadas con tenacidad y paciencia.”
“El ser humano, en efecto, cuando deja de hacer memoria del pasado, privándose de la enseñanza de este, posee la desconcertante capacidad de volver a caer, incluso después de haberse levantado, olvidando los sufrimientos y el costo aterrador de las generaciones pasadas”, añadió.
Exhorto a que Europa vuelva a tener “su verdadero rostro” y que se abra a la vida y a la esperanza, “para vencer el invierno demográfico y el infierno de la guerra”.
“Son dos calamidades en este momento. El infierno de la guerra, lo estamos viendo, que puede transformarse en una guerra mundial. Y el invierno demográfico. Con esto debemos de ser prácticos. ¡Haced hijos, haced hijos!”, exclamó.
La Iglesia, “santa y pecadora”
A continuación, expresó que la Iglesia Católica quiere ser una presencia que, dando testimonio de su fe en Cristo resucitado, ofrece “una presencia que ayuda a todos a afrontar los desafíos y las pruebas, sin entusiasmos volátiles ni pesimismos sombríos, sino con la certeza de que el ser humano, amado por Dios, tiene una vocación eterna de paz y de bien, y no está destinado a la disolución ni a la nada”.
“Con la mirada fija en Jesús, la Iglesia se reconoce siempre como discípula, que con temor y tremor sigue a su Maestro, reconociéndose santa en cuanto fundada por Él y, al mismo tiempo, frágil e insuficiente en sus miembros, siempre carente y superada por la tarea que le ha sido confiada”, añadió.
Remarcó también que la Iglesia “anuncia una Noticia que puede colmar de alegría los corazones y, con las obras de caridad y los innumerables testimonios de amor al prójimo, busca brindar signos concretos y pruebas del amor que la mueve”.
Más tarde, el Papa Francisco señaló que la Iglesia es “santa y pecadora”, y que vive “en esta permanente coexistencia entre luces y sombras”, a menudo con resultados “de gran generosidad y espléndida dedicación, y a veces, lamentablemente, con la irrupción de dolorosos antitestimonios”.
La vergüenza de los abusos a menores
“Pienso en los dramáticos casos de abusos de menores, un flagelo que la Iglesia está afrontando con decisión y firmeza, escuchando y acompañando a las personas heridas e implementando un amplio programa de prevención en todo el mundo”, resaltó.
Para el Santo Padre, los abusos a menores suponen “la vergüenza que hoy, todos nosotros debemos tomar el control, pedir perdón y resolver el problema”.
El Papa Francisco comparó los abusos con lo realizado por Herodes en la época de los santos inocentes y aseveró que “la Iglesia debe avergonzarse, pedir perdón, tratar de resolver esta situación con la humildad cristiana y poner todas las posibilidades para que esto no suceda más”.
Precisó asimismo que, aunque las estadísticas apuntan que la gran mayoría de los abusos se dan en las familias, en el barrio o en el mundo del deporte y en la escuela, “si hay uno sólo, es suficiente para avergonzarse”.
“En la Iglesia debemos pedir perdón por esto, y que los otros pidan perdón por su parte. Esta es nuestra vergüenza y nuestra humillación”, confirmó.
Lamenta el fenómeno de las adopciones forzadas
También hizo referencia al fenómeno de las “adopciones forzadas”, presentes también en Bélgica entre los años 50 y 70 del siglo pasado, algo que según el Pontífice “continúa realizándose en la actualidad en algunos países y culturas”.
“En esas historias espinosas se mezcló el fruto amargo de un crimen y un delito, con aquello que era lamentablemente el resultado de una mentalidad difundida en todos los estratos de la sociedad; hasta el punto que, quienes actuaban de acuerdo a esa mentalidad, pensaban en conciencia que estaban haciendo un bien, tanto para el niño como para la madre”, explicó.
Precisó que, con frecuencia, las familias y otras entidades sociales, incluida la Iglesia, pensaron que, “para quitar el estigma negativo, que desgraciadamente en esos tiempos afectaba a la que era madre soltera, sería mejor para ambos, madre e hijo, que este último fuera adoptado”.
“Hubo incluso casos en los cuales a algunas mujeres no se les dio la oportunidad de decidir si quedarse con el niño o darlo en adopción”, lamentó.
Como sucesor del apóstol Pedro, suplicó al Señor “para que la Iglesia encuentre siempre en sí misma la fuerza para actuar con claridad y no uniformarse con la cultura dominante, aun cuando esa cultura utilizase —manipulándolos— valores que derivan del Evangelio, pero sólo para sacar de ellos conclusiones ilegítimas, con sus consecuentes cargas de sufrimiento y exclusión”.
“Rezo para que teman al juicio de la conciencia, de la historia y de Dios, y conviertan la mirada y los corazones, poniendo siempre el bien común en primer lugar”, expresó a continuación.
“La esperanza es un regalo de Dios”
El Santo Padre quiso concluir su discurso con esperanza, la cual, precisó, “no es una cosa que se lleva en la mochila durante el camino, no, la esperanza es un regalo de Dios que no defrauda nunca y se lleva en el corazón”.
“Y entonces quiero dejarles este deseo de esperanza, a ustedes y a todos los hombres y mujeres que viven en Bélgica: que puedan pedir y recibir siempre este don del Espíritu Santo, para caminar juntos con Esperanza en el camino de la vida y de la historia”, concluyó el Papa Francisco.